23. Su ladrón

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Dedicado a mis queridas Anne y Sophie por su cumpleaños. ¡ Felicidades!

Chuuya sintió que su sangre empezaba a arder y que la piel se le iba a quemar de todo el bochorno que sintió al ver como la cámara de seguridad de la galería de arte había captado el momento en que él y el ladrón se habían besado.

Como era el cuadro al que enfocaba, era Chuuya el que estaba de frente y en su rostro se veía con que deleite había gozado de ese beso.

Aquella grabación la podía ver cualquiera, empezando por el dueño de la galería, y las imágenes  le acusaban de complicidad con el ladrón. ¿Qué explicación sino darle a que pasadas más de doce horas de ese beso, él lo hubiese ocultado? A parte de esto, estaba que su expresión al estar cerca del ladrón, su anhelo antes del beso y su agrado tras él. Si él mismo no supiese la verdad, no tendría dudas que aquellos dos de la grabación eran amantes.

Cerró la aplicación de video del ordenador y extrajo el lápiz USB, mientras su pobre mente intentaba pensar en claro para decidir qué hacer porque solo se le ocurría una forma de salvar su carrera y esta era mostrarle todo lo que el ladrón le había regalado en esos días, es decir, los dos retratos e incluso la grabación al comisario Mori.

Confiaba que la profesionalidad del comisario no le dejase duda de que Chuuya no tenía nada que ver con las actividades delictivas de su ladrón y sus compinches. Pero, ay, ese era el problema. Era su ladrón. Aquello que mantenía con él, aquel juego de seducción le daba la vida donde él creía que su corazón no iba a poder a entusiasmarse por alguien tras el disgusto con Shirase. Si Mori lo sabía, acabarían esos encuentros secretos con su ladrón y ese picazón dulce al estar con él, nunca más sucedería.

Con siempre que se encontraba en un atolladero, pensó en su padre y repitió su mantra pidiendo ayuda:

„ Papa, que dois-je faire?"

Como si su padre desde el más allá le hubiese escuchado, alguien vino a arrojarle un poco de claridad en la oscuridad de su caos. Alguien con una bandeja llena de helados.

—Chuuya-chan, ¿qué sabor te apetece?

A Chuuya le resultaba tan extraño llamarse de pronto Chuuya-chan por parte de Akutagawa, pero estaba tan agradecido de aquella nueva e inesperada familiaridad que no hubo queja alguna por su parte.

—No sé si pueda tras la pizza familiar —se excusó dando una palmada a su estómago.

—Solo te has comido tres porciones —señaló acusador Akutagawa la caja medio cerrada de pizza. —Así que ya tienes la cena para esta noche. Pero ahora debes comerte un helado.

Y sin volverle a preguntarle le puso una tarrina de helado de melocotón sobre la mesa. Cierto era que era el que más le apetecía.

—¿Te apetece otro sabor?

Chuuya temió que le pondría otra segunda tarrina si le respondía.

—No, no, melocotón está bien.

—Estupendo, queda solo una de nata. Como ya toda la comisaría tiene creo que me la tomaré yo contigo. ¿No te importa que me siente aquí? —le preguntó con cortesía mientras acercaba una silla de la pared al lado de él.

Comieron las tres primeras cucharadas en silencio.

Chuuya sabía que Akutagawa se había quedado a propósito porque era consciente que toda la comisaría creía que era una alucinación el gran cambio de comportamiento del detective. ¿Quería sincerarse con él? ¿Con el recién llegado? Aunque a veces es más fácil abrir el corazón a un casi extraño que a alguien de confianza.

Ahora me ves, ahora no me ves. BSD. Soukoku , Shinsoukoku. OC.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora