CAPÍTULO 39

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Corría con todas sus fuerzas sin mirar atrás, cegada por las lágrimas, que no paraban de caer y que le dificultaban la visión. Podía escuchar los gritos de Santino llamándola. Por primera vez, desde que lo conoció, escuchaba lo que su razón le estaba diciendo y sabía que, de responder a su llamado, sería capaz de resistirse al deseo de abrazarlo y besarlo como si no hubiera un mañana, como si sus labios fueran el oxígeno que le permiten estar viva; pero no podía permitir que el amor que le siente sea más fuerte que la bronca de saber que, una vez más la hizo sentir humillada, lo quería más que a nada.

Era momento de continuar con su vida como si jamás hubiera existido él en ella, aunque su cuerpo y su corazón lo recordaran cada día.

—¡Abril, por favor! —vocifera a los gritos mientras ve como ella baja las escaleras llevándose por delante a algunos empleados e invitados que llegaban tarde—. ¡Abril, no te vayas! —insistía pero ella no quería saber de él.

Ya no importaba los videos, el asesino de sus padres incluso la mentira de él que la llevó a acostarse con Gastón, solo quería que la deje en paz de una vez por todas.

Atravesó el gran salón, pasando por alto todas las parejas que estaban disfrutando de la música, los tragos, el show de stripers y por supuesto, de otros y otras que se sumaban a sus juegos.

Al salir y bajar las escaleras corriendo, su taco se rompe. Ella maldice y termina por sacarse los zapatos con lo que Santino logra alcanzarla.

—¡Abril! —le gritó antes de tomar su brazo y hacer que gire para quedar frente a frente.

—¡No! ¡Dejáme! —Evitó mirarle la cara.

—¡Por favor, Abril, miráme!

Ella negaba y hacía fuerza para zafarse de su agarre, pero todo era en vano, porque él es más fuerte.

—¡No! —Rompió en llanto—. ¡Soltáme de una vez! ¡Dejáme, no me toques!

Mientras ella se movía hacia un lado y el otro queriendo liberarse, él la pega a su cuerpo y envuelve con uno de sus brazos su cintura. Abril se pone como una loca desquiciada.

—Abril, por favor, tranquilízate. —Intenta calmarla, pero es en vano y como era de esperarse, se defiende como solo ella sabe hacerlo. Clavándole las uñas en el cuello, lo cual hace que por el dolor la suelte.

—¡No vuelvas a tocarme! —Advierte señalándolo y retomando su caminata hacia fuera del predio.

—¡Esperá! —Él insiste y vuelve a sujetarla, aunque esta vez se asegura de inmovilizar sus manos.

—No me toques —pide con furia en los ojos. Siquiera lo quería cerca.

—Necesito que escuches lo que te quiero decir—pidió con calma y ella lo sorprende con una pregunta.

—¿Disfrutas arruinando mi vida una y otra vez? —Él negó. Solo quería que viera la verdad, pero a Abril ya nada de eso le interesaba.

—No digas eso. Yo solo quise mostrarte que tenía razón.

—¿Y era necesario exponerme ante todos ahí adentro? ¿Era necesario que me insultaran y pisotearan mi dignidad? —reprocha.

—Eso no es así. —Se defiende.

—¡Sí que lo es! ¡Porque vos y él tienen un asunto pendiente por la loca esa de tu oficina y seguramente sabías que no iba a quedarse de brazos cruzados viendo cómo se la robaste! ¡Porque eso es lo que son las personas para ustedes, objetos sin valor de las que se adueñan bajo chantaje y usan hasta cansarse para luego tirarlas como basura!

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