Capítulo 1.

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Un nuevo comienzo

El inicio del mes de noviembre había traído consigo las primeras señales de que el invierno se acercaba y ya se podía ver a algunas personas andar levemente abrigadas para evitar algún resfrío ante el repentino cambio de clima.

En un jardín escondido por cercas, se encontraba un pequeño niño maniobrando con cierta dificultad una escoba bastante más grande que él  mientras barría los últimos residuos del otoño, es decir, algunas hojas secas caídas del árbol ubicado cerca de la propiedad o traídos por las pequeñas ventiscas frescas.

En una esquina bajo un hechizo de invisibilidad, el pequeño era vigilado sin darse cuenta. Dos pares de ojos, unos purpura y otros de un profundo gris, lo observaban atentamente, detallando todos sus rasgos con una mirada entre horrorizada y critica; pues ambos podían observar que; de una contextura pequeña tanto de altura como de anchura para alguien de su edad; el niño vestía ropas mucho más grandes que él: una camisa que le llegaba hasta unas rodillas huesudas con las mangas dobladas repetidamente para que sus manitas pudieran asomarse entre ellas, un pantalón gastado siendo sostenido por lo que parecía ser una cuerda y doblado para evitar ser pisado. Ambas prendas lo suficientemente gastadas como para abrigar adecuadamente, pero suficientes para esconder heridas y algunos moretones repartidas en el infante.

Su rostro delgado era cubierto en su mayor parte por unas gafas ovaladas unidas por cinta adhesiva que descansaban en una pequeña nariz fina y que escondían unos ojos verdes esmeraldas acompañadas de unas voluminosas pestañas en tono oscuro, tan oscuro como la cabellera rebelde que adornaba su cabeza y que contrastaba con su piel pálida, la cual rozaba lo enfermizo. En su frente, cada que el chiquillo hacia a un lado un mechón de su cabello para limpiar el sudor que la cubría dejaba ver una peculiar cicatriz en forma de rayo.

—¡Fenómeno, aquí tienes tú comida!— se escuchó una voz estridente acompañada de una risa nasal.

Los tres pares de ojos giraron hacia la puerta, donde lo que parecía ser un cerdito con ropa (en los pensamientos de los tres), lanzó el contenido de un plato; lo que parecía ser dos tostadas a medio comer, ¿un huevo estrellado? y un pedazo de pan. Todo con dirección al niño más pequeño que no alcanzo a atrapar más que el pan.

Otra risa dentro de la casa no se hizo esperar, mientras el niño en el jardín, para consternación de quienes lo observaban, recogía lo que parecía menos sucio de los "alimentos" que estaban en el suelo.

Alarmado ante la intención del crío de llevarse todo eso a la boca, una de las figuras que lo observaba desde la mañana decidió hacer acto de presencia.

El sonido de pasos hizo al niño levantar la vista asustado y esconder lo único que había podido rescatar y creía no sabría tan mal. Sintió un pequeño alivio al darse cuenta de que no había estado tan distraído como para no escuchar el auto acercarse y detenerse para dar paso a su peor pesadilla.

—Hola—lo saludo el responsable de aquellos pasos: un hombre más alto y delgado que su tío, con un cabello negro largo que lucía pequeños risos y unos profundos ojos grises.

El niño lo miró un poco asustado. Se pregunto si de casualidad había hecho algo para molestar a ese adulto.

—Hola— saludó rápidamente, recordando que no debía ser grosero. Si ese extraño hablaba con tía Petunia y le decía que fue grosero... no, no quería más dolor.

—Eres Harry Potter ¿verdad? — le preguntó el desconocido.

El niño sintió su corazón comenzar a tranquilizarse. Ese era su nombre, uno que desconocía hasta que comenzó la escuela. Casi nadie le llamaba así, sus tíos solían decirle "fenómeno" "monstruo" y, cuando estaban en compañía de otras personas "chico", los demás solían decirle así a veces o por su apellido, pero las pocas personas que le llamaban "Harry" eran más amables que los que no.

Un Nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora