Cap. 7 EL VÍNCULO

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Estando ya fuera de peligro, Cónfer se acercó a Diner y tomándolo con fuera intentaba separarlo del cazarrecompensas inconsciente.

—¡Diner! ¡Detente! ¡Está muerto! ¡Está muerto ya déjalo!

Diner presionando con fuerza sus puños se detuvo. Cónfer lo ayudó a pararse, una vez en pie fue inmediatamente hacia Alicia y la abrazó. Mudu se acercó hacia los cuatro mientras decía.

—No podrán salir por donde vinieron. Los guardias me informaron que decenas de mercenarios rodearon las salidas abajo.

—¿Están aquí por nosotros? —preguntó Alina.

—Así es —contestó Diner—. Cówan nos puso en su lista de buscados. Nuestros rostros están por toda la red.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Alicia.

—Síganme —dijo Mudu.

Fueron de nuevo a la oficina, Mudu se acercó a la esquina de un muro donde había una enorme pintura, la cual tenía un pequeño panel secreto. Mudu ingresó unos códigos en el tablero, y la gran pintura se abrió en dos, revelando una entrada de ascensor.

—Entren, los llevará hasta la azotea, tengo un lenca de corto alcance ahí. Mi androide los llevará hasta el puerto, una vez allí, suban a su nave y váyanse.

—¿Estás seguro? —preguntó Diner,

—Después de todo, te debía una —dijo Mudu, mientras sacaba el escudo de su bolsillo y se lo entregaba a Diner—. Tú me ayudaste a escapar la primera vez. Velo como el pago de ese favor.

—Gracias —contestó Diner mientras guardaba el artefacto.

—Está bien, ahora váyanse, sigan al androide.

Los cuatro subieron al ascensor, acompañados por el androide personal de Mudu. Una vez arriba, rápidamente subieron al vehículo, el androide tomó los controles, elevó la pequeña nave y comenzó a pilotarla en dirección al puerto.

Faltando poco para llegar, un disparo atravesó el cristal y le dio justo en la cabeza al androide. Sus sistemas se apagaron en ese instante, haciendo perder el control del Lenca, Diner intentó tomar los controles pero ya era tarde, estaban muy cerca del suelo. Se estrellaron en una zona deshabitada, a las afueras de la ciudad. Era un lugar en ruinas, los cuatro estaban un poco desorientados por el choque, hasta tenia algunas heridas pero no eran de gravedad. Cuidadosamente se ayudaron entre sí para salir del vehículo destrozado. Una vez fuera, miraron hacia el cielo, y vieron una nave acercándose al lugar.

—¡Es Álefer! —dijo Cónfer reconociendo la nave imperial.

—No estamos lejos del puerto, aún podemos llegar ¡Corran! —exclamó Diner.

Todos comenzaron a correr en dirección al puerto. En ese momento aterrizó la nave, y Álefer y sus soldados descendieron de ella.

—Captúrenlos. Los quiero con vida —ordenó Álefer.

Inmediatamente todos corrieron con gran velocidad detrás de Alina y su familia. Mientras que Álefer esperó que todos se alejaran, y en silencio tomó otra dirección.

Mientras tanto los demás se encontraban corriendo entre las ruinas de un antiguo santuario, construido a base de madera y rocas. Una densa niebla comenzó a surgir en el lugar, haciendo que se les dificultara ver. En un momento y sin darse cuenta, los cuatro se separaron, perdiéndose entre los tétricos restos de una civilización antigua que allí habitaba.

Alina intentaba encontrar a su familia, pensó en gritar pero sabía que expondría su ubicación a los enemigos. Luego recordó que todos llevaban los comunicadores, habló varias veces pero había mucha interferencia, una energía electromagnética en la zona hacia que los aparatos no funcionaran.

—Chicos ¿Chicos pueden oírme? —repetía Alina, esperando que alguno contestara—. Respondan ¿Alguien me escucha?

—Yo si —respondió una terrorífica vos detrás de ella.

Cuando Alina volteó, vio a Álefer, el cual la observaba con esa mirada penetrante que lo caracterizaba, sin mencionar la máscara que llevaba.

—Te escucho a la perfección —dijo él.

Alina no reaccionaba, era como si todo su cuerpo se había paralizado, su corazón latía con una incontrolable velocidad. En un segundo ella reaccionó, y por instinto, invocó sus poderes y materializó su espada para protegerse.

—Así que todo el tiempo fuiste tú —dijo Álefer, observando la espada de Alina—. La valiente niña de ojos azules. Eras tú.

—Me encantaría quedarme a charlar, pero tengo cosas que hacer. Si no quiere más de los que te di la última vez, mejor no me sigas — dijo Alina, caminando en reversa sin dejar de apuntarlo con su espada.

—No puedo hacer eso, tienes algo que es mío. La persona que te lo dio, fue quien me lo robó.

—Tú lo hurtaste primero, ella solo recuperó lo robado.

—La solución es más simple de los que crees —dijo Álefer, mientras se acercaba a ella con lentitud—. O me entregas el poder voluntariamente, o tendré que extraerlo de tu cadáver... ¿Qué decides?

—No voy a darte nada —contestó Alina con firmeza—. Tendrás que matarme si lo quieres.

—Estás tan confiada ¿Piensas que volverás a ganarme como la última vez? Eso pasó porque no estaba preparado, pero no se repetirá.

—Eso ya lo veremos —dijo Alina, antes de lanzar el primer golpe con su espada, pero Álefer lo esquivó de inmediato.

—Tienes la fuerza de voluntad, pero careces de técnica —dijo Álefer en tono burlón mientras esquivaba otro ataque—. Tus poderes no funcionan si los utilizas enojada ¿Qué nadie te lo dijo?

—¡Cállate! —gritó Alina al casi caer con torpeza al suelo.

—Detente, te harás daño —dijo él, un poco preocupado.

Alina estaba molesta, se dijo a sí misma que si la magia no la ayudaba a vencerlo, entonces su fuerza bruta sí. Desapareció su espada, y con velocidad corrió hacia él, envistiéndolo con todo su cuerpo. Las maderas rotas y rocas ayudaron a que Álefer perdiera el equilibrio y así ella lograra derribarlo al suelo, ambos cayeron sobre muchas maderas viejas que crujieron al romperse. Alina estaba sobre Álefer, pero antes que pudiera golpearlo, la superficie en la que estaban se desmoronó, haciendo que ambos cayeran en una cueva subterránea.

Una masa de agua había amortiguado su caída, en poco tiempo notaron que se encontraban dentro de un estanque. Alina materializó su espada e intentó atacar a la Álefer, pero él rápidamente materializó su espada y se protegió. El sonido de las espadas chocando retumbaba en todo el lugar. Por un segundo, ambos se detuvieron y sus miradas se cruzaron, conectándose profundamente. Los dos en el fondo querían desistir, pero la conciencia de cada uno les repetía una y otra vez sus obligaciones. En un momento Álefer abrió la boca y se le escapó la verdad.

—No quiero hacerte daño... Ya no puedo ocultarlo más.

—Álefer —susurró Alina, intentando no llorar.

En ese preciso instante, las aguas comenzaron a agitarse, desde el fondo una luz comenzó a emerger, toda el agua se iluminó, y de repente hubo una gran explosión, haciendo que ambos jóvenes salieran volando y chocaran contra los muros de la cueva. Ambos quedaron aturdidos por la explosión de energía, sintiéndose muy extraños.

Con dificultad, luego de unos segundos Alina se puso de pie, trepó entre los escombros y la madera vieja hasta salir de ahí.

Por su parte, Diner, Cónfer y Alicia acababan de entrar a la nave después de una incesante lluvia de disparos entre ellos y los soldados de Álefer. Cuando Diner encendió los propulsores, inmediatamente Cónfer exclamó.

—¡No podemos irnos sin Alina!

—Tranquilo, tiene un rastreador, iremos por ella —contestó Diner.

Alina se encontraba corriendo justo cuando la nave de su familia sobrevoló sobre ella. La nave descendió lo suficiente quedando suspendida a varios metros del suelo. Una escotilla se abrió y Alicia se encontraba allí, extendiéndole la mano a Alina para ayudarla a subir. Cuando Álefer salió de la cueva y sus soldados llegaban a su posición, Alina y su familia ya habían saltado a velocidad luz. 

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