CAPÍTULO 35

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Podría volverme adicto a los labios de Hinata.

Pequeños, finos y sonrosados. Solían ponerse rojos cada vez que nos besábamos y cielos... Como se veía cuando lo hacíamos: Sus mejillas completamente enrojecidas, en especial la punta de su nariz. Cerraba sus ojos y con timidez, me tomaba del cuello para acercarme a él. 

—Me gustan... —dijo entre besos—. Tus labios. Me gustan mucho tus labios.

—A mí igual. —murmuré, colocando mis manos sobre sus muslos.

Aún seguíamos en la habitación del club. No sé qué hora era y probablemente tenía más de cuarenta llamadas de mi madre pero no me importaba. Disfrutaría de todo el tiempo posible con Hinata.

Incluso todavía nos encontrábamos en nuestros asientos, solo que más cerca. Ahora, podría decir que mis piernas estaban en los costados de las de Hinata y nuestros cuerpos estaban relativamente cerca, aunque siempre con un espacio de por medio.

Sentía mi respiración verdaderamente agitada y mi cabeza dar vueltas. ¿Era posible emborracharme de él? Sé que suena mal pero no encuentro otra expresión.

—Probablemente mi madre está llamando. —dijo dejando besos en todo mi rostro.

—¿Por qué no te fijas? —pregunté con mis ojos cerrados, acariciando y haciendo círculos invisibles sobre su piel desnuda. Llevaba pantalón corto, necesito aclarar.

—No quiero —dejó un beso en mi mejilla— alejarme —y otro— de ti.

—Yo tampoco pero... Uno tiene que ser el responsable aquí. —hice un puchero falso mientras lo alejaba. Hinata me miró con una ceja alzada.

—Mira quien lo dice.

Rodé los ojos. —Estoy seguro que mi madre también debe estar como loca buscándome.

Hinata se levantó de su asiento para caminar hasta su bolso y sacar su teléfono. Mientras tanto, yo saqué el mío de mi bolsillo y revisé las notificaciones. Como dije, tenía una cantidad excesiva de llamadas de mi madre y mensajes, preguntándome dónde estaba. Suspiré y contesté que seguía en el gimnasio, practicando pases con Hinata. Ella no se tardó en contestarme y decirme que hablaríamos cuando llegase a casa.

Esa era una clara señal de que tenía que volver rápido si no quería recibir un castigo. Miré a Hinata y solté un suspiro, él seguía con la mirada clavada en su teléfono.

—Tengo que irme.

Hizo una mueca—. Yo igual.

Luego de cerrar con llave, bajamos las escaleras y comenzamos a caminar. Estábamos en un silencio incómodo, probablemente los dos pensábamos lo mismo: ¿Quién daría el primer paso? Uno de los dos tenía que tomar la mano del otro y parecía realmente difícil.

Hinata, haciendo el distraído, solía rozar nuestros dedos. Yo sentía que mi corazón se saldría de mi pecho. Bajo la luz de la luna y el silencio de la calle, podía notar lo nervioso que se encontraba el chico a mi lado.

—¿Por qué comenzaste a reírte cuando te dije que me gustabas? —pregunté de la nada, intentando encontrar un tema de conversación decente para calmarlo un poco. Aunque parece que no resultó bien, porque se exaltó por mi voz.

—Entré en pánico. —respondió encogiéndose de hombros.

—¿Sueles reírte cuando te pones nervioso?

Soltó una risita—. Sí, lo siento.

Hice un gesto para que le restara importancia. Podría vivir con eso.

Volvimos a quedar en silencio. Yo tenía la mirada clavada en el camino mientras que Hinata miraba a sus costados. Parecía buscar una manera de escapar.

—¿Por qué estás tan nervioso? —pregunté sin rodeos, frunciendo mi ceño.

Hinata volvió a mirarme—. Acabamos de salir de una sesión de besos. ¿Cómo quieres que esté?

—¿Tranquilo? —respondí mirándolo obvio.

—¿Tú estás tranquilo después de eso?

—Claro que no. —dije con sinceridad.

—¡Entonces cállate!

Crónicas de un Kageyama Confundido | KagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora