Al recién llegado detective Chuuya Nakahara no se le había asignado un despacho propio sino que compartía el de Akutagawa una pequeña mesa junto a la de Tachihara.
No se quejaba pues estaban terminado las obras de remodelación del que iba ser el suyo propio, en la puerta de delante. Mientras, le resultaba muy agradable conversar con el ayudante de Akutagawa y, de paso, enterarse de información tan útil como que los ladrones de joyas dejaban siempre un Haiku con palabras burlonas hacia Akutagawa.
¿Significaba aquello que los ladrones tenía un resentimiento especial contra Akutagawa? ¿Quizás les había detenido él antes?
Tachihara negó esa posibilidad pues esa línea de investigación ya había sigo seguida sin encontrar ninguna evidencia de que fuera una venganza de un criminal apresado por el famoso detective.
Fama. Esa era la palabra clave.
Akutagawa estaba convencido que solo dejaban esos mensajes para llamar la atención y que sus fechorías no fueran investigadas por otro equipo que no fuese el más reputado de todo Yokohama.
Aquella deducción le dio ánimos a Akutagawa para seguir tras la pista de los ladrones pero cuando todos los fallos y posibles trazos de la identidad y del modus operandi de los robos no llevaban a ningún lado, cuando las investigaciones se quedaban en punto muerto, como si fueran en verdad fantasmas; cada haiku nuevo enervaba más y más a Akutagawa hasta el punto que los había hecho enmarcar y los tenía colgados en las paredes del dormitorio en su casa.
Cuando escuchó aquella información de hasta que punto había llegado el desquicio de Akutagawa por el caso, Chuuya comprendió el porqué el comisario Mori le había puesto a él también en la investigación conjunta.
Aún así le parecía a Chuuya que el si quiera pensar que el comisario quería que él relevase del caso a Akutagawa era de confiar demasiado en alguien que apenas tenía una reputación emergente.
No es que Chuuya no creyese que no estaba preparado para asumir tal responsabilidad, solo que admiraba demasiado a Akutagawa para horrorizarle la idea de que él se sintiese desplazado por el novato de la comisaría.
Parecía eso, mirase por dónde se mirase, una degradación.
Akutagawa también sospechaba que el comisario Mori deseaba „sangre fresca", tal como él mismo había dicho, en el caso, y por ese motivo, la amabilidad con la que había acogido el primer día a Chuuya había sido dejada de lado.
Al día siguiente del robo del rubí Scarlet, Chuuya recibió el encargo personal de Akutagawa de archivar en cajas los expedientes de casos del año anterior para así poder tener más espacio.
Mientras Chuuya realizaba lo que era sin duda una tarea de aprendiz detective, algo que desde luego hacía mucho que había dejado de ser, Akutagawa y Tachihara marcharon a interrogar al pastelero que había elaborado las rosquillas donde los ladrones habían puesto el narcótico para el guardia de seguridad del banco.
No negaría Chuuya que le molestó aquella discriminación pero comprendía el recelo de Akutagawa hacia él y sabía que, una vez los ladrones fueran detenidos, no tendría ya más esos roces competitivos con Akutagawa.
Secretamente Chuuya pensaba que no era profesional verse afectado en lo personal por un caso, como le sucedía a su admirado detective.
Trabajo y vida privada debían estar bien separados.
De todos aquellos pensamientos a los que estaba sumergido mientras guardaba las carpetas archivadoras en cajas le sacó unas voces que hablaban en inglés y que parecían acercarse a la puerta del despacho.
Entendió que decían que Akutagawa no estaba y que alguien con claro acento nativo norteamericano aconsejaba que volviese a la otra persona con cita concertada.
Se trataban de voces masculinas estadounidenses las dos, así que no era Ms. Mitchel. ¿Quizá sería su prometido Hawthorne? No. La voz del que de nuevo insistía en esperar a Akutagawa sonaba demasiado alegre y campechana para ser la del reverendo que había sido también víctima de la acción criminal.
Chuuya decidió salir a ver personalmente quienes eran los que conversaban en la puerta del despacho y justo cuando puso la mano en el pomo esta se abrió.
Se encontró de frente con un hombre más o menos de su edad, cabello corto naranja, ojos que le miraron con sorpresa al encontrase pero enseguida cambiaron a una expresión franca y de mucha confianza.
A su lado estaba el compañero del flequillo sobre la cara, del que aún no sabía el nombre. Chuuya no salió de su asombro al comprobar que efectivamente sí llevaba un mapache colgado al hombro.
—¡Disculpe, detective Nakahara! —habló muy apurado ese colega y Chuuya aprovechó para leer en la placa enganchada en su pantalón que se llamaba Edgar Poe. —Le he insistido para que se marchase, él es...
—¡Mark Twain! —se presentó el joven que había abierto con descaro la puerta del despacho. —Corresponsal del The World News —adelantó la mano para chocarla pero Chuuya la miró con recelo y el extrovertido periodista no le quedó otra que bajarla. Pareció desconcertado y un poco perdido sin saber qué rumbo tomar pero al segundo su rostro se volvió a animar y añadió guiñando un ojo. —¿Está usted también en el caso, detective Nakahara?
Así que se acababa de fijar en la identificación. A Chuuya le agradó que fuera despabilado. Realmente le gustaban las personas despiertas.
—Realmente le vuelvo a pedir que se marche —le volvió a insistir Poe a Twain en inglés.
—El deber de un periodista es informar —le replicó en el mismo idioma Twain. —Y unos compatriotas han sido las nuevas víctimas de la banda de los ladrones fantasma. El pueblo necesita saber.
Las palabras eran pronunciadas por el norteamericano sin perder la sonrisa abierta que invitaba a confiar en él y Chuuya tuvo una idea.
Si los ladrones buscaban fama, qué mejor forma que Chuuya provocase la crecida de su ego durante unas declaraciones en la prensa.
Chuuya había leído que en la placa del Poe rezaba que era el relaciones públicas de la comisaría, de ahí que estuviese intentando mediar con el periodista.
—Creo Poe que yo puedo conceder una pequeña entrevista al señor Twain.
Tanto Poe como Twain no se esperaban que Chuuya hablase inglés y más con tanta soltura.
—¡Oh! ¿Podría grabar unas palabras suyas en inglés? Es inusual encontrar a japoneses que dominen de esta forma mi lengua materna.
Y el ego de Chuuya también se vio aumentado por la lisonja de Twain.
—No tengo nada en contra —miró de reojo a Poe, quien de pronto pareció aún más nervioso. —¿O acaso solo puede Akutagawa hablar con la prensa del caso?
Poe negó con vehemencia.
—No. Usted, detective Nakahara, tiene las mismas atribuciones que el detective Akutagawa, solo que...
Twain no quiso oír más.
—Estupendo. No le robaré más que unos minutos y todos mis lectores le van a estar agradecidos, detective.
Chuuya sonrió feliz y orgulloso por primera vez desde que se había quedado encerrado con las cajas y los expedientes antiguos.
Realmente le caía bien Twain.
Gracias por leer
Próximo capítulo: eligiendo una joya especial para el próximo golpe
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Ahora me ves, ahora no me ves. BSD. Soukoku , Shinsoukoku. OC.
أدب الهواةEl detective Chuuya Nakahara vuelve a su ciudad natal Yokohama con la confianza plena de atrapar a la banda de ladrones de guante blanco que juegan al rato y al gato con el famoso detective Akutagawa. Quizá él mismo sea la joya más tentadora de ser...