Capítulo 10

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Las amazonas ya estaban a salvo, pues su tierra ya había caído en las manos de Alejandro.

Los ojos del rey Macedonia se dirigieron hacia el sur, justo a Mesopotamia.

—¡Alejandro!—Uno de los soldados vino corriendo hacia la tienda del rey, pero fue detenido por la guardia—¡Dejadme pasar, es urgente!

Alejandro se asomó de su tienda y vio el aspecto de aquel soldado, es como si hubiera visto a Fobos y Demios allí mismo.

—¿Que sucede?— Dijo el rey con un tono suave e hizo un gesto para que le dejaran al soldado—Hablad.

—Mi buen rey... Los persas han atacado las guarniciones que descendía hacia el sur— Soltó el soldado.

—Y se seguro que están al mando de Dario.

—Así es, su majestad.

—Bien, podéis retiraos. Gracias por informarme—Alejandro volvió al interior de su tienda y miró al mapa—¿Que he hecho mal?

—No has hecho nada malo.

—Mariam—Dijo sorprendido Alejandro—No os he ido de entrar.

Mis ojos se dirigieron al mapa, lo analicé al detalle, todas las marcas, líneas y dibujos que habían en ese papiro.

—La pérdida de esas guarniciones no es mucha, todavía te quedan hombres para hacer frente a Dario.

—Según mis exploradores y espías, me superan número—Comentó Alejandro—A pesar de que haya perdido buenos hombres, temo el descenso por la costa del Mesogeios Thalassa tendrá que ser detenida.

—Pues sino puedes bajar—Miré a los ojos del joven Alejandro— Tendrás que subir— Señalé en el mapa a uno de los ríos que estaban al norte de su posición, cerca de Issos.

—¿El río Pínaro?

—Si—Respondí.

En ese momento entró a velocidad Ra y me comunicó lo que estaba sucediendo en el exterior. Alejandro miró con curiosidad a mi halcón, parecía que le había fascinado mi ave.

—¿Que os dice?—Preguntó con curiosidad el joven rey macedonio.

—Dice mi pequeño y fiel compañero, que debéis estar bien preparado—Acaricié con ternura la cabeza de Ra—Los ejércitos de Dario están ascendiendo.

—Entonces...

—Ya sabéis donde tenies que enfrentaros. En el río Pínaro, aunque os superen en número, siempre hay que una o varias estrategias.

El perro que había en interior de la tienda, levantó rápidamente y olió el ambiente, pero luego su estado de tranquilidad pasó a unos fuertes gruñidos.

—Peritas ¿Que sucede amigo?— Dijo Alejandro mientras se acercaba al perro—¿Que hueles?

—Ni los perros de Artemisa ni Lélape ni el mismísimo Cercebero gruñen de esa forma—Comenté—Hay algo que no le está gustando para nada.

Luego aulló fuertemente y fue en ese instante, cuando, de entre las sombras, surgió la figura de un gran perro negro, tan negro como la misma noche, de ojos brillantes como las estrellas. Una sonrisa se me dibujó en mi rostro, sabía perfectamente quien era.

—Vamos, amiga, desvela tu figura—Comenté.

Alejandro no comprendía de dónde había salido aquel perro, pues no lo había visto entrar y no estaba cuando él entró.

El perro pasó a se la figura de una joven diosa, de vestimentas oscuras y elegantes. Peritas movía su cola como si aquella mujer la conociera de toda la vida.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora