Capítulo 12

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El ejército se estaba preparando para la inevitable batalla que en pocas horas se iba a librar en aquellas tierras cercanas a Issos.
Los generales y los más cercanos a Alejandro, se encontraban reunidos en la misma tienda de este, planificando el ataque hacia los persas.

—Bien ¿Ha quedado todo claro?— Dijo Alejandro.

—Alejandro, según los exploradores que habréis mandado esta mañana nos han informado que las tropas de Darío avanzan muy rápido y que el tiempo que estamos aquí parados, será de gran ventaja al igual que su superación en número— Dijo uno de los generales.

—¿Desconfías de que nuestros hombres no sean capaces de hacer frente a los persas, además de que se os ve que dudaís de la estrategia de vuestro rey?—Saltó Hefestión.

—No es eso a lo que me refería, sino que debemos ponernos en marcha ya—Respondió el general.

—Mandad la orden, que se pongan en marcha—Dijo Alejandro a uno de los soldados, el cual salió de inmediato de la tienda—Tú, tráeme a Bucéfalo—Y otro soldado salió de la tienda.

Mientras tanto, el ejército macedonio se acercaba hacia el ejército persa, como una frontera y foso protector el río Pínaro.

Los dioses le estábamos observando, además de como avanzaba el enemigo.

Ra y la lechuza de Atenea sobrevolaban el ejército de Alejandro. Las aves rapaces volaban entre las largas lanzas que llevaba la infantería como bloque central y la caballería en los flancos de estas.

Yo, subida a lomos de Bestia, intentaba sujetarla antes de lanzarse sobre los soldados. Salivaba mucho hasta tal punto que de su boca salía una espesa baba provocada del manjar que se iba dar. Podía sentir como su cuerpo se te saba entre mis piernas, a la espera que la espolease para lanzarse a la carnicería.

—Aguanta, ya te hartarás—Dije mientras daba unas palmadas en su fuerte cuello.

—¿Nerviosa por la batalla?— Un carro tirado por caballos de crines de fuego se puso a mi lado, era Apolo y Artemisa.

—Hermano, siempre hay nervios cuando se va a desatar algo muy intenso—Respondió Artemisa.

—Especialmente cuando desconocemos los resultados que puedan dar en una batalla—Añadí—No es sólo nervios, sino también el temor a que todo se tuerza.

—¿Lo dices por Alejandro?— Artemisa posó sus ojos en la figura del joven rey macedonio que estaba al frente de sus tropas.

—Aunque sólo tenga veintiún años, está en la flor de la vida y le espera mucho por lo que vivir... Pero sabemos que no somos dueños del destino.

Otro carruaje se nos unió a la conversación, caballos negros que exhala an fuego por sus ocicos, era Ares junto a sus dos hijos gemelos, Demios y Fobos.

—Eso no te lo puedo negar Mariam.

—Bueno ¿Y cuando nos vamos a poner a destripar a persas?—Comentó Fobos.

—Yo ya no puedo esperar, necesito escuchar los gritos de dolor de los soldados y su calida sangre manchar mis manos—Añadió Deimos.

—En cuanto de la señal Alala—Apolo miró a los dos gemelos, los cuales estaban ansiosos por lanzarse a la batalla.

Los ejércitos de Alejandro ya estaban posicionados y fue cuando Alala lanzó su grito.

Solté mis riendas y Bestia se lanzó al galope abriendo su boca y dejando a la vista sus fauces. Los carruajes de Ares, Apolo y compañia me comenzaron a seguir, pero no me podían alcanzar.

Esposa de la Guerra IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora