Capítulo 15: La historia del recopilador de historias

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“Debo empezar por los comienzos, y los comienzos comienzan en mi familia. Aquí donde me ves soy el último heredero directo de una estirpe de nobles, provenientes de este mismo pueblo. Cuando yo era niño este pueblo ya estaba tan estancado como está ahora, sumergido en sus supersticiones, mientras el resto de pueblos se unían en prósperos reinos dedicados a explotar la esclavitud, este pequeño cacho de costa se negaba a formar unión ninguna. Las pocas veces que lo habían intentado había sido absolutamente inútil, ya que mientras el resto de reinos normales se dedicaban a explotar los recursos marítimos y embarcar en busca de nuevos continentes, este pueblo se negaba en rotundo a pisar la playa. Nadie nos invadía porque éramos demasiado molestos para ser gobernados, no teníamos recursos que explotar y no éramos un enclave estratégico.

Todo esto fue provocado por la fatídica historia que os cuentan  todavía a los niños, pero en aquel entonces era mucho peor. Había caza de brujas, masacres y violencia gratuita a diario. La verdad, era el mejor entretenimiento que tenía un niño de 6 años por aquel entonces, era bastante divertido gritar a las vecinas y tirarlas piedras con la excusa de que eres un noble haciendo lo propio, defender al pueblo de las brujas.

Todo iba bien para nosotros, para el pueblo no, por su puesto, hasta que llegó la denominada justicia poética. El seno de mi familia estaba compuesto por un carcamal que decía ser mi abuelo, el Duque de Olárzabal, sus dos hijas y una horda de criados. Mi tía, llamada Leonor, era una mujer inteligente para su época, ávida lectora y con unos dones incapaces de reproducirse, aun así ella los llegó a triplicar con sus estudios paganos. Mi madre, denominada Jimena, era una estúpida mujer incapaz de sostener correctamente un libro. Se había casado con un noble guerrero que había muerto joven, debido a los vicios que conllevan el pulirse la dote y riquezas de su esposa. Viuda joven, siempre había sido recelosa de su hermana y ansiaba constantemente superarla como rival. Por tanto se pasó toda mi infancia haciéndose la mártir, fingiendo añorar a un hombre que jamás había amado. Triste vida tienen los estúpidos.

La desgracia llegó, como siempre ocurre, en el peor de los momentos. Mi abuelo murió, dejando sin heredero varón la casa familiar. A su vez dejó sin protección alguna a ambas hijas, en el pueblo no tardaron en descubrir las artes de brujería que ostentaba Leonor. Mi madre no hizo nada cuando la sacaron a rastras de la casa, ni siquiera hizo nada cuando su único hijo fue a ver arder a su tía.

Allí pude ver lo que yo creía la esencia de la magia, cuando ardió, enfadada, profirió tales maldiciones y conjuros que aquellos que la arrastraron murieron desintegrados al instante,  sus almas bailaron acorde con los gritos de aquella pobre bruja. Fue un espectáculo realmente atroz, pero me gustó, me gustó ver morir a Leonor.

Mi madre poco después enloqueció, había perdido su propósito vital, el de superar a su hermana, ya que según ella le había tomado la delantera muriendo la otra primero. El pueblo se reía de la Duquesa Jimena de Olárzabal, incapaz de llevar a cabo nada a derechas.

Yo por mi parte fui creciendo, leyendo y releyendo los libros de Leonor ahora míos. Pronto llegué a dominar sus artes, a comprenderlos y a manejarlos, no tardaron en quedárseme pequeños.

Hasta que cumplí los 17, estuve manteniendo con vida a Jimena, me servía útil manejando a su antojo aquel pueblo de locos. Pero llegado un tiempo comencé a olvidarme de ella, poco a poco su locura la fue carcomiendo, hasta que realizó lo que llevaba intentando mucho tiempo: su propio suicidio.

Ya no había nada que me ligase a este estúpido pueblo, por lo que cree un testamento en el que legaba este edificio y todos sus bienes al heredero mío que lo reclamase. Partí raudo de lo que antes veía como un pozo sin fondo.

The Silent SongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora