37. En el filo de la navaja

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Akutagawa sabía que el ladrón burlón con el que el inocente e incauto de Nakahara había fornicado acudiría a la trampa que le habían tendido, aún seguro que sabiendo que lo era, porque el tal Dazai era un suicida, capaz de hacer las idioteces más absurdas por conseguir su objetivo: en este caso, el descentrado detective sexy.


Sí, Akutagawa lo tenía bien calado. Conocía bien a él y a todos los de su especie. Y todos, cada uno de ellos acabarían en prisión. Si el carcamal ese de Hirotsu fue a la trena, los otros también. Especialmente cierto albino...


La melodía de una llamada entrante en su móvil le sacó de su espiral de odio autosatisfactorio mientras supervisaba con Tachihara el furgón donde supuestamente se iba a trasladar a Nakahara, y daban instrucciones a los agentes que se iban a apostar para vigilar.


Miró la pantalla del móvil, pues podría tratarse de un aviso de que había alguna novedad en el plan.


Se trababa de Higuchi.


Nada más responder, la voz nerviosa de ella le rogó:


—Akutagawa-sama, debe venir enseguida, rápido...


Akutagawa abrió los ojos como platos cuando de fondo en la llamada de Higuchi escuchó:

„Yo solo quiero poner una denuncia. Me han robado a mi detective y quiero recuperarlo. Sé que lo tenéis aquí y solo quiero llevármelo conmigo"

¡Era él! Reconocería su desagradable voz en cualquier circunstancia desde que le hiciese aquella video llamada en el restaurante.

—¡Tachihara! —le gritó a su ayudante para que le siguiera en su carrera hacia el interior de la comisaría, este fue tras él sin dudar un segundo y al entrar Akutagawa notó que perdía la respiración porque allí estaba él, Dazai, el ladrón descarado, vestido con su disfraz rocambolesco, sin perder la sonrisa confiada a pesar de estar rodeado de policías que le apuntaban.

No tenía miedo, ninguno, como todos los dementes, y sin importarle el peligro, soltó un suspiro cuando Nakahara esposado apareció por el pasillo conducido por el comisario Mori.

Vio como el rostro de Nakahara se perturbaba y como el comisario sonría satisfecho porque el ratón hubiese caído en la ratonera atraído por el queso.

Akutagawa no podía alegrarse aún, no podía relajarse, sabía que las alimañas como él son traicioneras y difíciles de cazar.

El delincuente extendió su mano derecha ladrona y le pidió a Nakahara.

—Sé libre, Chuuya, ven conmigo.

Akutagawa apreció como Nakahara se emocionaba y sus labios dudaban en formar el sonido del sí. Nakahara iba a cambiarse de chaqueta por un calentón sexual.

El sexo atonta el seso, eso es lo que siempre había pensado él, por eso lo apartó de su vida cuando inició su carrera profesional, con solo una excepción, una que no quería recordar pues se daba asco a sí mismo. Ese, ese...

—¡Oh, he oído un gruñido! —decía ahora Dazai y Akutagawa sintió que la bilis se le agriaba cuando el caradura se giró y le miró con una diversión tan estúpida que tuvo que apretar los puños para contener sus ganas de golpearle. —¡ Si es el poli rabioso, el gran detective Akutagawa! Diría que es un placer, pero desde luego que no lo es.

A punto estuvo de replicarle Akutagawa „lo mismo digo", pero no podía caer en su juego. Ya demasiadas veces lo había hecho por culpa de las provocaciones de sus haikus.

En su lugar gritó:

—¡Detenedle!


Pero ni un solo de los policías movieron ni un pelo. Solo se miraron unos a otros nerviosos y adelantaron un poco más sus armas.

Ahora me ves, ahora no me ves. BSD. Soukoku , Shinsoukoku. OC.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora