Capítulo 4

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Ocho años más adelante...

—¡Que empiece el desmadre! — Gritó Dionisio, agarró una copa vino y se la bebió de un trago.

Filipo volvió a hacer de las suyas. Hizo una gran fiesta para los invitados griegos por todo lo alto. No muy lejos del centro de la fiesta, Olimpia se había reunido con su hijo para hablar de un asunto, a solas, lejos de los ojos y oídos del rey Macedonia, que estos instantes estaba sufriendo los efectos del vino.

—Ya está embarazada la ramera del rey—Dijo Olimpia hacia Alejandro— La desposará en esta primavera, durante las fiestas de dionisio y cuando nazca su primogénito varón, su encantador tío Atalo, convencerá a Filipo de que nombre al niño su sucesor y a él le otorgará la regencia. A ti, decidirá enviarte en alguna misión imposible contra alguna tribu del norte que se haya revelado para acabar mutilado por un asunto de ganado en una batalla sin sentido. En cuanto a mi, que ya no seré reina, me ejecutará junto con tu hermana y el resto de los miembros de la familia.

—Desearía que a veces pudieras ver la luz, madre—Añadió Alejandro—La verdad es que no te ha arrebatado nada que no tengas.

—El único recurso que nos queda es atacar. Anuncia tu matrimonio con una macedonia ahora, engendra un hijo de sangre real, será uno de ellos, no de los míos y no tendrá otra opción que nombrarte rey. Aún está Aquinane, pero Euridice era perfecta, si tu padre, el muy cerdo no hubiera cópulado con ella.

Alejandro desvío su mirada ante las palabras de su madre hacia la figura de su padre.

—No sigas hablando así de mi padre—Protestó Alejandro— No quiero oír nada más.

—De acuerdo. Perdoname. Las madres amamos demasiado—Olimpia se dirigió hacia su hijo y tomó el rostro de este entre sus manos, y miró fijamente a sus ojos— ¿A quien voy a acunar ahora por las noches? Desearía que pasáramos más tiempo juntos cuando haciamos cuando tu eras pequeño.

—No hubo tiempo, madre. Desde niño he sido preparado para ser el mejor macedonio.

—Oh mi pobre hijo, eres como Aquiles—Depositó Olimpia un beso en la frente de su hijo— Tan afligido por tus blandeza. Toma mi fuerza... Escucha, jamás confundas tus sentimientos con tus obligaciones. Un rey debe tener gestos que el pueblo llano entienda, lo sé, pero cumples veinte años este verano y las doncellas de la corte murmura que no las haces caso y prefieres pasar el tiempo con Hefestión—Alejandro se aleja de su madre y la mira como si fuera algo malo pasar el tiempo con ese joven— Eso lo entiendo, es natural en un joven, pero si combates en Asía sin dejar aquí tu sucesor, lo arriesgas todo.

—Hefestión...—Nombró Alejandro con suavidad el nombre del joven— Me ama tal como soy, no por quien soy.

—¿Ama?— Dudó la reina— Ama. En nombre de Dionisio, tienes que entender como Filipo ve eso. Por tu propio bien, tu vida está en peligro.

Esas palabras volvieron a alejar al príncipe de la reina. Su corazón estaba sufriendo ante esas duras y crudas palabras que salieron de los labios de su madre, ella lo dijo por el bien suyo, no tenía la intención de dañarlo.

—Tienes vías en tus círculo íntimo de amigos.

—¡Ya basta, madre!— Saltó el principe—Soy el único que puede sucederle. No digas más locuras. Él jamás me dañaría. Aunque Euridice tuviera un varón, no gobernará hasta los veinte años.

—Si, cuando tengas cuarenta, anciano y sabio igual que Parmenio y el hijo de Filipo tendría veinte como tu ahora, pero criado por él y de su sangre—La mirada de Olimpia se endureció más—Él jamás te dejará el trono Alejandro, jamás.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora