Capítulo 20

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Nos quedamos un tiempo en Babilonia, hasta los ejércitos macedonios hubieran descansado lo suficiente para poder volverse a poner en marcha.

Mientras tanto, Ares y yo nos encontrábamos dando un paseo a solas en los jardines colgantes. Admirando la belleza de aquel exótico lugar.

El sonido de las fuentes de aquellos jardines hacia que nuestros se relajaran y tuvieran una paz que antes no habían tenido debido al caos del campo de batalla.

La vegetación y los grandes árboles que había en el jardín nos daban una sombra que nos privaba del Helios de justicia que estaba haciendo aquel día.

Caminábamos despacio, sin ninguna prisa alguna. Yo iba agarrada de su brazo y de vez en cuando me apoyaba en él. Ares estaba muy tranquilo, pero notaba que tenía un poco de tensión en su cuerpo, debido a que nunca bajaba la guardia.

—Debes relajarte un poco—Dije con suavidad.

—Estoy relajado.

—No lo estás, puedo sentir tu tensión en el brazo—Deposité un peso sobre su fuerte brazo y este se relajo al fin—Así me gusta.

Una grave risa salió de su garganta y acto seguido él depositó un beso sobre mi cabeza y continuamos con nuestro paseo.

—¿Cuando fue la última vez que tuvimos un momento así?—Preguntó Ares.

—Hace muchos siglos—Respondí y Solté una pequeña risa.

—¿No cuentan los momentos que hemos tenido en nuestra tienda?—Insinuó Ares arqueado una de sus cejas.

Me reí de su comentario—Esos momentos no valen Ares, no ha habido tranquilidad.

—Después de la "batalla", si que lo ha habido—lanzó una mirada pícara —Especialmente cuando tu caes rendida por el cansancio de la pasión.

—Tu caes como un trono después de la "batalla"—Comenté.

Mientras que el matrimonio de la guerra seguía caminando, riendo y hablando por el jardín.
Dionisio, Apolo y Hermes estaban montando un desmadre en el interior del palacio.

Se habían montado una fiesta ellos tres solitos, rodeados de tinajas de vino que había traído Dionisio de su carro tirado por leopardos.
Vino más vino bebieron los tres dioses, bailaron con la música que estaba tocando Apolo con su lira y se rieron de las escaramuzas que contaba Hermes.

—¡Dionisio!—Llamó Hermes, que a este mismo le estaba pasando factura el vino.

—¡¿Qué?!—Respondió Dioses con un alto nivel de embriaguez.

—¿A que no te atreves a saltar por el balcón y caer en el estanque?—Tambalea un poco el mensajero de los dioses.

Se hizo un silencio en la habitación.

—No hay huevos—Saltó Apolo, también gravemente afecto por el vino.

—¿Qué no hay huevos?—Dionisio acabó de golpe su copa de vino— Sujetame la copa y verás que huevos tengo.

Justo en ese momento, antes que el dios del vino saltará por el balcón del jardín, Artemisa lo sujetó y lo alejó del balcón.

—¡¿Estáis gilipollas o que os pasa?!—Ella miró la gran cantidad de tinajas que había por los suelos—¿No me jodáis que os habéis bebido todo el puto vino del palacio?

Mientras que la diosa lunar regañaba a los tres dioses, muy cerca de donde estaba todo esto sucediendo. Atenea y Enio estaban tranquilamente admirando las vistas de la ciudad, la pequeña brisa que corría hacia que se movieran los mechones de sus cabellos y los pliegues de sus ropas.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora