Capítulo 28

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—Deberías descansar Mariam—Dijo Ares acercándose a la mesa donde estaba estudiando el mapa.

—Lo sé Ares, pero hay algo que se me escapa.

Él se quedó mirando al mapa por unos segundos y luego me miró.

—Yo no veo ninguna falla, además, Atenea también lo ha revisado y estudiado contigo. No creo que pueda salir algo mal.

—Ya, pero sabemos como son las moiras, y puede que veamos esto como que va funcionar y a la mañana siguiente se puede ir a la mierda.

—En eso no te quito la razón.

Las telas de nuestra tienda se abrieron y ambos desviamos nuestra atención del mapa para ver entraba.

Nos sorprendió ambos al verla entrar y especialmente su rostro.

La reina de los dioses había entrado dentro de nuestra tienda con los ojos hinchados de llorar, pero mostrando su seriedad y firmeza como gran reina de los dioses y de los cielos que era.

—Madre—Dijo Ares al verla.

—Su majestad ¿que ha pasado?—Dije preocupada y me levanté de la mesa.

—Mis fieles dioses de la guerra—Habló la reina de los dioses—Hace años que no os he visto por el Olimpo.

—Hera, ¿a qué se debe su visita?—Me acerqué a ella y le ofrecí una copa llena de vino.

Ella tomó la copa y se la bebí de un trago, lo cual nos dio a entender, tanto a Ares como a mi que había algo no iba bien. Hera tomó la jarra de vino que teníamos y rellenó otra vez su copa y se sentó en una de más sillas que teníamos allí.

—Necesitaba un lugar para despejarme y se me ocurrió venir aquí, además de haceros una visita—Volvió a beber de su copa—Hice lo que comentaste aquel día nos vimos por última vez, aunque es una solución temporal, mi conciencia no se queda tranquila.

—Ya...

—¿De qué estáis hablando?—Dijo Ares cruzandose de brazos y apoyándose sobre la mesa—¿Tiene que ver esto con mi padre?

—Si—Respondió Hera.

—Perro bastardo—Escupió Ares—Dame la orden y le cortos los huevos y la polla al ingrato.

—Con mucho gusto te lo daría hijo mío, pero no quiero que sufras las consecuencias ni la ira de tu padre. Piensa en las repercusiones, que no sólo te afectarían a ti sino también a tu esposa.—Habló Hera—Ya intenté derrocar a tu padre tiempo atrás y por tal acción fui castiga colgada por cadenas en las manos y tobillos durante días.

—Esa fue tu rebelión fallida, yo haría la guerra de una vez por todas y acabaríamos con él.

—Ares, una guerra olímpica tendría demasiadas consecuencias, y comprendo que no te lleves bien con tu padre, pero si inicias una guerra contra él, ¿que apoyos tendrías? Solo el de tu madre y el mío, mientras que él tendría al resto de lo Olimpo.

—Que la mayoría de ellos son bastardos suyos y que tengo que referirme a ellos como "medio-hermanos", que la mayoria de ellos son miserables perros, frutos de las aventuras de ese engendro—Añadió él.

—No os quito la razón a ambos mis dioses de la guerra, pero no deseo provocar otro conflicto.

—Pero, quieres apoyos ¿Verdad?

—Así es Mariam, cuento con los de ambos, con Démeter, Hestía y mis hijas. Pero...

—Pero ¿Qué?—Arqueó una ceja Ares.

—Este cansancio... ya no quiero más, pero debo ser firme y autoritaria. Yo no gané una guerra ni me hice reina para ser humillada y pisoteada.

—Te entiendo perfectamente Hera, pero todo el daño que está haciendo, lo va a tener que pagar tarde o temprano.
Tu eres una gran reina, esposa y madre, lo que nos demuestra es que Zeus no es digno para ti.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora