CAPÍTULO 31

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Se supone que debía estar molesto. Tendría que ya haber llegado a mi casa, pero me encontraba en el cuarto que usábamos como vestuario del club, con Hinata sentado enfrente de mí, sosteniendo un botiquín de primeros auxilios sobre sus piernas y haciendo drama por una raspadura.

Hubo un momento en el que Hinata cerró la boca. Nos terminamos fundiendo en pura incomodidad, lo que me hacía querer huir de ahí. No sabía qué decir o cómo actuar; me había confesado hace menos de diez minutos y no tenía ni la mínima idea de cómo seguir estando junto a él.

Mi mente era un caos. No sabía en qué pensar y que la reacción de Hinata ante mi confesión fueran solo risas, me hacía dudar en que me tomó como un chiste. Quizás ni siquiera se lo creyó.

—Así que... ¿te gusto?

Preguntó sin alzar la vista de mi lastimadura, la cual dolía porque estaba pasando una gasa con alcohol. Yo sentí mi rostro arder debido a la manera en la que habló: tan suelto y tranquilo, pero sin mirarme.

Tragué con dureza y asentí, luego me sentí un estúpido por hacer eso. Él no me estaba viendo—. Sí. —respondí en un susurro.

Escuché una risita de Hinata. —¿Y por qué?

Cielos... ¿Realmente me iba a hacer decirlo?

Me negaba. Nada de frases románticas, ya lo dije.

—Si me lo dices... —dijo con un tono divertido. Aprovechándose de la situación—. Te daré una respuesta.

—¿Una respuesta a qué? —fruncí mi ceño, ahogando un quejido al sentir la gasa pasar una última vez por mi herida.

Alzó la vista—. A tu confesión.

La curiosidad me mataría en cualquier momento.

Debatí conmigo mismo si explicarle por qué me gustaba sería una buena idea. ¿Qué tal si Hinata usaba esto para después reírse de mí? Aunque no lo creía tanto, ya que el pelinaranja no era del tipo de persona que se burlaba de otra pero siempre tenía que pensar en el lado negativo.

Suspiré y decidí confiar en él.

—Lo haré. —dije, intentando sonar decidido—. Pero no me mires.

—¿Qué? —frunció su ceño. —¿¡Por qué!?

—¡Me da vergüenza!

Negó, rodando los ojos—. Está bien, no te miraré. Pero espera un segundo... —dijo, tomando una bandita del botiquín y abriéndola, para luego colocarla sobre mi lastimadura. Hice una pequeña mueca—. Ahora sí.

Hinata dejó el botiquín de un lado y cerró sus ojos frente a mí, intentando ocultar una sonrisa. Sus mejillas estaban sonrosadas. Vaya ternura.

Me quedé un minuto en silencio solo para mirarlo.

—¿Y...?

Sacudí mi cabeza—. Sí, lo siento. Ahora lo hago... —dije con los nervios a flor de piel. Sentí mi estómago revolverse y cada parte de mi cuerpo ser víctima de una ola de calor—. Bueno... No sé cómo decir esto realmente... —hice una mueca.

—¡Cierra los ojos como yo!

—¿Qué? —fruncí mi ceño. Hinata abrió los ojos.

—Haz lo mismo que yo. Quizás si no me ves, te resultará más fácil decirlo.

Era una buena idea. Asentí.

Quizás si lo hacía así, podría hablar con toda la libertad del mundo. Después de todo, la única persona que sabía realmente lo qué sentía era yo mismo y decirle a Hinata la verdad podría ayudarme.

Hinata volvió a cerrar sus ojos y yo le dediqué una mirada antes de hacerlo también.

Solo esperaba que todo saliera bien.

Crónicas de un Kageyama Confundido | KagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora