Capítulo 19

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Alejandro entraba triunfante a la ciudad de Babilonia. Era un sueño que se había cumplido, donde era un  único momento de gloria, Alejandro fuera querido por todos.

Sin embargo, Babilonia fue una ciudad fácil de penetrar que abandonar.

—Por fin Babilonia es mia—Dijo Alejandro triunfante.

Tanto él como todos sus hombres fueron recibidos con gratitud en aquella ciudad, la gente se qgolpaba en las calles para ver al nuevo reh de Babilonia. Mientras tanto, Estatira sabía que había llegado a su casa, al igual que su hermana, madre y abuela.

Recorrieron las calles de Babilonia hasta llegar al palacio real, donde allí se instalarían hasta dar el siguiente paso.

Cuando entraron al palacio real, Alejandro se quedó maravillado con el interior, no paraba de mirar cada detalle que había en las paredes, columnas, suelos...

—Imaginaos los cerebros que concibieron todo esto—Siguió caminando sin dejar mirar los detalles de la sala—Con semejantes arquitectos construiríamos ciudades con las que hemos soñado.

—Aristoteles los llamaba bárbaros,  pero nunca había estado en Babilonia—Comentó uno de sus hombres.

—Tenemos el suficiente oro para mantener a tres generaciones de ejércitos macedonios, Alejandro—Comentó Casandro.

—Macedonia se carrocería—Alejandro se acercó al balcón y admiró las vistas hacia los jardines colgantes— La riqueza atrae a los cuervos.

—No para los que hemos luchado, supongo—Comentó Antigono.

—Les pagaremos Antigono, pero no como mecernarios por servicios futuros.

—Hablas como tu padre Filipo, Alejandro—Comentó uno de sus hombres.

—Filipo nunca vio Babilonia—Añadió Hefestión.

—Cierto Hefestión, nunca la vio.

Alejandro se apartó del balcón para seguir su caminata, admirando todo lo que había allí en esos momentos, pero se le acercó Parmenio.

—Alejandro, ya se que me consideras un viejo estirado, pero olvidemos nuestras diferencias en este día. Tu padre se sentiría muy orgulloso de ti.

Alejandro se le dibujó una sonrisa en su rostro—Gracias Parmenio—lo abrazó con firmeza y luego se aparto—Te ruego que perdones mi ira. Mi orgullo a veces me ciega.

Alejandro se alejó de Parmenio y continuó con su marcha por el palacio.

—¿No os sentís como en casa?—Comentó Ptolomeo.

—Si—Respondieron unos cuantos entre risas.

—Nosotros, descendientes de pastores, gobernamos una nación que se extiende hasta el indo—Argumentó Ptolomeo —Pero, ¿ninguno teme que está gran fortuna nos lleve a la destrucción?

En esos momentos, Alejandro se encontraba tranquilamente echado sobre una gran cama de las más finas sábanas que había visto en su vida, con bordados de hilo dorado, además de estas comiendo unos dátiles.

Justo en esos momentos había escuchado las palabras de su general, cuando este entraba a su alcoba.

—Nos sobrevaloras—Se incorporó en la cama ver bien a sus hombres—Mientras que Darío este vivo, él es el rey legítimo de Asia y yo solo el rey del aire.

—Pero él ya no tiene poder, Alejandro. Esta perdido y sin ejército, perdido en las montañas— Comentó Ptolomeo.

—Mientras siga perdido, aún se puede creer en él—Alzó su mirada al techo para admirar el tapiz que colgaba de el—Todo se decidirá cuando nos encontremos.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora