Capítulo 33

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Largo viaje que hizo desde Ecbatana hasta Babilonia, afectó drásticamente a Alejandro, no solo porque su mejor amigo de la infancia y compañero de armas, Hefestión, murió en aquel lugar bajo una enfermedad muy grave que puso fin a sus días, que le afectó a su mortal alma, sino que su cuerpo se iba debilitando poco a poco.

Los días de viaje marcaba la decadencia de la salud del monarca macedonio, donde muchas veces le costaba mantenerse erguido sobre el lomo de su montura, no se mantenía recto y firme sobre el lomo de su fiel animal, sino que se encorvaba y mecía. El brillo joven de sus ojos se iba consumiendo como si fueran el fuego de una vela que llegaba a su fin.

Cruzamos otra vez las puertas de Babilonia, cansados, llenos de polvo y sudor, pues aquella larga travesía no solo hizo que perdieramos las energías, sino también se perdieron muchas vidas en el camino de regreso. Todos estábamos cansados y era el momento de reposar.

Las semanas fueron pasando en Babilonia y recibimos la ansiada noticia de que Roxana estaba en cinta, lo que esto significaba que el legado del imperio que había construido con sangre, sudor y lágrimas el joven rey macedonio. Pero, aunque Roxana era joven, siempre existía la posibilidad de que el heredero que aquel gran imperio se perdiera en un aborto espontáneo. Esta noticia llenó de alegría a Alejandro al conocer que venía en camino el ansiado heredero, que debió haber sido nacido mucho tiempo atrás.

Todos los dioses que le habíamos acompañado a lo largo de sus campañas y vida, una vez más volviamos a la joya de su mayor logro. El punto que le hizo pasar a la historia como el señor todo lo conocido y de romper las fronteras bárbaras para conocer lo había más allá, y que crear el imperio más grande jamás conocido para los mortales.

Recuerdo la noche en la que se veía bien, disfrutando el vanquete, que  habia organizado su amigo Medio de Larisa, con sus altos mandos dentro del palacio de Nabucodonosor II, riendo y tomando vino con sus amigos y fieles generales.

Fue en ese momento de embriaguez, tras beber copiosamente, su salud empeoró al instante, haciendo que se derrumbara contra el suelo y se retorciera de dolor tras haber ingerido el líquido carmesí que estaba dentro de su gran copa de bronce. Gritó y gemió de dolor mientras se retorcía en el suelo.

Todos nos asustamos esa noche, rápidamente sus generales lo tomaron entre sus brazos y se lo llevaron para que le dieran un baño, pues su temperatura se había disparado drásticamente y estaba sufriendo una gran fiebre. Llamaron a los médicos, a todos los que estuvieran disponibles, tanto macedonios, griegos o persas.

Las semanas fueron pasando hasta llegar al verano, Alejandro había empeorado demasiado y su salud era muy delicada. Muchos de los médicos no le paraban de atender en sus necesidades, le trataban mediante extensos baños de inmersión para que sanara y además de realizar sacrificios a los dioses, le hiceron la práctica de la hidroterapia para ver si era efectiva, pero estaba decayendo muy rápidamente. Hasta yo misma quise que viniera Asclepio para que lo tratase, pero Apolo dijo no merecía la pena, pues estaba llegando al fin de sus días.

Alejandro estaba sufriendo grandes fiebres constantes, dolores de cabeza, escalofríos y sudoración. Además de náuseas y de lo poco que comía lo vomitaba. Su brillo se estaba apagando demasiado rápido y estaba agonizando entre terribles dolores. Con el pasar de los días iba a peor y no había mejora alguna.

Sabía que esto iba pasar tarde o temprano, que Alejandro debía partir al hades, como hacían el resto de los mortales y alcanzar el descanso eterno e ir a su respectivo nivel en el reino de Hades.

No habia dia en que no estaba al lado de Alejandro, como su diosa protectora y guía, en muchos de esos días Ares me acompañaba en silencio y veía el estado decadente del joven macedonio, él sabía que pronto llegaría su fin.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora