CAPÍTULO 5

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—¡¿Por quién me está tomando, imbécil?! —espetó enfurecida y se levantó de su asiento. A él no le movió un solo pelo. Sin embargo, había algo que le llamó la atención en su cuerpo y que ella no se percató—. ¡Que falta de respeto, por Dios! Cerdo asqueroso. —Su prepotencia lograba excitarlo más; su miembro ya le dolía. Seguro terminaría por masturbarse solo, aunque, a decir verdad, deseaba bañar su boca.

La manera en que la intimidada y cómo le propuso lo del acuerdo provocó en su cuerpo una reacción inmediata. Tal era el caso que no se dio cuenta de que se le endurecieron los pezones y de que, al tener puesta una blusa de satén, los mismos se dejaban admirar, y él lo notó a la perfección.

—Usted me pone duro —le afirmó sin despegar sus ojos de sus pechos. Aunque ella podía salir corriendo de esa oficina, él era un imán, y no podía hacerlo. No quería salir de allí.

—¡Deje de ser tan desubicado conmigo! ¿Acaso no tiene algo de pudor? —exigió saber, él la miró sin expresión alguna y respiró hondo antes de continuar—: Haré de cuenta que no dijo nada de lo que escuché —dijo para luego querer retirarse de esa oficina, pero él dijo algo que la hizo detenerse.

—Estoy seguro de que le gustó saberlo, señorita Evans. —Su boca se abrió tan grande, sorprendida, que no vio venir lo que esa acción provocaría en él—. Si sigue manteniendo esa boca abierta, me veré obligado a disponer de su cuerpo dejando a un lado aspectos legales, y estoy seguro de que no se negará —habló seguro de sí mismo.

—¿Tan egocéntrico puede ser? ¿Qué le hace pensar que quiero que lo haga? —contraatacó desafiante.

Él se acercó lentamente a su cuerpo, hasta que ella chocó con uno de los muebles ficheros. Se echó hacia atrás al sentir la cercanía de ese hombre, que casi rozaba su bulto con sus pelvis.

—Que estoy cien por ciento seguro de que, si levanto su falda y meto mi mano entre sus piernas, podré sentirla completamente húmeda. Terminará por pedirme, por suplicarme, que le arranque la prenda interior y me la coga tan duro como nuestros cuerpos resistan, en este mismo lugar.

Nunca en su vida le habían dicho algo tan fuerte y caliente.

Una parte de ella, esa parte sucia y candente, quería quedarse, pero esa parte tímida y sobre todo fiel quería salir huyendo. Entre tanto, él se acercó a ella sin que pueda siquiera darse cuenta.

Cuando escuchó eso tan excitante, sus piernas le fallaron, y tan pronto iba a caer, él fue más rápido al atraerla con su mano en la cadera, pegando sus cuerpos, permitiéndole sentir lo duro que lo tenía.

—¿Me siente? —Aprovechó para seguir seduciéndola—. Así es cómo me deja cada vez que la veo.

Sin que ella se lo esperara, deslizó su mano libre acariciando su seno izquierdo, sintiendo sus pezones erectos en su palma y mordiéndose los labios con fuerza. Sus ojos se abrieron como platos. ¿Qué le hacía ese hombre?

—¿Qué hace? —cuestionó sorprendida, pero sin moverse—. Puedo denunciarlo por abuso sexual.

Él sonrió de lado, y no porque no considerara serio el tema, claro que lo era, sino porque sabía que podía sentir en su cuerpo la necesidad de esa mujer. Aunque Abril era orgullosa, la estaba volviendo loca.

—Pídamelo —le susurró en el oído. Su cuerpo se erizó y apretó su pecho, logrando que un gemido se escapara de su boca—. Pídame que no la vuelva a tocar y la dejo irse de la oficina; haremos como que esto nunca ocurrió. —Estaba muy excitada y su entrepierna, como nunca antes había estado, hirviendo de ganas. No quería perder la oportunidad de experimentar el placer en su máximo esplendor, pero no quería engañar a su novio—. ¿Me lo va a pedir? —Apretó más fuerte su seno, robándole otro gemido—. Así de excitada quisiera verla mientras me hundo en usted, mientras me clavo tanto en su interior que la haré perder hasta la consciencia.

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