CAPÍTULO 12

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Tras terminar, salió de su cuerpo y se sacó el preservativo para luego anudarlo y arrojarlo a un cesto de basura, después comenzó a desamarrarla. Poco a poco cada una de sus extremidades eran libres. Ambos guardaban un incómodo silencio.

Incómodo para ella, en realidad.

Cuando al fin se sintió liberada de sus ataduras, él le aconsejó que permaneciera en esa posición un momento hasta poder recuperar el equilibrio postural de su cuerpo, dado que lo que acababa de suceder podría dejarla mareada y sin fuerzas por unos minutos.

Ella esperaba un "¿Cómo estás?", "¿Cómo te sentiste?" o quizás un "¿Te gustó lo que te he hecho?", pero no. Su silencio comenzaba a incomodarla, más aún porque la ignoraba por completo.

En una de las esquinas de la habitación había una ducha, y allí, sin mostrar ningún pudor, se metió a bañar. Ella volteó su cabeza para mirarlo y se detuvo a recorrer su cuerpo.

Santino no era el típico hombre musculoso de los raviolitos marcados en el vientre, de hecho, eran ausentes, pero sí había algo que le cautivaba: era su enorme y bien redondo trasero, y ni hablar de su espalda. Su miembro tenía un grosor que le había hecho sentir la presión en sus paredes vaginales, y de tamaño no era la gran cosa, pero se defendía bastante bien.

—No me mires.

La tomó por sorpresa.

Levantó las cejas y soltó una carcajada.

—No me digas que te da pudor que te vea en pelotas —soltó divertida.

Su respuesta logró excitarla.

—No es pudor, es que, si sigues mirándome así, tendré que volver a cogerte, y no puedo hacerlo... —se detuvo— otra vez. —Se giró, dejando a la vista su gran espalda y esos glúteos que tanto le gustaban.

Sin más, Abril logró incorporarse y sin que él se percatara de su cercanía se metió a la ducha. Su primera acción fue abrazar su espalda y besarla con dulzura, lo cual lo sobresaltó. Enseguida se dio la vuelta para sujetar sus manos.

—No me toques. —La observó.

Ella sonrió de primeras, pero luego se dio cuenta de que le habló en serio. Su rostro se endureció.

—¿Está en el contrato que no puedo tocarte? —cuestionó de golpe.

—No. Pero no me gusta que me toquen si no es cuando lo ordeno y donde quiero que lo hagan. —Dejó sus brazos acomodados a cada lado de su cuerpo para poder admirar su desnudez. En cambio, ella tenía su mirada perdida en él.

La recorrió unos segundos con sus ojos. El tenerla tan cerca podía hacerlo apreciar los detalles de su cuerpo, sus marcas, sus estrías. Esa mirada suya ya la ponía nerviosa, pero no del modo de excitarse, sino del modo de estudio, de observación detallada de sus imperfecciones.

—Por favor, deja de mirarme así.

Él levantó su vista y se encontró con sus ojos, que reflejaban incomodidad, al mismo tiempo que, con disimulo, intentaba cubrirse el vientre.

—No te cubras. —Dejó sus manos de lado—. Toda mujer es perfecta cuando se desea solo sexo —fue lo único que dijo—. ¿Sos acomplejada? —inquirió de repente.

—No, o quizás a veces. Tu mirada es diferente.

Se refería a que la sentía estudiarla, compararla, y eso es lo que le incomodaba.

Ella imaginaba que en la vida sexual de Santino hubo infinidad de mujeres al estilo modelo, y ella no era de ese tipo, más bien era una mujer de cuerpo real. No era acomplejada, se gustaba como era, pero ¿a quién no le incomodaba que lo miraran de esa forma?

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