diecinueve

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Estaba tirada en la cama boca abajo con el pijama mal puesto, las sábanas desparramadas y la colcha tirada en el suelo.
Había papeles de comida a un lado y tenía un brazo colgando de la cama.
Ni me moví cuando escuché la puerta abrirse.

—¿Qué se supone que estás haciendo? Es hora de entrenar.

No le contesté.
Escuché sus pasos acercarse y después la luz entrar de golpe, supuse que había abierto las cortinas para que entrara aire.

—¿Qué es este cochinero? Levántate, ve a ducharte.

Empezó a levantar los papeles y se fue unos segundos, cuando volvió suspiró y se acercó a la cama.
—Te vino ¿verdad?

Solté una risa ronca por la forma en la que lo dijo.

Sí.

Empezó a acariciarme la espalda.
—¿Quieres algo?

Lo pensé, siempre quise hacer lo que veía en las redes, de los novios o esposos de las chicas yendo a comprarles las cosas para la menstruación, me hacía ilusión tremenda pelotudez.
Tenía toallas de sobra, pero igual le dije.

¿Me compras toallitas? Y algo pa tomar, me estoy muriendo.

Me acomodé un poco para verlo, estaba igual de bonito que siempre.
Me miró con una sonrisa y asintió, pero me tocó la frente con la palma de su mano.
—Tienes fiebre, te dije que no te acostaras con el pelo mojado y la ventana abierta.

Qué pelotudez, cuando estaba en Argentina hacer eso no me daba fiebre, los japoneses son un flan, me convertí en lo que juré destruir.
Y encima la re sufren cuando tienen fiebre.
Me quejé, se levantó y salió de la pieza.
Volvió un rato después con una toalla chiquita y un recipiente con agua fría.

Ay estas cosas las vi en los animes.

Me acosté bien ignorando el dolor, estaba ilusionada.
Mojó la tela y la puso en mi frente despacito, se sintió bien.
Me miró un segundo y se levantó.
—Regreso en un minuto.

Bueno.

Lo esperé un rato largo, casi pensé que se había tomado el palo, y cuando estaba por acostarme a dormir lo escuché entrar.
Me hice la boluda otra vez y cerré los ojos.
Se sentía el ruido de una bolsa, supongo que había traído las cosas ay qué lindo.

Se acercó para cambiar el paño mojado ya caliente y se sentó en el suelo apoyándose en la cama, lo vi abriendo un poco el ojo.
Estaba tapándose la cara con las manos.

¿Tan malo fue?

—Creo que entré en pánico.

Me reí de el y le agradecí, sabía que fue difícil cuando Kakashi era un flan para estas cosas.
Después de un rato de quejarse, se puso a leer tranquilamente y en silencio.
En la mesa al frente suyo había toallitas, con alas y sin, nocturnas y normales, no sabía ni cual traer mi vida lo amo.

¿Me das la mano? — le susurré. Cambió de posición quedando de costado y la tomó para seguir leyendo.
Me acomodé en una posición en la que no doliera tanto e intenté dormir, sintiendo como usaba la mano que tenía agarrada la mía para cambiar de página.

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