10| Glissade.

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Niza

Creo que se me ha fundido el cerebro.

Lo sé porque empiezo a ver motas negras de repente, aunque me esfuerzo por hacerlas desaparecer para no perderme ni un solo detalle del hombre que tengo delante.

Nada acude a mi mente a excepción de las sensaciones. Su mano está en mi barbilla, alzándola con un toque que es más rudo que considerado y las yemas de sus dedos me acarician el cuello. El corazón me late tan rápido que me duele y temo se me salga por la boca. Esa que él no deja de mirar como un lobo hambriento.

Sus pupilas están dilatadas y el gris casi se pierde en la oscuridad que abarca sus orbes. Es tan atractivo que me nubla el buen juicio y aturde mi sentido de supervivencia, ése que me recuerda siempre que liarse con músicos solo significa una cosa: peligro.

Pero no puedo lograr que la lógica venza al deseo en esta ocasión, o que la racionalidad domine sobre las ansias, porque me encuentro a mí misma anhelando que me bese más de lo que me gustaría admitir.

Y me molesta que su persona impacte con tanta magnitud en la mía. Me molesta que sea así de idiota, desconsiderado y grosero. ¿Cómo podría sentirme atraída por semejante...? Boca. Qué boca, Cristo Jesús, ayuda a mi alma.

Dejo de resistirme a mis deseos cuando me acerca más a él y su aroma me aturde. Dejo de respirar cuando percibo su cálido aliento rozando mis labios. Dejo de mirarlo para cerrar los ojos cuando sus labios están a un palmo de los míos.

Y dejo de sentir mis piernas.

No en el sentido romántico, sino en el literal.

Creo que me voy a desmayar.

«No, no, no. Tienes que permanecer consciente. ¡Por favor cerebro, no me abandones ahora! Señores, mantengan el cuartel en funcionamiento, usen la energía de emergencia, las baterías extras, algo...usen... usen...»

Es muy tarde, porque siento cómo pierdo las fuerzas sobre mi cuerpo y desfallezco en sus brazos.

«¿No puedes ser más patética? ¡Un segundo y lo teníamos señores, un segundo!»

—¡Niza!—escucho su voz lejana y por un instante no sé dónde estoy ni lo que pasa.

Me siento terrible.

—¡Niza, despierta!

Percibo cómo el piso desaparece bajo mis pies y me trasladan de lugar. El movimiento es brusco y me hace sentir peor. Lanzo un quejido cuando me depositan en una superficie acolchada.

—Niza, tienes que despertar. No te puedes morir aquí. No quiero ir a la cárcel tan joven—noto apenas sus palabras y el timbre preocupado que las asalta.

No tengo fuerza suficiente para mover mis extremidades y mi cerebro parece que se ha ido de vacaciones.

—Niza, como sea una de tus bromas, te juro que...

Me sacude de los hombros con una delicadeza impropia de él y de nuevo percibo su aroma muy cerca de mí, como si se cerniera encima de mi cuerpo.

Quiero despertar, pero me siento demasiado mal y sin fuerzas. Me siento muy lejana de mi persona y sé que estoy a punto de perder completamente la conciencia. Entonces un par de golpes sirven como guía para traerme de vuelta.

—Despierta, lunática—percibo su palma golpeando contra mi mejilla con más insistencia y logra regresar un poco de conciencia a mi mente.

Aprieto los párpados y hago una mueca de malestar. ¿Lo mataría ser un poco más delicado? Parece que quiere romperme el cuello de una bofetada.

Indeleble [+18] [Libro 1 de la Bilogía Artes] DISPONIBLE EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora