3| Grand Jeté.

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Niza

Brisé volé, sissonne, brisé volé, brisé volé, trois, pas de bourrée. Trois, sissonne, pas de chat, pas de bourrée.

Intento seguir sus instrucciones al mismo tiempo que la música sin romperme el pie en el proceso o perder la concentración.

Cuando hago el último movimiento, respiro agitada y miro a la señorita Winslet con el apretado moño sobre su cabeza escrutándome regia, con esa expresión de aversión en el rostro que conozco tan bien.

No fue suficiente.

—Otra vez—ordena chasqueándole los dedos al pianista.

Lo escucho suspirar con pesadez pero pone manos a la obra, tocando las rápidas notas de La Esmeralda.

Elevo mis brazos y me coloco en posición inicial sin dejar de maldecir una y otra vez a Cesare Pugni y Jules Pierrot por asesinar a mis pobres puntas con su ballet.

Tomo una bocanada de aire profunda, levanto el rostro y, cuando la música fluye, permito que sus dedos me envuelvan, manejando mi cuerpo a su antojo.

Mientras ejecuto la técnica pulcramente, de manera casi perfecta, me repito que no puedo permitirme arruinar las cosas esta vez. Ya era suficientemente generoso por parte de la señorita Winslet dejarme conservar mi papel protagónico en el recital del próximo mes, no podía decepcionarla.

Ni tampoco podía permitir que mis compañeras me comieran viva.

Verán, hay muchas cosas turbias con las que las bailarinas debemos lidiar para llegar a consolidarnos como tales: los regaños, las prácticas, los rechazos, los juicios, lo costosa que es la industria. Sin embargo, nada se compara con el peor de nuestros verdugos y lo único que realmente puede destruirnos: nuestras compañeras.

El Ballet es, por excelencia, una de las disciplinas más competitivas de todos los tiempos.

¿Sororidad? Ése concepto no existe aquí.

Giro y mantengo los brazos en arco, inclinando mi espalda hacia atrás.

Me preparo y ejecuto un limpio grand jeté para mostrarles a las otras por qué soy yo la prima ballerina y no ellas.

La dinámica en este medio es muy simple: o comes o te comen.

O sostienes tú la corona o te desechan igual que a un peón.

Ser una bailarina es aceptar una vida basada en críticas y juicios. Sobre eso es que está construida esta retorcida disciplina.

Sí, es preciosa de admirar. Al menos cuando eres el espectador, cuando estás del otro lado del escenario, porque cuando te encuentras tras bambalinas... es mucho peor que estar dentro de una jungla rodeada por leones.

Piqué, balancé, balancé, soutenu, sissonne doublé. ¡Sisonne doublé! Relevé, balancé, ¡relevé, Niza, relevé!

Intento llevar mi pierna lo más arriba posible sin poder la postura y la gracilidad. Fijo la vista en la mancha sobre la pared para no prestar atención a las risitas molestas de mis compañeras.

Todas están mirándome expectantes. No con veneración, sino con envidia, rencor, esperanza de que me doble el tobillo y me lo fracture por siempre para deshacerse de mí y ocupar mi lugar.

Todas estamos aquí para ser la prima ballerina. O eres la protagonista o eres solo un adorno bonito en la parte trasera del escenario. No existe punto medio.

¡Relevé, Niza! ¡Brazos arriba! ¡Relevé, balancé, balancé!

Intento suprimir el dolor que me provoca ejecutar la coreografía. Mis zapatillas están gastadas, la punta muy blanda por el uso constante y mis dedos resienten mi peso como dos varitas intentando sostener un bloque de concreto.

Indeleble [+18] [Libro 1 de la Bilogía Artes] DISPONIBLE EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora