40| Melodía.

126K 11.5K 9.4K
                                    

Bryce

La resaca tiene formas muy interesantes de actuar.

Te enmudece. Te irrita. Te convierte en un ente inútil mientras intentas sobrevivir a los efectos del licor amargo y las sustancias corrosivas.

La resaca física es una mierda, pero la resaca moral, esa mierda es mil veces peor.

—Clay—llamo a mi hermano, mi voz sale como un graznido por la resequedad en mi garganta.

Él detiene todo lo que hace en la cocina y se gira para colocar una taza sobre la barra. Es café negro, muy cargado. Sin azúcar.

Sus facciones están endurecidas, como si estuviesen talladas en piedra. No hay emoción alguna en sus ojos, excepto cansancio.

—Gracias por el café—digo dándole un sorbo y...—mierda—maldigo con la lengua de fuera. Me ha quemado el malnacido, aunque el escalde funcionó bien para despertarme.

Mi hermano ni siquiera se inmuta por mi perorata, no se ríe por mis tontas desgracias, y es entonces cuando sé que esto es grave.

Me aclaro la garganta. No es un escenario extraño, al contrario, me siento como un mono que ya no aprende nuevos trucos porque hemos estado en esta misma situación un centenar de veces.

—Lo siento—murmuro fijando la vista en la barra.

Guarda silencio y me observa con ojos acusadores. Tengo la boca seca, la cabeza me punza y siento frío en mis piernas, donde la bata de baño que me puso Clay no alcanza a cubrirme. El aire late con una tensión aplastante, como si ambos esperásemos la explosión de una bomba que acabará con nuestra relación, con él, conmigo, con todo.

—Clay, dime algo—lo insto cuando ya no lo resisto más.

Nunca he sido bueno con los silencios, me ponen nervioso.

Deja de cruzar los brazos sobre el pecho, pero su expresión de hierro y piedra no mengua ni un poco.

—¿Qué quieres que diga?—espeta hosco— ¿Quieres que te felicite por meterte esa mierda de nuevo? Porque vaya, parece que últimamente es tu único talento—lanza dos aplausos burdos que me hacen encoger.

—No—contesto—. No es tan sencillo dejarlo. Trato, trato en serio, pero es tan difícil como desprenderse de cualquier vicio—intento explicar, enredando mis dedos bajo la barra—. Tú deberías saberlo mejor que nadie, ¿recuerdas cuánto te costó dejar de fumar?

Un músculo se mueve a un costado de su mandíbula.

—Yo lo dejé cuando dije que lo haría. Nunca te mentí.

—Lo sé, lo sé, carajo—me paso una mano por el cabello húmedo, mi poca convicción temblando bajo el peso de su juicio—. No quiero hacer esto tampoco, lo repudio.

—¿Entonces por qué mierda lo sigues haciendo?—reprocha alzando la voz una octava, ocasionando un respingo de mi parte—. Eres peor que un político, Dios. Estoy harto de tus promesas vacías y tus cagadas.

Intento hablar, pero me asedia sin tregua. Ha llegado a su límite.

—Estoy harto de tener esta conversación una y otra vez, esperando que esta sea la ocasión en que decidas poner tu vida en orden, cuando está claro que nunca lo harás. No sé quién es más idiota: tú por mentirme siempre o yo por creerte.

La tristeza y la culpa se mezclan en mi interior formando un bloque en mi estómago que pesa demasiado. Tiene razón, nos he engañado a ambos toda la vida con la falsa promesa de una recuperación que no llega, pero, ¿qué más puedes hacer cuando la presión te gana y la fama te absorbe? ¿Qué haces cuando todos quieren un pedazo de ti hasta que no dejan nada para dar a quienes amas?

Indeleble [+18] [Libro 1 de la Bilogía Artes] DISPONIBLE EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora