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Por entre la gente del centro comercial de Coast City corría una chica de diecisiete años de edad, era morena, algo alta, cabello castaño un poco largo y ojos pardos. Llevaba una bolsa con cosas robadas, comida y ropa, en brazos y era perseguida por dos hombres, con sobrepeso, de seguridad del supermercado al que acababa de robar.

Ambos hombres la perseguían desde sus scooters policiales mientras ellos comían un par de donas viendo como la chica corría a unos veinte metros por delante, alejándose cada vez más de ellos.

— Oye —dijo, en inglés, uno de los hombres a su compañero—, ¿no crees que deberíamos atraparla ya y ponerle fin a todo esto?

— Si —le respondió el otro, también en inglés, mientras masticaba un pedazo de dona—, solo me acabo mi dona.

Ambos hombres terminaron sus donas y se esforzaron un poco más para alcanzar a la chica. La vieron entrar a una tienda de ropa.

— La tenemos —se confiaron los dos sujetos.

Grande fue su sorpresa ver cómo la chica pasaba sin ser percibida por entre la gente en el lugar hacia la puerta de salida de emergencia, la abrió con un sigilo increíble, como si no fuera la primera vez que lo hiciera, miró a los guardias y, con una gran aura infantil, les sacó la lengua con burla para después pasar por la puerta, cerrarla y bloquearla con una tabla que había dejado al costado de está momentos antes de entrar al centro comercial. Una estrategia fríamente calculada... O eso creía la chica.

— ¿A dónde creé que va, señorita? —dijo una voz seria desde detrás de ella mientras el sonido de la sirena de una patrulla policíaca hacía acto de presencia; se dio la vuelta con lentitud. Ante ella había un oficial de policía con los brazos cruzados y expresión seria.

Chingada madre —maldijo, en español, por lo bajo la chica mientras escuchaba como forcejeaban desde el otro lado de la puerta atrancada, tratando de abrirla.

— Acompañe me a la estación de policías, por favor —trató de sonar amable el oficial, pues no pudo pasar por desapercibido el color de piel de la chica, deduciendo así que era latina, aunque solo salió una orden un tanto brusca.

Lo siento, carnal —dijo la chica, de nuevo en español, mientras acomodaba la bolsa de cosas robadas entre sus brazos—, será pa' la otra.

Seguidamente corrió hacia el costado derecho de la patrulla policíaca, haciendo que el oficial, por instinto, fuera en la misma dirección sin predecir el hábil movimiento, muy parecido a uno en el fútbol, en el que la chica cambio de dirección, corriendo hacia el costado de la patrulla contrario al oficial, así dándose la oportunidad, que no desaprovechó, de escapar.

— Maldición —murmuró el oficial.

— Bye, viejo lerdo —se burló la chica saliendo del estacionamiento del centro comercial.

A los pocos metros de correr, escuchó como la patrulla encendía la sirena y era puesta en marcha el motor, para seguidamente dirigirse hacia su dirección.

Aceleró su paso y se introdujo a un pequeño callejón, lo primero que vio fue a un grupo de hombres al fondo de tal callejón, quienes notaron su presencia a penas puso un pie en el callejón.

«Okey... Tengo un problema» pensó en español la chica. Se dio la vuelta dispuesta a salir corriendo del lugar, cosa que fue impedida por el oficial que la perseguía, pues colocó su patrulla en la única entrada y salida del callejón. «Bueno, tengo dos problemas»

— Pero miren que tenemos aquí —dijo otra voz masculina. Alzaron las cabezas encontrándose a un hombre con piel bronceada y de cabello castaño, tenía un traje y un antifaz algo ajustado color verde bandera. Estaba envuelto en una especie de aura verde. A su lado estaba el mismísimo Superman.

«Okey... ¡Tengo muchos problemas!» exclamó mentalmente la chica con mucha inquietud, pues su plan original no incluía ser perseguida por una patrulla policíaca, llegar a un callejón y terminar en las manos de dos miembros de la Liga de la Justicia. «Yo y mi suerte»

La Hija De Hal || Roy HarperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora