Capítulo 1

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Había pasado tantos siglos desde que abandoné el plano mortal, que cuando lo miraba se me llenaba la mente de recuerdos.

Muchos de ellos hermosos y otros dolorosos, pero esos recuerdos forman parte de mí y de lo que soy ahora.

Cómo diosa creadora y destructora de imperios, del valor, de la protección, señora de los ejércitos, de la guerra de conquista, dama de las armas y esposa del dios de la guerra, Ares.

Tengo la obligación de estar en cualquier batalla, en cualquier derramamiento de sangre, en cualquier choque de espadas y escudos hasta que Nike alce su vuelo y grite la victoria.

—Algo te está atormentando mi amada esposa—Ares salió de entre las sombras y se acercó en la oscuridad de la noche hacia el balcón donde me encontraba. Me abrazó por la cintura y dejó caer un beso sobre mi cuello— Mariam, dime que te atormenta.

—Siento que hay algo afuera esperándome... Algo que podría ser grandioso...

—Pues ve a conquistarlo—Susurró a mi oído.

Iba a besarlo con ardiente deseo a mi amado esposo hasta que vi por el rabillo de mi ojo que el mensajero de los dioses nos estaba observando en silencio.

—¿Ocurre algo Hermes?— Pregunté al verle.

Ares se le quedó mirando en silencio, esperando a que respondiera a mi pregunta.

—Es tu bestia... Se ha puesto a dar luz— Respondió Hermes.

Hacia ya unos meses que mi bestia, la última yegua de Diomedes, notaba que su alimentación había aumentado al igual que su vientre. Era seguro que la yegua estaba preñada pero no sabemos de cuál caballo, podría se uno de las caballerizas del Olimpo o de cuando se juntaba en las caballerizas cuando había campañas militares con los caballos mortales.
El caso, es que sabía desde el primer minuto, sabía que la yegua esperaba un potro.

—Voy a verla—Me separé del abrazo de Ares y me puse en camino a las caballerizas del Olimpo.

Dejé a los dos dioses solos en el balcón, mirandose fijamente. Aunque Ares se sentía un poco molesto con la repentina llegada de Hermes.

—¿No me vais a dejar tener un poco intimidad con mi esposa?—Frunció su ceño Ares

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—¿No me vais a dejar tener un poco intimidad con mi esposa?—Frunció su ceño Ares.

—Ares, no era mi intención interrumpir vuestro momento, yo-

—El daño ya está hecho Hermes—Dijo secamente Ares— Y si me disculpas, me voy con mi esposa, a ver como va el parto de su yegua.

Llegué a la cuadra donde estaba tumba mi bestia sobre la mullida y limpia paja, veía como se contraia su enorme vientre y hacia fuerza para expulsar al potro de su interior.

—Tranquila ya estoy aquí—Acaricié su cuello con delicadeza y le hable en voz baja —Yo sé que tu puedes.

Al poco rato de yo venir, apareció Ares. Estuvimos los dos durante horas acompañando a mi bestia que poco a poco, ella iba haciendo fuerza para empujar.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora