Vigésimo noveno capítulo

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[Demuéstralo.]

Una hora. Una hora había pasado de que le había contado todo a Ashido, y aún yo no podía dormir. Me había removido tantas veces en la cama, buscando una posición en donde me sintiera cómoda y el sueño llegara a mi, pero nada había funcionado. Estaba arropada, y justo en este momento acostada de lado con las rodillas a la altura de mi pecho. Todo estaba oscuro, agudizando más ese sentimiento de melancolía en mi interior. A pesar de que estaba arropada, seguía sintiendo frío.

Me siento sola.

Miraba a la nada, esperando con impaciencia caer dormida. Escuche pasos acercándose a la puerta, y como fue abierta. No me moví, ni emití ningún sonido. La puerta se cerró, pero los movimientos en la habitación seguían. Intentaba saber que era lo que exactamente la persona hacía, y llegue a la conclusión de que estaba quitándose los zapatos y parte de su ropa. Sus pasos rodearon la cama, hasta que se detuvo, y un nuevo peso de otro cuerpo se hizo presente en el cómodo colchón.

El olor a chocolate amargo llegó a mis fosas nasales, y unos brazos se enredaron en mi cuerpo. En ese momento mi pecho se llenó de calidez por saber que la persona que me estaba abrazando me quería proteger. Era como si quisiera sostener mi cuerpo antes de que se rompiera por completo.

— Maldita sea, t/n... ¿por que no dijiste nada? —me quedé callada.

Con solo escuchar esa pregunta las gotas se volvían a acumular en mis ojos.

— Todo lo que pasaste... sin nadie a tu lado quien te apoyará o estuviera junto a ti... —su voz ronca se quebraba por unos instantes, a pesar de que no estaba llorando.

— Mamá intentaba ayudarme... pero yo no tengo salvación... —me apego más a su cuerpo.

Mi espalda estaba pegada a su pecho.

— No digas eso... —pidió— todos tenemos salvación a nuestras maldiciones... —soltó una bocanada de aire.

No dije nada, estaba agotada a pesar de que no había podido dormir. Mis ojos ardían, y lo único que podía hacer era respirar hondo para no volver a llorar. El abrazo de Bakugo se hizo más fuerte, más reconfortante. Su respiración chocaba en mi nuca, calmada y pacífica.

— No estás sola... te juro que nunca mas volverás a sentirte de esa manera —sabia que decía la verdad, pero algunas dudas se quedaban en mi cabeza— nadie nunca mas volverá a tocarte, por que el que se atreva a siquiera intentar hacerlo, yo mismo lo matare —Bakugo...

— No seas tonto, no merezco que nadie mate por mi —sus feromonas se esparcían por toda la habitación.

— Mereces eso y más... —me giré para quedar cara a cara con él.

— Yo... no quiero que me traten como un objeto de cristal. Me sé defender, y proteger... lo único que quiero es... —me quedé callada, me sentía tan vulnerable, y decir las ultimas palabras que tenía pensadas iba a verse muy patético de mi parte.

— No quedarte sola —termino la oración por mi— y ya te dije que eso no pasara... puedo ser un imbécil, o lo que tú quieras, pero cumplo mis promesas... —beso mi frente— aunque imagino que nuestras pequeñas discusiones seguirán presentes —reí.

— Es muy probable —le di la razón.

Reímos bajo, y luego de eso nos quedamos en silencio. Sabía que él me estaba mirando, y yo hacía lo mismo. Dentro de toda esa oscuridad yo era capaz de ver sus ojos. Esos ojos carmesís que con solo ponerse encima de ti podían provocar una ola de sensaciones. Eran profundos, ardientes, y tenían este don de expresarte sin palabras lo que él sentía. Honestidad, tristeza, enojo, confusión. Todo eso y más podían transmitir sus orbes rubíes. Y yo quería descubrir que más podía sentir al ver sus ojos rojos. Quería saber que más podía decirme con tan solo una mirada.

[Alfas] - Bakugo y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora