- Combates bien para ser una chica - se burló Atlas de la diosa - Pero no eres rival para mí -
Dante cargaba con el peso del la bóveda celestial, pero el combate continuaba su alrededor. El titán le hizo una finta con la punta de la jabalina y Artemisa la esquivó... Error. Rápidamente, el titán volteó su arma y derribó a la diosa dándole en las piernas. Mientras ella caía al suelo, Atlas se dispuso a asestarle el golpe definitivo - ¡No! - gritó Zoë.
Saltó entre su padre y Artemisa y lanzó una flecha a la frente del titán, donde quedó alojada como el cuerno de un unicornio. Atlas bramó de rabia. Le dio un manotazo a su hija, que fue a estrellarse contra un grupo de rocas negras. Por último, Atlas se volvió hacia Artemisa con expresión triunfal. La diosa estaba sumamente herida, porque no hizo ni un amago de levantarse.
- La primera sangre de una nueva guerra - dijo Atlas, muy ufano. Y alzó la mitad de su jabalina, dispuesto a lanzar el ataque que pondría fin a aquella batalla. Pero antes de que pudiese descargar aquel último ataque, una nueva presencia inundó el campo de batalla. Hasta los cimiento de la fortaleza empezaron a sacudirse mientras una oscura y gélida sensación envolvía a todos los presentes.
Los monstruos que subían por la cuesta, listos para unirse a la batalla se quedaron congelados. Atlas empezó a mirar en todas las direcciones intentando descubrir de dónde provenía aquella sensación. Sin embargo, la primera en comprender quién había aparecido en el campo de batalla, o más bien quién había vuelto, fue Artemisa - No puede ser... - musitó la diosa mientras ante sus ojos se mostraba una de las imágenes más impactantes de la historia griega.
Dante, el hijo de Ares quien hacía solo unos segundos se encontraba de rodillas bajo el peso de la cúpula celestial, empezó a incorporarse. La nube rojiza que salía de los poros de su cuerpo empezó a intensificarse hasta alcanzar el oscuro color de la sangre. Primero, consiguió levantar una pierna, mientras el suelo bajo sus pies se resquebrajaba.
Después, alzó la mirad. Sus gélidos ojos recorrieron el campo de batalla, escaneando sus alrededores. Primero, vio a Percy y Annabeth, los dos chicos se quedaron estáticos mientras veían como el brillo de los ojos de su amigo se extinguía. Después, su vista alcanzó a la diosa. Artemisa casi pudo sentir como una daga se apoyaba sobre su garganta. No sabía cómo o por qué pero aquel chico desprendía una presión casi ancestral... Ella había vivido durante milenios, pero jamás había sentido nada remotamente parecido a aquello. Un mortal... Con el poder de un dios.
Por último, Dante vio a Zoë, la chica yacía inconsciente con la espalda apoyada en uno de los muros, mientras un reguero de sangre salía de su costado. Aquella imagen encendió una chispa en su mente - Nunca te prestó su poder... - susurró el diablillo a su oído - Siempre fue tuyo -
- Dominio del Monarca - en cuanto el chico pronunció aquellas palabras la presión que envolvía el campo de batalla se intensificó, casi como si la gravedad se hubiese vuelto diez veces más intensa.
- ¿Qué demonios eres tú? - musitó Atlas. Titán y semidios cruzaron miradas mientras el segundo conseguía levantarse sobre sus dos piernas. Dante hizo lo que ningún ser había hecho nunca, sostener el peso de la bóveda celestial solo con la fuerza de sus piernas - ¡¿Qué demonios eres tú?! -
Dante ignoró los gritos del titán y cerró los ojos durante unos segundos. Empezó a compensar el peso que había sobre sus hombros hasta que consiguió sostenerlo con una sola mano - Cállate - ordenó con voz rasposa.
Miró a sus pies, donde el diablillo estaba sentado mirándole con su macabra sonrisa - Hazlo Dante... - el hijo de Ares orientó la palma de su mano libre hacia el titán y cerró el puño con fuerza. Y como respuesta, Atlas cayó al suelo de bruces.
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ARES #3 // DIOSES DEL OLIMPO
FanfictionRecuerda quién eres... Seis meses han pasado desde que Thalia fue liberada de su prisión y una nueva amenaza se alza al oeste del país. Dante deberá unir fuerzas con nuevos aliados y descubrir los secretos de su propia poder si quiere que la luna b...