Noche de silencio

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El cielo estaba completamente despejado y se podían ver con claridad las estrellas que brillaban. El aire era frío y movía el cabello color chocolate del espectador de tan hermosa vista. Todo era silencio a su alrededor y agradecía que así fuera, podía ahogarse en su pena sin ningún distractor.

Llevaba tiempo sentado en el suelo del balcón desde donde podía ver toda la ciudad sin problema; había perdido la cuenta de las horas que pasó tratando de asimilar que su vida se fue en declive en cuestión de minutos. Si cerraba sus ojos color ámbar, podía revivir con claridad todo lo acontecido una y otra vez; incluso percibía ese vago y último toque sobre sus labios, a pesar de que todo pasó muy rápido.

Bufó exasperado y empuñó las manos con fuerza al sentir energía recorrerlas a la par que azotaba la cabeza en el muro a su espalda. Era un tonto, un reverendo idiota que puso a sus amigos en peligro por alguien que los vendió al mejor postor.

Tenía ganas de gritar, de dejar sus poderes salirse de control para que crearan caos a su alrededor; tal vez si hacía eso, el dolor en su corazón se mitigaría y podría retomar el camino.

Dirigir, qué fácil era llamarlo líder cuando no sentían el peso del mundo sobre los hombros. Jamás pidió ser escogido, jamás esperó liderar una guerra... Nunca esperó enamorarse de una mujer traicionera.

Llevó las manos a su cabello y empuñó con fuerza; la mirada arrepentida de su difunta ex lo perseguía a todas horas, en todo momento y en cada decisión que se esperaba de él. No lo vio venir, su traición y arrepentimiento llegaron sin anunciarse.

Tragó con dificultad y en su mente comenzó ese mantra que llevaba días diciéndole a la nada. «Ayúdame» pensó una y otra vez, no sabiendo a quién se lo pedía, pero con la necesidad del socorro y apoyo de alguien para retomar el control y ganar esa guerra que estaba a la puerta y parecía perdida.

—Hola. —Escuchó a su derecha, justo donde estaba la puerta del balcón que no percibió ser abierta. Su mente detuvo la absurda petición y soltó un suspiro lleno de frustración.

Giró la cabeza para observar por unos segundos a la intrusa. Ni siquiera le respondió el saludo esperando que entendiera que quería estar solo, se limitó a regresar la vista al cielo, pero sintió algo de irritación al ver de reojo que la joven tomó asiento a su lado.

—¿Cómo estás? —preguntó ella, preocupada, sabiendo que el hombre estaba herido y decepcionado, lo podía notar en sus ojos. A pesar de percibir la actitud huraña, intentó que se abriera y sacara parte de lo que lo atormentaba, sin embargo, se sintió decepcionada al recibir lo mismo de siempre: un encogimiento de hombros.

—¿Cómo quieres que esté, Dara? —contestó, molesto.

Ella bajó la mirada y suspiró en silencio al esperar la respuesta, incluso así, creía que debía insistir.

—No sé... yo... En verdad lo siento, Zia —murmuró, arrepentida. La disculpa no iba hacia la pregunta, sino a su pérdida.

Él no dijo nada y regresó la atención a las estrellas. Sabía que su prima se preocupaba y sentía algo de culpa por su actitud, pero no estaba de humor para hablar; el dolor y la confusión lo comían por dentro y no sabía cómo lidiar con ello.

 Sabía que su prima se preocupaba y sentía algo de culpa por su actitud, pero no estaba de humor para hablar; el dolor y la confusión lo comían por dentro y no sabía cómo lidiar con ello

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