Capítulo 28

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Leandro

Calabria, Italia

Todo en mi vida se había convertido en una total mierda.

Emmaline me había echado de su vida de la manera más fría posible.

Sentía que había perdido una parte de mí mismo.

Nunca me había sentido tan miserable. Era como si me hubiesen apuñalado directamente en el pecho y sacaran el corazón lentamente de sin anestesia.

Hacía tiempo que no sentía dolor. No recordaba lo que se sentía perder a una persona tan importante de mi vida desde que mi madre enfermó.

Esa mujer a la cual amaba, la que vivía en mis pensamientos desde que nos encontramos de casualidad a las afueras del palacio.

Ella era la causa de mi dolor y sufrimiento.

Me enamoré perdidamente de ella.

La había perdido y todo había sido porque no fui totalmente honesto con ella desde el comienzo.

Nunca podré olvidar la decepción y repulsión reflejado en su rostro cuando se enteró de la verdad.

La manera en la que me grito a la cara cuanto me odiaba y me aborrecía. Cuando había dicho que me amaba.

Me destrozó.

Por un momento me di por vencido, diciéndome a mí mismo que la dejara en paz.

Que dejará de luchar por ella porque perdería algo más importante que yo.

La corona.

Jamás la había visto tan enfadada como cuando Richard Vaughan le mostró aquella carpeta que contenía toda la información sobre mí.

Quería volver a Londres lo antes posible para hablar con Emmaline.

Pero cuando Giuseppe me llamó aquella noche cuando me encontraba solo en el bar bebiendo por lo infeliz y desdichado que era al perder el amor de Emmaline.

Me vi obligado en volver a Italia desde esa noche.

Mi propiedad estaba hecha una mierda.

¿Cómo había permitido que el hijo de puta de Bruno De Santis convirtiera en cenizas mi mansión?

Había pasado las últimas siete semanas en Italia pendiente de los avances de la remodelación de una gran parte de la mansión y encargándome de mis múltiples negocios.

Nada era más importante que Emmaline, pero no podía dejar que el legado de mi padre fuera pisoteado por el principal enemigo de la familia Fontana.

Un insignificante criminal como lo era De Santis.

Debía poner orden a esos cabrones.

No eran unas putas vacaciones.

No estaba lejos de la mujer que amaba porque quisiera. Era porque comenzaría una guerra dónde se derramaría demasiada sangre.

Pero no sería la mía.

- ¿Cómo mierdas Bruno De Santis tuvo acceso a la mansión? -

- No lo sabemos, señor Fontana - Mis hombres son tan cobardes que no se atreven a miran a la cara.

- Se les paga para que vigilen mi casa las veinticuatro horas del día. Si quieren conservar su puesto, dejen de ser unos incompetentes inútiles y hagan su maldito trabajo. Espero que ninguno de ustedes me las esté jugando por las espaldas. Porque me deshago fácilmente los traidores. -

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