44| Avant.

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Niza

Cuando era niña, solía mirar muchas películas sobre las princesas de Disney. Algunas las mirábamos en la pequeña escuela de danza en Texas, cuando amaba mucho el ballet y Diane estaba ahí para reírse de las ocurrencias de La Sirenita, o llorar con el final de la Bella Durmiente.

Siempre creí que, a causa del encanto que desarrollé por esas películas, en la vida me aguardaba un príncipe para pasar la vida con él. Quiero decir, nunca me sentí una princesa, así que, ¿por qué alguien parecido a un príncipe se fijaría en mí? Nunca me sentí suficientemente bonita o carismática. No tenía sentido.

Ahora, años después, esa niña puede al fin resolver esa duda sobre su futuro. Tal vez lo mío no es un príncipe que me haga sentir una princesa en un cuento, sino una persona, viva, amada, plena y perfecta en sus defectos.

Mientras contemplo a Clay conducir en silencio hacia la clínica donde Hela está internada para darle la noticia sobre la muerte de Bryce, caigo en cuenta de algo que me hace el corazón latir de una forma que no comprendo, y que nunca experimenté antes, ni siquiera con la danza.

Está usando una de sus típicas camisetas oscuras, alto, fornido, con los ríos de tinta llenando sus brazos y de facciones definidas. Luce como un príncipe, sí, pero sé que está lejos de ser uno, y eso me alegra. Sé que tampoco es un héroe, como muchas veces se esforzó por ser para salvar a su hermano y a mí, pero es ahí donde reside la respuesta a la pregunta que mi niña interior se hizo hace años: no necesito ser salvada, solo alguien que me acompañe en mi viaje para salvarme a mí misma. Era todo lo que Bryce necesitaba también, alguien que lo acompañara mientras luchaba por salvarse a sí mismo, y Clay lo hizo siempre, sin rechistar.

Miro a este hombre con expresión de hierro y mirada de hielo, sobreviviendo a las circunstancias porque no sabe cómo renunciar. Miro a este chico, que es una vívida contradicción entre lo bueno y lo malo, entre la quietud y el desastre, entre la impulsividad y la templanza y sé que estoy perdida. Sé que lo amo más que a nada.

Clay es un desastre de contradicciones, es un desastre, igual que yo, uno que luchamos por reconstruir todos los días, uniendo nuestros pedazos rotos entre nosotros para completarnos.

Me asusta la manera en que me hace sentir, porque lo consigue, porque, sorpresivamente, es la única persona que me ha hecho sentir además de la danza y la música, y justo ahí, mientras nos detenemos en un semáforo en rojo y vemos a los peatones cruzar la calle, caigo en cuenta de que ese amor por él es más grande que yo.

Y lo peor es que se trata de ese tipo de amor absurdo y desmedido que no te cabe en el cuerpo y no sabes qué hacer con esa fuerza para retenerla. Y es aquí donde sé que no estoy viviendo un cuento de hadas ni tengo como pareja a un príncipe de ensueño, porque seguramente Cenicienta nunca se hubiese cogido al príncipe encantador la noche en que su hermano murió.

Somos un desastre, nuestra relación y nuestro amor lo es, pero también es lucha, es alivio, es tregua contra el mundo.

—¿Qué?

La voz de Clay me saca de mis cavilaciones y la presión en mi pecho cede. Entonces vuelvo a respirar.

Niego y coloco una mano sobre la que mantiene en la palanca de cambios. Le doy un apretón y me mira confundido.

—No eres bueno para recibir gestos de afecto, ¿verdad?

Niega.

—La verdad no.

Sonrío un poco. Han pasado casi diez días de la muerte de Bryce. Su ausencia sigue clavada en nosotros hasta la raíz, pero el mundo sigue moviéndose, no se detiene con su partida, y nosotros tampoco lo hacemos. A Clay le está costando, pero poco a poco está reconstruyéndose.

Indeleble [+18] [Libro 1 de la Bilogía Artes] DISPONIBLE EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora