Camilo Alexander Rough
—Por favor, no me toques los codos— hablé con una voz muy neutral. Estaba tratando de concentrarme en no lanzar malos tratos a las demás personas. La enfermera sentada a mi lado en una de las áreas comunes de pediatría se echó un poco a un lado y también le agradecí por ello.
Ayer había sido un día muy bueno. Lo había pasado con Hope. Habíamos hecho otras cosas referentes a la boda que estaba cerca. Habíamos estado juntos, comiendo, pasando el rato. Incluso entrenando. Ayer había sido especial.
Hoy no. Hoy estaba siendo un día de mierda desde que puse un pie en el hospital.
Primero estaba esta nueva noticia sobre nosotros sobre las notas que amenazaban a Hope. Al final resultó ser cosa de las chicas que habían estado en nuestro viaje. Algo que me parece absurdo porque, aunque ahora sabía que nunca habíamos corrido un peligro real, en realidad todo había sido movido por razones aún más insignificantes.
¿Separarme de Hope? Ni siquiera mi familia sabía nada cuando las conocimos. Nos habíamos casado sin que ellas supieran. E incluso si hubiesen puesto buena atención, se habrían dado cuenta de que nada podía separar los lazos de esta familia.
Nunca sabrían que habían estado a punto de hacerlo. Nunca lo sabrían porque eso no pasó y jamás se hablará de ello nuevamente.
De esas cosas legales se estaba encargando mi padre con Nikolas.
Ahora, siguió siendo un día de mierda a pesar de la traición de la amistad hacia mí primo Chase, cuando reparé en que todas las citas pautadas para hoy eran de las mamás que no podían controlar sus hormonas cuando venían a traer a sus hijos. Ya por ahí íbamos mal.
Podía lidiar con una de esas citas, pero con seis de ellas en un mismo día... era poner mi paciencia al límite.
Una me había tocado el antebrazo. Otra, incluso cuando vino con su esposo, no dejaba de soltar risas y hacerme ojos. El esposo en cuestión se había ido medio molesto y lo entendía a la perfección.
Otra me había traído un café, que no es que el gesto estuviera mal o que haya traído ya una gran cantidad de azúcar, porque hasta eso podía pasarlo por alto, era el hecho de haberlo traído con una nota y no precisamente una que haya escrito mi paciente, sino ella.
Entonces, cuando creía que nada podía ir peor, mi fabulosa secretaria tuvo una emergencia y tuvo que dejar su puesto. No la culpaba, no estaba en ella. Esto casi nunca pasaba, pero no por eso dejaba de pensar que este día estaba yendo de mal en peor.
Así que tuve que manejar ambas cosas solo: el papeleo, las historias de pacientes, la recopilación de datos y las consultas en sí. Y después de eso, hice notas mentales de aumentar su sueldo porque vaya jodido trabajo de mierda. No sé cómo es que le gustaba. Es una jodida buena persona para sentarse ahí con una sonrisa y de paso aguantar mi carácter. Iba a poner mínimo dos ceros más a sus cheques. No me importaba que salieran de mi sueldo.
Ella era la Donna Paulsen de este Harvey Specter.
Y, habiendo tenido esa pequeña revelación, había decidido almorzar en el hospital porque no iba a tener tiempo de salir y seguir haciendo el trabajo de mi secretaria y el mío.
Y Hope no llegaba aún. Eso también me tenía cabreado.
Esa era la razón por la que estaba sentado en una de las áreas comunes, porque estaba esperándola.
Claro, no contaba con que la gente se sentaría a mi lado como si en realidad socializara con ellos día a día. Y lo hacía, pero no con esta enfermera, por ejemplo.
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DOS DE AZÚCAR, POR FAVOR (COMPLETA)
RomanceCamilo Rough se había convertido en un médico de renombre, dejando -si se podía- el apellido más famoso de Estados Unidos en un nivel mucho más alto. Tenía todo lo que un Rough posee por excelencia: El buen físico, la inteligencia y, por sobre todo...