Sentir cómo dos vibradores incrustados en su cuerpo sacudían sus adentros era realmente magnifico. Era como nadar en las aguas del infierno. Ese primer intento de introducción del aparato le había hecho sentir un pánico terrible y un dolor agudo inaguantable, pero en ese segundo intento, con su orificio anal ya lubricado, fue la gloria. ¿Le dolía? Sí, pero nada se comparaba con ese sentir vibrante dentro de ella. Era alcanza el orgasmo una y otra vez.
Sus gemidos se podían oír en todo el edificio, que casualmente estaba cerrado por refacción general, y el jefe había ordenado teletrabajo. Claro, ella no lo sabía porque a Santino no le interesaba que lo supiera.
Sus gritos de placer eran melodía para sus oídos.
Mientras ella se retorcía de placer, él se sentó en una silla situada justo enfrente y a pocos metros del escritorio donde estaba atada. Fumaba un cigarrillo y se masajeaba el miembro, que ya dolía por lo dura que estaba. En los apoyabrazos tenía los dos móviles con los que manejaba la intensidad de los aparatos dentro de ella.
—¡No tenés idea de cómo se te ve cuando acabas! Verdaderamente se me hace agua la boca. —Ella no era capaz de contestar a esas palabras tan excitantes, ya que apenas la dejaba recuperarse de un orgasmo. Él activó el siguiente nivel de las vibraciones—. Así, quiero que grites bien fuerte.
Todo su cuerpo se sacudía al ritmo del sonido del aparato, que cada vez se hacía más ensordecedor, y era tanta la excitación que podía provocarle que cada orgasmo le llegaba a minutos.
—Así, así, termina para mí —expresó mientras se masturbaba y se mordía el labio—. Cómo se te moja, cómo se te contrae me vuelve loco. —Se masturbó más y se apretó el glande; aquel líquido salió y mojó su mano.
Su cuerpo se sacudía, las piernas le temblaban y el placer la llevaba al límite de la demencia.
—¡Qué bien se siente! Ahí viene de nuevo.—Por más que se preparara para el orgasmo, su cuerpo no era capaz de procesar ni el primero, ni el siguiente ni el otro. Gozaba como nunca antes.
Él se incorporó de su lugar y se le acercó para hablarle al oído; una de sus manos apretó sus pechos y de vez en cuando estimuló su clítoris.
—¡Que mojada estás! —le susurró al oído. Le lamió la oreja cuando ella se sacudió al abrazar el éxtasis—. Muero por pasar la lengua justo por acá —, hace presión con la palma de su mano sobre su sensible vagina —y que me acabes en la cara —Lo sucio que podía ser ese hombre al hablarle le hacía perder la cabeza—. Me quiero tomar toda hasta tu última gota.
En ese momento ella lo dijo, lo pidió a gritos.
—¡Hacelo! ¡Chupámela! ¡Quiero que me cogas con la lengua! —chilló.
Y él se lo cumplió.
Acomodó la aplicación para que se activara cada tres minutos la mayor intensidad y se mantuviera por un minuto esa sensación.
Cuando ella sintió su húmeda lengua en su clítoris, su cuerpo, como pudo, se encorvó hacia atrás y se dejó liberar, saboreando ese jugo que tanto deseaba beber.
—¡Qué deliciosa estás! ¡Que sabrosa sos! —exclamó con su boca pegada en su deseo.
Abril comenzó a sentir cómo sus músculos se le tensaban y pequeñas descargas eléctricas se intensificaban en su punto G, anticipando un nuevo orgasmo.
Gritó, se retorció, imploró por que se detenga hasta que, una vez más, se hizo agua; pero en su boca.
La sensación de venirse a chorros, como una canilla que salía a mucha presión, golpeaba las paredes de su garganta. Era fascinante. El sabor era completamente adictivo. Toda Abril era adictiva.
—A partir de ahora me declaro adicto a esto tan exquisito que libera tu cuerpo. —Casi sin dejarla respirar, decidió aumentar de golpe ambos aparatos. Quería que volviera a sentir cómo se dejaba ir dentro de la boca—. Vamos, quiero que me lo vuelvas a dar.
En su boca recibió otro orgasmo y mientras la saboreaba, se maravillaba observando cómo su rostro se desfiguraba por el placer que le regalaba.
—Vamos, quiero ver y sentir cómo te movés. —La liberó de sus ataduras.
Por los incontables orgasmos que había experimentado su cuerpo y por las vibraciones que aún sacudían sus adentros le era imposible poder mantener el equilibrio, pero así y todo él la llevó hasta una silla común y corriente, pero con respaldo. Se sacó la parte baja de su vestimenta, liberando su prominente y gruesa erección, se colocó un preservativo y la obligó a sentarse sobre ella.
—¿No me vas a sacar esto que me metiste? —le preguntó en un hilo de voz.
—No. Quiero que te muevas con ellos dentro. —La sentó de golpe, robándole un aullido desgarrador, al mismo tiempo que atacaba uno de sus pechos con sus dientes—. Movéte —le ordenó, y ella comenzó a moverse al compás de las vibraciones, que la motivaban a menearse cada vez más rápido—. Así, ¡Dios! Me estás volviendo loco. —Se puso cada vez más duro—. Hacélo así. —Sus manos apretaban con fuerza la carne de sus caderas y le guiaba los movimientos.
Abril empezaba a anticipar un nuevo orgasmo. Luego otro y otro más.
Podía sentir cómo sus paredes vaginales se le contraían, apretando su grueso pene, lo que le provocaba gran satisfacción y deseos de no dejar de sentirse complacido.
No le daba tiempo a su cuerpo para recomponerse, y el fervor de su sangre no encontraba descanso para enfriarse. La alzó entre sus brazos y la llevó hasta la puerta de su oficina. Del otro lado de la puerta se podían ver sus glúteos incrustados en el vidrio esmerilado y sus brazos extendidos por encima de su cabeza. Los golpes una y otra y otra vez, más los gritos de placer de ella, retumbaban y hacían eco por cada piso del edificio vacío.
Santino se movía dentro y fuera de ella como un animal salvaje, haciéndolos cada vez más intensos, rápidos y violentos. Sus manos abrían sus glúteos para que su pene pudiera entrar con facilidad, lo cual hizo que el vibrador fuera expulsado desde lo más profundo de su sexo, acompañado de un rio de fluidos y un grito desgarrador que hizo que echara su cabeza hacia atrás.
Perdida, embriagada de placer, llevó sus manos detrás de su cuello, hizo que sus frentes se juntaran y le gimió en la cara. Él, embobado, miraba cómo su boca se agrandaba y se achicaba al compás de sus embestidas, cómo sus dientes mordían con vehemencia sus labios que hasta lastimarse y sangrar.
—Así. Así, mi amor. —Miró sus ojos dilatados por el placer de lo vivenciado—. Más, más, más. Quiero que me lo hagas más violento. —Como si él fuese el esclavo, cabalgó como una experta su dureza, dejándose llevar por el goce, hasta que volvió sentir cómo todo su cuerpo se liberaba. Entonces sujetó con fuerza sus cabellos y se mordió los labios.
Él solo podía cerrar los ojos y tocar el cielo con sus manos.
Ambos habían alcanzado el orgasmo, y fue uno más intenso que el otro, que hasta ni cuenta se dieron de que su cuerpo expulsó también el vibrador de su recto. Lo caliente y lubricado que estaba su cuerpo pudo lograr dilatarla. Se sentía tan bien que, si él quisiera penetrarla analmente, sería capaz de hacerlo sin problemas y podría introducirle toda la extensión de su pene.
Ella se sentía tan abierta y tan dispuesta que dos miembros penetrándola sería algo a lo que no se podría negar.
De repente, se miraron y detuvieron en el movimiento de sus pechos, que subían y bajaban. Él llevó sus manos a su rostro y lo acarició con delicadeza para detenerse en sus labios que aún sangraban. Limpió con el pulgar el hilo de sangre en el inferior, y permaneció un buen rato perdido en ellos. De repente Abril sintió una profunda necesidad de besarlo, y no se privó de ello.
En ese instante, rompió otra clausula. Aunque esta vez, sin entender por qué, él se lo permitió.
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© Poséeme:Éxtasis 1 | DISPONIBLE EN FORMATO FÍSICO POR AMAZON|
RomanceSantino Rivas, es un exitoso abogado de 35 años que no ha perdido un sólo caso en toda su carrera. Se caracteriza por ser un hombre vanidoso, frívolo, narcisista, y por sobre todo alexitimico, es decir, que es una persona incapaz de sentir cualquier...