18| Arabesque.

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Niza

—Lamento llegar tarde, señor Rothbart—cierro la puerta detrás y jadeo intentando recuperar la respiración que he perdido en mi carrera maratónica.

Nunca he llegado tarde a nada, mucho menos cuando se trata del ballet, pero estoy agotada. El empleo en Ink the Mind está absorbiéndome y las pocas horas de sueño se me van tan rápido como un suspiro, por ello no escuché la primera alarma de la mañana.

El hombre me lanza una mueca displicente, baja la mirada hasta su reloj y cuando levanta la vista, me acribilla con ella.

—¿La impuntualidad es algo que predomine en este estudio, señorita Hess?

—No—niego apenada, ajustándome mi maletita de entrenamiento al hombro.— Fue mi culpa, me quedé dormida y...

—No estoy interesado en sus excusas—me corta al tiempo que levanta la mano para detener al pianista y la pieza que toca, interrumpiendo la demostración de Enik.

La aludida no pierde la oportunidad para lanzarme una ojeada desdeñosa, pero su semblante se suaviza cuando el profesor se centra en ella.

—Buena demostración, pero me gustaría hacer algunas observaciones a tu tombé. ¿Te parece si lo ejecutas de nuevo?

Asiente y mueve el cuello para relajarse. Tiene los hombros y la espalda tensa, como si estuviese nerviosa o como si algo le atormentase sobremanera. Su bonito rostro está teñido por la misma consternación que aquejaba a Orena el sábado. Apostaría todas mis vacas a que algo había ocurrido entre ambas, pero esa investigación estilo Sherlock tendría que ser para otro momento en el que no estuviese cagándome encima de los nervios.

El pianista comienza a tocar de nuevo y el señor Rothbart me mira a través del espejo con dureza, sus ojos azules refulgentes. Se acaricia la barbilla con el índice y me analiza antes de girarse.

—¿Qué haces ahí de pie todavía, muchacha?

Doy un respingo y abro la boca para responder, aunque sufro una muerte cerebral porque nada acude a mis labios.

—Ve a calentar, ¡ahora! Aller! Aller!—aplaude un par de veces para apresurarme y yo corro hacia el fondo del salón para comenzar con el calentamiento.—No pierdas el tiempo que tu demostración será la siguiente.

—Sí, señor.

Dejo la maletita en el suelo y me coloco las zapatillas para calentar. Mientras lo hago, el profesor continúa enseñando y corrigiendo a Enik. Intento no ser tan obvia, pero la curiosidad por saber qué tipo de persona es me gana, así que lo observo de reojo y escucho con atención sus indicaciones.

Es respetuoso y colectado a la hora de dirigirse a Enik. No hay gritos, ni insultos ni comparaciones, solo observaciones y recomendaciones para lograr una mejor ejecución, y descubro, por primera vez en mucho tiempo, cómo es realmente recibir enseñanzas de otra persona, de un verdadero profesional. Y me descoloca, porque no estoy acostumbrada a un trato tan respetuoso, del tipo que no traspasa límites ni pone en peligro tu integridad personal.

La pieza termina y yo me apresuro a realizar los últimos ejercicios de calentamiento porque sé que será mi turno y deseo impresionarlo. El corazón me late rápido, nerviosa por saber si seré lo suficientemente buena para conservar el papel protagónico y si estaré al nivel que él espera.

Me retuerzo los dedos de las manos mientras los miro despedirse con una inclinación de reconocimiento y el estómago se me hace un nudo por la anticipación. La tensión que antes pesaba sobre los hombros de Enik se asienta ahora sobre los míos y no puedo sacudírmela.

Indeleble [+18] [Libro 1 de la Bilogía Artes] DISPONIBLE EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora