EPÍLOGO

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Dante se quitó el casco lentamente mientras bajaba de la moto. Se encontraba en lo alto de una colina desde la que podía ver a la perfección el imponente puente que le daba la bienvenida a su destino - San Francisco... - musitó mientras veía la ciudad.

Había viajado durante todo el día sin descanso y para cuándo llegó ya era bastante entrada la noche, así que la ciudad del oeste de Estados Unidos brillaba con luz propia

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Había viajado durante todo el día sin descanso y para cuándo llegó ya era bastante entrada la noche, así que la ciudad del oeste de Estados Unidos brillaba con luz propia. Después de unos minutos de descanso y reflexión, convenciéndose de que estaba haciendo lo correcto volvió a subir a la moto. No faltaba mucho para que su viaje acabase, y la verdad es que después de recorrer todo el país ahora era cuando más nervioso estaba. Condujo por las concurridas calles de San Francisco repletas de trabajadores que volvían a su casa una vez acabada su jornada laboral. Y al igual que ellos Dante se dirigía a su casa, solo que en vez de haberse ido aquella mañana habían pasado ocho años.

Después de recuperar sus recuerdos el camino de vuelta a lo que fue el hogar donde se crió, surgió en su cabeza como si siempre hubiese estado allí. Recorrió las calles como si la última vez que hubiese estado en San Francisco hubiese sido ayer, hasta que finalmente llegó a su destino. Un simple edificio en el centro de la ciudad. No era nada lujoso, ni distinguido, solo era un edificio más en aquella enorme ciudad. Pero para él significaba todo. Aparcó enfrente del edificio sin poder apartar la mirada de una de las ventanas, como si algo le llamase.

Dante bajó de la moto y se plantó delante del edificio, mirándolo de arriba a abajo como si en cualquier momento fuese a desaparecer. Necesitó un par de segundos para asegurarse de que aquel lugar era real y no un engaño de algún dios o de la propia Niebla. Necesitaba asegurarse de que después de tanto sufrimiento por fin había llegado a su destino. Tragó fuertemente y subió los escalones que daban entrada al edificio. Lo primero que vio fue la garita del portero, vacía a aquellas horas de la noche, pero con claros indicios de que allí trabajaba alguien. Se montó en el ascensor y miró el panel de los pisos. Automáticamente su dedo marcó un número, como si estuviese programado para hacerlo - Cuarto B - murmuró mientras las puertas de metal se cerraban.

El recorrido fue de apenas unos segundos, pero para Dante se sintió como una eternidad. Empezó a dar golpecitos con los dedos en la pared, intentando disipar su creciente nerviosismo. Y entonces, el ascensor llegó al piso que había marcado. El sonido de las puertas abriéndose le sacaron de sus pensamientos, haciendo que diese un pequeño brinco.

Salió del ascensor con paso tembloroso y se encontró en la cuarta planta. Por fin, después de tanto tiempo solo estaba a unos pasos de llegar a donde nunca tendría haberse ido. Pero por alguna extraña razón que ni siquiera él comprendía no estaba contento. Siempre que Helena o Annabeth le habían preguntado sobre su pasado y qué haría si recuperase la memoria se había hecho el duro, diciendo algo como: «Ni lo sé ni me importa». Pero ahora que estaba delante de la puerta se dio cuenta de que sí que le importaba... De hecho le importaba más que nada en el mundo.

Estiró la mano hasta tocar la puerta con miedo. Sus dedos no pararon de temblar hasta que asió el pomo. Entonces, soltó el aire que había estado conteniendo y lo giró - Está cerrado... - dijo sin poder creer que la puerta no se abría. Volvió a intentarlo, pero definitivamente la puerta estaba cerrada con llave. Dante estampó su cabeza contra la puerta - Claro que está cerrada - musitó entre dientes - Ha pasado casi una década. ¿Cómo va a estar abierta? -

Después de profanar un par de insultos al aire volvió a coger el pomo con fuerza - Luego lo arreglaré - dijo mientras usaba su fuerza de semidiós. Con un chasquido metálico la cerradura cedió y la puerta se abrió un poco. Dante le dio un leve empujón a la madera, como si el mínimo contacto fuese a quemarle los dedos.

La puerta se abrió por completo, dándole la bienvenida a un oscuro pasillo. Dante se quedó unos segundos fuera, temeroso de entrar. Aquel lugar le llamaba, producía una atracción sobre él como si fuese un imán. Pero no era capaz de dar el paso - Adelante, Dante - susurró la voz del diablillo en su oído. Algo golpeó su espalda suavemente, haciendo que por fin diese el primer paso en lo que fue su hogar antes de ir al Campamento Júpiter.

Tanteó la pared en busca de los interruptores de la electricidad y con un botón devolvió la luz a aquel lugar. Lo primero que notó es que la casa estaba sorprendentemente bien, teniendo en cuenta que habían pasado casi diez años desde la última vez que alguien había pisado aquel lugar. Es decir, había una cantidad considerable de polvo, pero se veía mejor que su cabaña en el Campamento Mestizo.

Lo segundo que vio congeló su aliento. Sobre el armario de la entrada había varias cosas, un jarrón con una planta seca, un plato para las llaves y un par de fotos... Dante tomó la primera, repleta de polvo y pasó los dedos por encima. Era una foto suya, de cuando debía de tener ocho o nueve años. Llevaba una larga túnica blanca con bordados en morado. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue el tatuaje que llevaba en el antebrazo derecho. Eran dos lanzas cruzadas y bajo estas se podía leer las siglas: SPQR.

De golpe, un intenso picor se extendió por esa zona. El hijo de Ares agachó la mirada para ver cómo su antebrazo comenzaba a brillar con un tono rojizo. Poco a poco el picor fue convirtiéndose en un intenso dolor. Dante cayó al suelo de rodillas, ahogando un grito. Casi parecía que su brazo iba a estallar. Cuando pensó que necesitaría arrancarse el brazo, el dolor comenzó a disminuir. Se apoyó a duras penas en el armario de la entrada y volvió a incorporarse. Cuando estuvo de pie pudo ver como en su antebrazo ahora estaba grabado el mismo tatuaje que en las imágenes.

- Campamento Júpiter... Centurión de la Quinta Cohorte - musitó mientras pasaba un dedo sobre el tatuaje.

Ahora, se fijó en la segunda imagen que había sobre el armario. Esta estaba recubierta de polvo y tenía el cristal roto, como si se le hubiese caído a alguien. Deslizó los dedos sobre la imagen y reveló un rostro que no pensó que podría volver a ver. Inmediatamente usó su camiseta para limpiar un todo en polvo de la imagen. Una vez limpia volvió a ver la foto. En ella se podía apreciar a Nicole Pierce, junto con un jovencísimo Dante Pierce. Madre e hijo sonreían mientras del cuello del chico colgaba una medalla. El pequeño hacía el gesto de la victoria pero al Dante mayor eso no le importaba. Solo tenía ojos para su madre.

Esta era la segunda oportunidad que tenía de verla en ocho años y simplemente no podía apartar la mirada de la mujer. Así se quedó durante unos segundos, congelado en medio del pasillo hasta que gotas de agua cayeron sobre la imagen. Dante se pasó el brazo por la cara, intentando detener el torrente de lágrimas que brotaban de sus ojos. Pero no podía, o tal vez ni siquiera quería. Abrazó la foto mientras se apoyaba en la pared y poco a poco se fue deslizando hasta el suelo mientras seguía llorando - Lo conseguí... Mamá, lo conseguí - le dijo a la nada - Por fin estoy en casa -

ARES #3 // DIOSES DEL OLIMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora