CAPÍTULO 9

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Cuando ella tomó el documento entre sus manos, él la miró impaciente; no había tomado asiento aún. Se cruzó de brazos y empezó a mover su pie, provocando un sonido como el reloj, toc, toc, toc, toc. Ella permaneció de pie. Hojeaba cada hoja, se sorprendía con algunos puntos y no evitaba morderse el labio inferior.

Estaba excitada.

Lo que leía le gustaba.

Sus gestos al leer lo tenían fascinado, pero permanecía ahí, expectante. ¿Qué quería? ¿Por qué hacía ese movimiento? Carraspeó y llamó su atención.

—Oh, perdón. En casa, lo leeré en casa. —Cerró el documento y le regaló una sonrisa, sin que él se inmutara en lo más mínimo.

—¿No sé está olvidando de algo, señorita Evans? —Ella abrió sus ojos más de la cuenta. ¿Qué pudo haber olvidado?—. Su prenda interior—rompió el incómodo silencio. Ella no comprendía nada, pues pensó que todo quedó ahí—. La prenda, señorita Evans. No me gusta repetir las cosas.

Su forma autoritaria de dar órdenes prendía fuego a cualquiera, especialmente a ella. Su intimidad aún no se recomponía de lo excitante que fue su encuentro hacía unos minutos. Volvió a sentir que todo su cuerpo volvía a hervir.

Con cuidado, dejó el documento en la mesa, y cuando iba a agacharse para hacerlo, él dijo con brusquedad algo que le provocó una punzada entre sus piernas.

—¡Alto! —La tomó por sorpresa—. Hazlo lento y mírame.

Sus ojos penetrantes la poseían con locura, y ella se sentía sensual ante su mirada ardiente. Se incorporó y sin quitarle los ojos de encima comenzó a mover sus caderas suavemente para subir su falda lo suficiente como para encontrar las tiras finas de la prenda en sus caderas. Jugueteó un rato con ellas ante la mirada morbosa de él.

—No juegue conmigo, señorita Evans, y entrégueme la prenda.

Esas palabras la atravesaron con violencia y no pudo dejar de sentirse deseada.

Con lentitud, comenzó a bajarla mientras fijaba su mirada en él, en sus movimientos.

Cuando sus manos llegaron a sus tobillos, él le ordenó: —¡Quédate así!

Sonrió de lado y permaneció en esa posición, tocando sus tobillos y con sus glúteos bien empinados. Él caminó con lentitud hasta posicionarse detrás de ella. Tenía una visión perfecta.

—Acaricia tus piernas.

Ella sonrió victoriosa y prosiguió a hacer lo que le ordenaba.

¿Dónde había estado esa Abril sensual? ¿Esa que se sentía deseada, que jugaba con su cuerpo? Él había despertado en ella una mujer que no sabía que existía, y lo disfrutaba.

Él tenía la visión perfecta de sus partes íntimas.

Justo en el momento en que ella se volteó para verlo, lo descubrió lamiendo uno de sus dedos. No evitó morderse el labio. Sabía lo que iba a hacer. Acomodó su postura y puso sus manos en la silla; esperó ese contacto.

¡Zaz! Una nalgada y todo su cuerpo se tensó.

—Que buen trasero. —Sus manos apretaron y separaron sus glúteos.

¡Zaz! Una más y ya sus partes íntimas se contraían del placer que estaba generándole.

Ambos no eran conscientes de que podrían verlos, de que algún colega podría ingresar sin anunciarse y de que podría encontrarlos en una postura sexual. ¿Cómo explicarían eso?

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