CAPÍTULO 1

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—Declaro al Carlos Albertos Sáenz inocente de culpa y cargo, debiendo el Estado pagar una indemnización por la suma total de 1 pesos, los mismos que deberán depositarse en el término de 30 días empezando desde hoy. ¡ dicho!

Santino Rivas ganaba un nuevo caso una vez más. En doce años de carrera nunca había perdido uno, y eso lo llevó a ser considerado el abogado más exitoso y mejor remunerado de los últimos tiempos. Por ello, no cualquiera tenía el poder adquisitivo para pagar sus servicios, y este era uno de esos casos.

El señor Carlos Alberto Sáenz había sido inculpado de un homicidio, pero resultó ser inocente, y gracias a Rivas no solo pudo conseguir su libertad, sino también una gratificación por haber sido inculpado injustamente.

—Felicitaciones, doctor Rivas —le habló uno de su equipo de abogados.

Él solo le hizo señas con su cabeza en agradecimiento y siguió sin decir nada más.

Santino era del tipo de persona al que solo le importaba él mismo y ponía sus intereses por sobre el de los demás. Arrogante con aires de superioridad miraba al resto por debajo de sus hombros. Apático, incapaz de demostrar algún tipo de emoción por nadie no tenía deparo alguno en expresar lo único que le interesaba de cada quién que por necesidad caía en sus manos.

Si bien pertenecía a un bufete de abogados vip, él no buscaba hacer sociales con nadie. En definitiva, cumplía su horario laboral. .

No había mujer en el edificio que no se quedara embobada al verlo pasar. La indiferencia con la que se comportaba con ellas lo hacía más deseable ante sus ojos.

Los años, exitosos, por cierto, de carrera que llevaba en ese bufete le habían dado uno de los lugares más privilegiados de todo el edificio, y ese era la oficina contigua a la del jefe. Santino era sinónimo de éxito. Sin embargo, lo que todos se preguntaban era sobre su vida personal, si en doce años no había mencionado siquiera una pareja. De hecho, no parecía amigable con nadie, solo los ignoraba. Su vida privada era todo un misterio. Algunos creían que era homosexual y otros afirmaban que una mujer le había roto el corazón, y por eso era frívolo con todos. La verdad solo él la sabía.

Él nunca se había enamorado. De hecho, no sabía ni cómo se sentía amar a alguien o incluso tener algún tipo de emoción por algo, aunque sea insignificante. No era el típico hombre que miraba una película de acción y se mimetizaba con el personaje masculino. Siquiera encendía su LED de 57 pulgadas. A pesar de que lo compró hacía cinco años, jamás le sacó el plástico ni mucho menos lo encendió. Pensándolo bien, tampoco sabía si funcionaba, solo lo tenía y ya.

Por donde pasara, las mujeres se volteaban a verlo.

En cada semáforo donde frenaba, no había persona que no se sintiera intimidada por su porte de hombre engreído y soberbio.

Pero esa mañana todo cambiaría.

Seis meses atrás

Abril Evans se preparaba para rendir una materia más de su carrera y poder pasar a tercero en la Universidad de Derecho. Toda la semana estuvo leyendo y releyendo porque soñaba con tener ese título en sus manos y darles a sus padres la alegría y el orgullo de tener una hija que, pese a la adversidad y al entorno de necesidad en el que vivía, pudo llegar a ser una profesional con mucho esfuerzo. Quería comprarles una casa sin importar que fuera pequeña. Una casa al fin. No obstante, el destino tenía preparado otra cosa.

Luego de darles un beso a Catalina, su hermana de 13 años, y a sus padres, ingresó al edificio sin saber que sería la última vez que vería a sus padres vivos y a su hermana de pie.

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