Capítulo 24

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Seguimos avanzando más adentro de Asia. Había pasado mucho tiempo desde que fue el enlace de Alejandro con Roxana, la cual todavía no se había quedado en embaraza y eso hacía que hubiera inquietudes entre los hombres del rey macedonio. Pero no solo eso, su también desconcertaba el deseo de Alejandro por seguir avanzado y alejarse cada vez más de sus tierras de origen.

—Alejandro, debéis estar alerta.

—¿Por que lo decís mi diosa protectora y guía?

—Llevo tiempo observando a tus hombres, los más fieles a ti, hay unos gestos que pueden desencadenar en un desastre si no se toman decisiones a tiempo.

—¿Pensáis que ellos están conjurando contra mi?¿Tienes alguna prueba de ello?

—Esta situación, la he visto mil veces con miles reyes pasados y presentes, y esto es una clara señal del principio de una inestabilidad de los mandos de poder—Respondí—Tienes que estar alerta Alejandro, por tu bien y el de tus dominios. Has crecido demasiado rápido, en lo referente a conquista, pero cada palmo de tierra que se obtiene, se debe asegurar.

—Eso lo sé mi diosa y entiendo vuestra preocupación en lo que respecta a conquista— Se acercó Alejandro un poco hacia donde estaba—Mis hombres son de fiar y no creo que puedan traicionarme. He confiado mil veces mi vida en ellos.

—Eris y Ápate esta dando vueltas cerca de tus fieles hombres y eso no es buena señal Alejandro. Mismas diosas que estuvieron en el momento que vuestro padre fue asesinado—Alcé un poco de mi voz— Dolos esta susurrando a los oídos de tus hombres sus malas artes. Alejandro, un buen rey no debe dar su plena confianza a sus fieles, pues estos mismos pueden morderte la mano y aprovecharse de tu debilidad. Si tiene que ser cruel y firme, sé, pero también debes ser piadoso y justo—Me acerqué hacia él con lentitud y dejé caer mi mano sobre su hombro, haciendo que este alzara su mirada y mirase mis castaños ojos—Hazme caso Alejandro. No dudes en mis palabras, lo hago por tu bien y por tu imperio que estas construyendo.

—Lo sé Mariam, siempre he escuchado y confiado en tus palabras, pero...

—Esa es la duda que os está corrompiendo vuestra mente y es el punto de inflexión de la confianza y fidelidad de vuestros hombres. Que muchos de ellos están pensando y mirando por sus intereses. No son los primeros ni los últimos que hacen desafiar a sus líderes, Alejandro. Es el momento de demostrar quien está al mando y defender la causa por la que tantos años estas librando. Pero esta misma debe dejar herencia para el que venga detrás.

—¿Tu también?— Alzó un poco la voz Alejandro y dio un paso atrás— Mis hombres, mi madre, ahora tú, mi diosa. No ha habido noche que no he parado de yacer con mi amada esposa, con el fin de ejendrar un sucesor a mi trono. ¿Acaso crees que soy impotente?

—No lo sois. Dado que tenéis hijos bastardos con las distintas amantes que tuviste tiempo atrás, pero es aquí donde pude nacer una gran discordia. Sin heredero a vuestro trono, es dejar en manos del destino lo que tanto habéis logrado alcanzar, Alejandro, pero sois jóvenes tanto tú como tu esposa. Pero el tiempo va en vuestra contra si no hay fruto de vuestra gran cosecha.

—No hay día que pida a las diosas de la fertilidad y familia que me ayuden es esta tarea, mi diosa. También rezo por el bienestar de mi reino y el imperio que estoy construyendo desde mis desnudas manos.

Mis ojos se dirigieron al mapa que había en la mesa, podía ver con claridad la gran cantidad de dominios que estaban bajo su mano, todos ellos conseguidos en un tiempo que nadie ha podido lograr. Pero también veía las grietas que, si estas se hacían más grandes, podrían romperse lo que se había elaborado con esfuerzo, sudor y sangre. Misma grietas debían ser selladas de inmediato ante lo que se podía venir encima.

—Alejandro, acabas de llegar a un punto de no retorno, ya no puedes retroceder, pero te recuerdo, que este momento te adentras, los que tan fieles has confiado tu vida, debes recelar—Alejandro se mantuvo en silencio y yo salí de la tienda, creo este que me habría visto todo el mundo, pero en realidad no me vio nadie.

Estas palabras se las quedó grabadas en la mente de Alejandro por unos instantes, hasta que la misma entrada de la tienda se volvió  a abrir, dejando entrar a un siervo con una bandeja en la que portaba su almuerzo. Misma bandeja que dejó en la mesa.

Alejandro tomó la copa de vino que había en la bandeja y antes de llevársela a los labios, sintió que aquel siervo daba un paso hacia atrás, un paso muy próximo a la salida de la tienda. Pero aquel líquido que había en la copa le hizo sospechar y un olor al que no era vino provocó que lanzara la copa contra el suelo. El siervo palideció ante el gesto de Alejandro y este se dirigió hacia él.

—¿Quién ha sido?—Le agarró de sus ropas y los sacudió—Dime quién ha sido.

—Ermalao—Respondió entre sollozos aquel joven que le respondió en su lengua propia.

Pero Alejandro sabía que este siervo estaba a cargo de Filotas, uno de sus fieles hombres que le había acompañado desde el principio de su campaña.

No te fíes de tus fieles, Alejandro— Dijo la voz de su diosa en sus oídos.

*

La conjura perturbó profundamente a Alejandro. No sólo por la implicación de los jóvenes siervos, que había compartido su sueño, sino  que, en sentido más profundo, implicaba a Filotas, compañero suyo desde su ñiñez y capitán de su guardia real.

Filotas se estaba defendiendo ante las graves acusaciones por el intento de magnicidio, delante del resto de fieles a Alejandro.

—Recuerdame por quién soy, Alejandro—Dijo Filotas.

—Y te recuerdo Filotas, pero como tu ves las cosas. Los aquí presentes creemos que la verdadera naturaleza de tu alma es la ambición.

—¡No es verdad Alejandro!¡Tenéis que creerme!—Filotas miró desesperado al resto de los presentes, buscando ayuda en sus miradas.

Pero ninguno de los presentes lo defendió. Por qué, por otra parte, ninguno compartía sus ideas y por supuesto se repartieron los cargos y poderes entre ellos.

Por tal acto, Filotas, a la luz de Helios, atado a gran estaca de madera, rodeado del ejército y de sus compañeros, y del propio Alejandro. Se le sentenció a la pena capital.

Uno de los soldados lanzó una lanza contra el abdomen del condenado, hundiéndose rápidamente en su carne y de la boca de este escupió sangre. Murió a los segundos tras haberse hundido la lanza y no se pudo evitar que los buitres ya estuvieran dando vueltas sobre su cuerpo.

Antes de su ejecución, fue torturado para sacarle la información sobre su padre Parmenio, pero no se obtuvo nada. ¿Qué se podía hacer con Parmenio y sus veinte mil soldados que protegían las líneas de abastecimiento? Eso era algo muy importante y delicado. ¿Era inocente  o también era cómplice de esta conjura?

Alejandro tenía que actuar por necesidad y levantó el campamento antes de pasar cuatro horas de las primeras acusaciones contra Filotas

—Antigono y Clito. Hacedlo rápido—Ordenó Alejandro.

Estos hombres se pusieron de inmediato en marcha hacia donde se encontraba Parmenio, siguiendo fielmente la orden que había mandado su rey.

Los soldados dd Parmenio aceptaron las acusaciones contra su jefe y comprendieron que el comportamiento, y fue una vía fácil para poder llevar a cabo el plan de Alejandro.

Entraron en Babilonia sin levantar ninguna sospecha hacia Parmenio, mismo que los recibió a ambos con los brazos abiertos.

Clito le entregó una carta a Parmenio y este la abrió y la leyó con atención. Sus ojos se abrieron ante las palabras que estaban escritas y miró con sorpresa Clito. Pero le dio tiempo a reaccionar o pronunciar alguna palabra, pues de las ropas de Clito, sacó una dado y la hundió entre las costillas de Parmino. Soltó un gemido de dolor y Clito presionaba más y más la daga hasta llegar más profundamente.

El viejo hombre agonizaba hasta que Tánatos pasó su cuchillo sobre él  y las moiras cortaron su hilo.

La vida se le había escapado de sus manos y ahora se encontraría de camino en el inframundo, donde le esperaba ya su hijo Filotas. Padre e hijos, reunidos en el reino de Hades para la eternidad.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora