Capítulo 31

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En la vida real, Heracles murió envenenado por un error de su celosa esposa.

Tras ofrecer sacrificios a los dioses por el término del largo viaje. Alejandro se despidió del lejano Oriente y dirigió su ejército el Oeste, cruzando el gran desierto de Gedrosia, buscando la ruta más corta para llegar a Babilonia.

Helios no tuvo piedad con los numerosos soldados tanto macedonios, griegos o persas, haciendo que calleran por golpes de calor y deshidratación.

Sus cuerpos eran como migas de pan que se caen al suelo y dejan un rastro, pero los cadáveres de los soldados muertos fueron el festín de aves rapiña y de los animales del desierto.

No sólo sufrian el calor del desierto los mortales, sino también los inmortales. La escased de agua nos hacia que nuestras bocas y labios estuvieran siempre secos, y la poca agua y vino que teníamos se la dábamos a algunos de los soldados.

—¡Debemos encontrar agua ya!—Exclamó Enio—Tengo mucha sed.

—Yo ya he perdido la cuenta de cuantos días llevamos vagando por este desierto—Comentó Fobos.

—Yo creo que estamos atrapados—Añadió Deimos.

—Ni estamos atrapados ni perdidos hijos míos, solo que lo estamos pasando putas—Habló Ares sin perder la vista en el camino.

—Debió tomar otra ruta Alejandro, no esta—Comentó Atenea mientras se quitaba el sudor de la cara—Los caminos cortos no siempre son los mejores y mira como esta pagando por acortar el camino.

Los dioses mellizos se turnaba en dirigir su carro, ahora lo estaba dirigiendo Apolo, el cual estaba acostumbrado al calor, dado que muchas veces ha tirado de su carro solar para poner a Helios en lo alto del cielo, mientras que Artemisa descansaba un poco y buscaba la sombra dentro del carro.

Muy por delante del grupo de los dioses, Bestia iba muy despacio, estaba muy cansada y no habíamos parado. Yo también lo estaba y el calor me estaba afectando. Mi agua y mi vino se lo había dado a Alejandro para que no pereciera durante este largo camino. Ra volaba sobre mi cabeza, pero luego se posó sobre la grupa de Bestia, cansado de volar.

De vez en cuando miraba al ejército macedonio, el cual estaba sufriendo muchas bajas a causa del asfixiante calor del desierto y que sus víveres debían ser racionados para no quedarse sin nada.

—Sé que estas cansada mi querida amiga—le di varias palmadas en cuello a mi montura para que no se desanimara y luego me giré para ver a Ra—y tú también Ra. Tenemos que seguir en adelante.

Ra volteó su cabeza para mirar al resto de dioses que estaba varios metros atrás, la lechuza de Atenea también estab cansada y reposaba sobre el hombro de su dueña.

—¿Ya hemos llegado a Persia?— Preguntó Artemisa.

—Desde ya hace un buen rato que estamos en Persia hermana—Respondió Apolo.

—Ya dejamos hace muchos días atrás Pasargada y Susa—Añadió Atenea—Y mirando la posición que proyecta nuestras sombras, nos dirigimos hacia el norte.

Norte...

—Vamos a Ecbátana—Voceé—Y si no recuerdo mal, allí podremos refrescarnos, tenemos los rios que son afluentes del Tigris.

—¿Entonces desde allí iremos a Babilonia?—Preguntó a voces Ares desde su carro.

—Seguramente vayamos allí—Respondí.

Ra emprendió su vuelo hacia donde se encontraba Alejandro. El rey macedonio extrañaba a fiel y valiente montura que mucho tiempo atrás la había perdido para siempre en Asia.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora