CAPÍTULO 24

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¿Qué disfrutara para él? Ella se había imaginado miles de cosas viniendo de él, pero ¿ser parte de una orgía? Nunca jamás. Es decir, ella sabía que en una de las cláusulas del contrato se exponía este tipo de práctica, pero no así, no ante todos, no ante un hombre que estaba con sus ojos vendados. Mientras tanto, la obligaba a mirarlo gozar en brazos de otra mujer.

Santino no tardó en darle la orden clara a Damián —: Disfrútala.

Él comenzó a poseer su cuerpo de una manera que activó sus cinco sentidos.

Sus manos estaban por todo su cuerpo. Ella no sabía si gozar el momento o celar la situación de tener frente a sus ojos a esa chica arrodillada lamiendo el miembro de su hombre, porque ella sentía que era así, suyo. Ella podía ver cómo la mujer movía su cuerpo al mismo compás en el que movía su cabeza en movimientos ascendentes y descendentes una y otra vez. Los ojos de Santino estaban negros producto de la imagen que tenía frente a sus ojos y por cómo los gemidos de los espectadores retumbaban dentro de la habitación. Abril podía sentir cómo la lengua de Damián jugueteaba con su clítoris, el cual se encontraba hinchado y le generaba pequeñas descargas eléctricas que iban en aumento.

Cerró los ojos y se mordió el labio.

Cuando extendió sus manos, aún atadas, para tocar la cabeza del hombre, Santino llamó su atención.

—¡Manos lejos de él! —Ella detuvo aquel intento y llevó sus manos hacia atrás de inmediato, agarrándose de la cabecera de la cama, pero aún no dirigía su mirada hacia él—. Mírame. Quiero tus ojos puestos en mí.

Ella obedeció.

Cómo la volvía loca. Cómo le excitaba que se mostrara tan autoritario.

A Santino Rivas le gustaba el poder, tanto como el sexo por eso someterlas en el acto, le provocaba una satisfacción infinita.

Él sentía cómo su miembro tocaba el fondo de su garganta, y eso no podía ponerlo más duro, aunque lo que más le prendía fuego era ver cómo Abril se abría de piernas frente a sus ojos para otro hombre. Él podía ver a la perfección lo duro que estaba Damián y podía escuchar cómo la mojaba con su lengua. Sus gemidos, que casi rozaban el orgasmo, le provocaban taquicardia. Ella no podía dejar de clavar sus uñas en la madera de la cama.

Cerró sus ojos, encorvó su espalda y entre gemidos pidió por más.

Pese a que no era Santino el que la tocaba, ella no dejaba de gemirle que siguiera lamiéndola mientras no quitaba, en ningún segundo, su mirada de él.

Él agarró con fuerza el cabello de la chica para hundir su miembro en su boca. Ella era experta en ese arte, pero lo que le provocaba Abril entre sus piernas era totalmente único.

—Ponéte de pie y sentate sobre mi —le ordenó a la chica de tatuajes. Acto seguido, ella acató.

El tener la visión, el primerísimo primer plano de cómo él miembro de Santino entraba en su intimidad, le generaba una excitación nueva, la cual la conducía a pedirle a Damián que de una vez por todas la tomara.

—Damián, quiero que me cogas.

En ese momento él se detuvo.

Santino tomó las caderas de la chica de tatuajes para detener sus movimientos.

Había algo que a Abril no le quedaba claro, y eso era que su cuerpo tenía dueño, y como tal solo podía experimentar los límites del placer bajo sus órdenes.

—¡Alto! —ordenó. Más bien ese gesto fue para ella, porque el tipo tenía en claro lo que debía hacer—. Abril, quien da las órdenes soy yo. ¿Acaso aún debo explicártelo? —Ella sonrió divertida. Entonces él hizo algo para torturarla—. Damián, quiero que le coloques las bolas chinas. —Y quien terminó por sonreír fue él.

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