Sangre de poder

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Shizuoka, año 2035

Sus zapatos hicieron un sonido chicloso con cada paso que dio. Había sangre, objetos, y líquido de todo tipo regados por el suelo; el olor de lo que lo rodeaba se podía percibir como algo putrefacto, mezclado con metal. La sangre, fuera el tipo que fuera, soltaba ese peculiar aroma.

Hizo una fina línea con la boca al ver los restos frente a él mientras sus lacayos daban vagas y estúpidas explicaciones a lo que sucedió.

Debía poner más atención a los pensamientos de los esclavos, de esos a los que no les daba tanta importancia como debería. Pues si eso se dio con tres personas que pasaban desapercibidas, no quería imaginarse el desastre que causaría el que los Peris más fuertes lograran un momento de cordura.

Tres sangres, tres personas tan diferentes pero unidas por el mismo fin: Escapar.

Miró a su izquierda y encontró que un cuerpo casi calcinado yacía cerca una de las mesas de trabajo, había piel ennegrecida y huesos carbonizados a lo largo de este, el rostro quedó demacrado a tal grado que se vio como una calavera con la boca abierta. El Normi que intentó escapar recibió lo peor al ser una persona con sangre común y corriente que no tuvo manera de defenderse del experimento fallido.

Bueno, un inútil menos en el planeta, aunque también eran unas manos menos en la limpieza.

Al centro encontró otro cuerpo que quedó con las manos sosteniendo la manija de la puerta que daba al siguiente laboratorio; al parecer la mujer fue abatida justo cuando estaba por abrirla. Su larga cabellera rubia quedó manchada con el carmesí de su sangre. Al menos sus soldados fueron rápidos y apuntaron a la cabeza. La Peri de bajo rango, con sangre especial corriendo por sus venas, tenía el poder de cegar a su oponente por unos segundos. Seguro así lograron salir de sus celdas.

Al parecer el suero de control no fue suficiente para ella. Necesitarían ajustar la dosis, sacarle más sangre a la fuente.

Escuchó un muy leve gruñido y llevó la mirada al último espécimen, se encontraba apoyado en la pared a su derecha y jadeaba ante la falta de aire.

Se acercó e inclinó sobre una de sus rodillas, movió el largo cabello oscuro a un lado y encontró a uno de los Mutis de la última cosecha. Tenía los ojos rojos, las mejillas hundidas y sangre brotaba de su boca.

Tal parecía que su cuerpo no estaba soportando la mezcla de su sangre Normi con la Peri.

Chasqueó la lengua y negó, a su espalda escuchó como los otros cuerpos eran removidos, pero mantuvo su atención en el Muti que daba sus últimos suspiros.

—Qué desperdicio —ironizó en voz baja—. Eras de los pocos que no explotaron —se burló con una sonrisa ladeada.

Ojos rojos se clavaron en él, en ellos se atisbaba el sufrimiento por el que estaba pasando y eso llenó al espectador de satisfacción. Si era débil, debía sufrir las consecuencias.

—Ere… eres un… desal… mado —dijo el moribundo, entre jadeos que le ocasionaron una dolorosa presión en el pecho. Casi no podía respirar, sentía como si rayos le cayeran una y otra vez en la espalda, y con cada golpe su respiración vacilaba más.

—Cuéntame, Muti —dijo su tormento al señalar el cuerpo calcinado—. ¿Qué se siente acabar con una vida?

El hombre soltó un gruñido y enderezó la espalda mientras cerraba los ojos, dolor como ningún otro lo recorrió de arriba a abajo y el que lo observaba sonrió con satisfacción. Bendito poder recién adquirido que disfrutaba en silencio.

La víctima soltó un grito y empuñó las manos mientras se levantaba ligeramente. Los soldados a su espalda sacaron armas con dardos adormecedores, pero el torturador se limitó a levantar una mano descartando la interferencia. Sabía que no era una amenaza, en su mente solo daba vueltas el agobio y dolor de la muerte.

El poder en unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora