Capítulo 2

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Trece años más tarde...

—Y bien alumnos míos, esto ha sido por hoy. Espero que la lección que os he dado sea de gran ayuda— Dijo Aristoteles— Podéis iros.

El joven Alejandro de trece años salió de la sala tras haber acabado su clase, no muy lejos de él, unos ligeros pasos se le acercaban.

—Esperame Alejandro— Dijo un joven de cabellos castaños y piel tostada.

—Hefestión— Dijo el joven de cabellos de oro y piel de mármol.

—La clase ha sido un poco royo, estaba más entretenida la de la semana pasada—Comentó Hefestión.

—Para mí ha sido más de lo mismo— Añadió.

Los dos jóvenes chicos recorrieron los pasillos palaciegos hasta llegar a los jardines.
Lugar idóneo para desconectarse tras una larga mañana escuchando sin parar a Aristoteles, ambos se dirigieron a un rincón especial de este gran inmenso jardín que sólo lo sabían ellos dos.

Se sentaron tranquilamente a la sombra de un laurel, no intercambiaban palabras, pues no hacía falta de ellas, la misma presencia lo decía todo hasta que los labios de Hefestión se separaron y rompieron el silencio había.

—¿Sabes algo de tu padre, Alejandro?

—Solo sé que sigue luchando contra los persas, y que no nos ha llegado ninguna carta suya, pero vamos que no me importa. Nunca ha estado cuando más lo he necesitado, solo viene a casa para emborracharse y humillar a mi madre con sus diversas amantes... Puede que sea mi rey pero yo no lo considero como un padre...

—Alejandro te entiendo perfectamente— Hefestión tomó la mano de Alejandro entre las suyas y se miraron ambos a la cara — Filipo se está ganando demasiados enemigos, tanto dentro como fuera de su casa y puedo ver en tus ojos la rabia que tienes sobre él, pero lo mejor que puedes hacer Alejandro, es ser mejor que él. Alcanzar más que logros que él no ha conseguido en su vida, brillar más que él y ganarte tu espacio en la historia. Tu eres heredero de un trono, yo solo soy hijo de un general, escribe tu camino.

—Y en ese camino de gloria quiero que estés tú también Hefestión— Sonrió Alejandro.

De pronto escucharon jaleo en el interior del palacio, se escuchaban muchas voces que eran fácilmente reconocibles. El rey había regresado a casa y eso suponía iba haber otra de sus desmadradas fiestas y desenfreno. Alejandro y Hefestión salieron de su escondite y cada uno se fue por su camino.

Un amargo sabor se le estaba haciendo en la boca a Alejandro cada vez que se acercaba al palacio. Podía escuchar las voces que se estaban dando sus padres y especialmente la de amada madre, que siempre había estado a su lado.

—¡¿Como osas humillarme de tal forma?! ¡¿No se te cae la cara de vergüenza Filipo?!

—Callate mujer, no es para tanto.

Alejandro cada vez se iba acercando a la sala donde estaban sus padres discutiendo y él se detuvo en el umbral de la puerta viendo como ellos seguían discutiendo y gritando hasta que Olimpia se dió cuenta de la presencia de su hijo. Filipo se giró para ver a quien estaba viendo su reina y con su único ojo repaso de arriba abajo a su hijo.

—Os espero a fuera del palacio— Dijo fríamente Filipo y marchó.

Olimpia se quedó en silencio, con la mirada fija en cómo su marido se iba de aquel lugar.

—Madre...

—Alejandro, no seas como tú padre, ruego a los dioses que no lo seas— Dijo Olimpia y volvió rápidamente su mirada a su hijo.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora