Capítulo 17

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Finalmente Alejandro se marchó contra Darío III en Gaugamela, corazón del imperio persa, ni muy lejos de Babilonia.

Era una locura, 40.000 macedonios contra 250.000 persas y era el día en que Alejandro había esperado.

Alejandro, se había reconocido como hijo de Zeus, esto hizo que Hera se enfadara un poco, pero fueron mis palabras que hicieron que se sosegara la reina de los dioses y le explique porque se había atribuido ese título y me comprendió perfectamente.

Antes de que comenzara la batalla, Alejandro se reunió con sus generales en su tienda y en el mismo suelo de esta había trazado la estrategia para atacar a Darío, yo misma se la expliqué y de como debía de actuar si quería la victoria en sus manos.

—Aquí—Señaló Alejandro en el mapa y miró a sus generales— Abriremos una brecha entre sus filas, golpearemos el centro.

—¿Ir a por Darío?— Preguntó Antigono.

—Los dioses por fin lo han traído hasta a nosotros. Si yo muriera, sería un macedonio más, pero los persas no pueden actuar las órdenes de Darío— Alejandro se movió a otra parte del mapa y señaló otro punto de la estrategia—Aquí, justo en este punto cerceraremos la cabeza del ejército persa.

—Es una locura— Comentó el general Parmenio— No podrás ni acercarte a cien pasos de él. Nos aplastarán si nos acercamos de frente Alejandro.

—No si tú los contienes por la izquierda con tu caballería Parmenio. Con Filotas y sus hoplitas por la derecha, solo necesitaré dos horas—Alejandro cambió su vista sobre otro de sus generales—En cuanta a ti, Antigono, reservo el centro de la falange. Junto a Perdicas, Leonato, Nerco y Meleagro.  Si los deteneís con vuestros muros de sarisas, aquí— marcó Alejandro en el mapa— el centro, yo con la caballería iré hacia la derecha y cuando la infantería de Casandro rompa sus líneas, estirandolas hacia su izquierda, se abrirá una brecha y da paso a la caballería dirigida por Clito. Ptolomeo, Hefestión y yo, entraremos por esa brecha dando el golpe mortal a la cabeza de Darío.

—Incluso con los dioses de nuestra parte, debemos dispersarlos mañana. Tenemos que destruir su ejército o seremos diezmados por tribus de vendidos en el camino de regreso a casa— Protestó Parmenios.

—Es cierto—Habló Antigono.

—Hablas de volver a casa, de retirada—Dijo en un tono suave Alejandro, pero de advertencia— pero, quiero que sepas, Parmenio, que Babilonia en mi nueva casa.

—Alejandro—Llamó Casandro— si vamos a luchar, hagámoslo con sigilo. Estamos en inferioridad, pero si los atacamos de noche, podremos vencerles.

—¿Qué?—Parmenio estaba un poco desesperado ante esta arriesgada campaña.

—No he cruzado media Asia para robar esta victoria, Casandro—Comentó Alejandro.

—No—Casandro puso su mano sobre el hombro de Alejandro—Tu honor no lo permitiría. Sin duda te influye dormir con las leyendas de Troya bajo tu almohada, pero tu padre no admiraba a Homero.

Alejandro se puso el centro del mapa, como si fuera el recuerdo de aquella noche cuando era pequeño y le visitó la diosa de la conquista, y le habló de la grandeza y el riesgo de las campañas que tendría que librar.

—Tienes las tierras al Este del Eufrates y te has casado con la hija de Darío ¿Cuando un griego a recibido tales honores?—Voltio a hablar Parmenio.

—No son honores—Protestó Alejandro — Son sobornos que los griegos aceptaron hasta hoy. Olvidas que el inductor del asesinato de mi padre descansa al otro lado del valle.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora