Capítulo 12.

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#57                  #APOV

Doyle escupió un puñado de palomitas de maíz al escuchar lo que había dicho. 

—Pinche puerco—gruñí por lo bajo. 

Doyle me ignoró y me miró estupefacto. 

—Oye hermano, ¿no es demasiado pronto? Digo, la tipa está buena pero no es para tanto. 

—Por supuesto que no—Fruncí el ceño—. Cuando le besé, noté que le gustaba así que creo que lo estoy haciendo bien. 

Tomó una palomita que hacía un momento había escupido y se la llevó a la boca mientras ponía los ojos en blanco. 

—Tú sabrás—suspiró—. Como sea, ¿qué tal te caería una fiesta en la noche?

Tomé un puñado de unos caramelos forrados de chocolate y me los llevé a la boca. 

—¿En dónde es?

En éso, Vicky entró a la casa dando un portazo. Vestía una blusa negra con botones al frente, una falda tubo roja y una especie de delantal colgado en el hombro. Se veía muy agotada y cuando se dio cuenta que estábamos observándola, ella nos miró con furia y maldijo mientras subía a su piso y cuando llegó ahí, cerró la puerta dando un portazo, de nuevo. 

La señalé con mi dedo pulgar mientras miraba a Doyle con confusión. 

—¿Y a ésta que le pasa?—bufé. 

Como yo me la vivía en la casa de Doyle, éso significaba que veía y convivía con Victoria todos los días, la cual había comenzado a tratar como un amigo más. 

—Ni puta idea, déjala, está loca. Ya bajará—me respondió restándole importancia.

Me encogí de hombros y para dejar el tema por un lado, tomé un control del xbox y comenzamos a jugar nuestro bendito juego de zombies. Pero la tranquilidad duró poco, pues en quince minutos, Vicky bajó la escaleras y se puso enfrente de la televisión haciendo una posturita. Puse los ojos en blanco y Doyle le tiró un cojín en la cara, pero la señorita no se inmutó. 

Ella ya se había cambiado de ropa, poniéndose un pantalón de chándal y una blusa holgada de color blanco con letras negras y en mayúsculas que decían "jódete". 

Doyle comenzó a exasperarse. 

—No es nuestra puta culpa que tú estés en los putos días que el que ni tú te entiendes, joder. Así que lleva tu culo y a tu catarata de sangre a tú piso, chingada madre—gruñó

No podía creer que Doyle había dicho éso. Me ahogué con la soda por tratar de aguantar no reír. 

La mirada de Vicky se endureció más, sus ojos parecían capaces de matar. Demonios, estúpidas mujeres hormonales. 

—¿Sabes cuál sí es su culpa?—gritó con rabia—¡¡¡NO FUERON POR MÍ A MI PUTO TRABAJO!!! 

Ay, puta madre. Miré a Doyle y él tragó, armándose de valor. Después, como el macho que era, se encogió de hombros, retándola. 

—Bueno, sí. ¿Y? Somos humanos, se vale olvidar. 

Vicky se encabronó más de lo que ya estaba. 

—¿Cómo que: "Y"?—gritó encolerizada—. No tenía ni un billete para pagar el metro, joder. ¿Y sabes que chingados pasó? 

Doyle masculló un no por respuesta. 

—El taxista de mierda me pidió ver una de mis estúpidas tetas con tal de que el viaje fuera gratis. 

Me reí. 

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