—¡Cariño! ¡Ya llegué!
La sonrisa en su rostro adornaba cada facción del mismo. La sombra de su barba recubría su mandíbula mientras sus pasos se hacían cada vez más ruidosos al subir las escaleras de la entrada. Sabía que al escucharle, los gritos se harían presentes, justo como sucedió en cuanto su cabeza castaña se asomó hacia la sala principal.
—¡Papá! —Al unísono, sus dos hijos corrieron a sus brazos, siendo recibidos por los mismos en un fuerte abrazo.
—¡Hey! Los extrañé —murmura el hombre, sujetándolos con vehemencia, adorando estos pequeños momentos una vez que llegaba a casa.
El pequeño Ryan tenía ya seis años, mientras que la pequeña Lucy relucía en sus ocho con esa sonrisa desdentada y los cabellos hechos una maraña. Por mucho que su abuela intentaba vestirla y adornarla como una linda muñeca, la castaña no se lo permitía, prefiriendo dejar su cabello ondulado y suelto. Su padre estaba orgulloso de su pequeña guerrera.
—Siempre diré que eres su favorito —Y esa voz.
Su mirada azulada se eleva de sus retoños al color castaño de los orbes que le enamoraron desde la secundaria. La mujer parada de brazos cruzados se permitía sonreír ampliamente mientras su esposo dejaba ir a sus niños para acercarse a ella y plantarle un dulce beso en los labios, el cual es correspondido inmediatamente.
—Pero tú eres mi favorita —James musita, dedicándose a darle otro beso.
—Y tú el mío —Hace puntitas y rodea su cuello con los brazos, atrayéndolo para besarlo de nuevo.
Conoció a Sabrina mientras estudiaban la secundaria juntos en un instituto de prestigio. Fue amor a primera vista desde el primer instante en que sus miradas cruzaron, y Barnes la eligió como compañera de vida desde ese momento. Sus cabellos rubios fueron la alucinación de sus sueños, así como el color chocolate de su mirada.
Juntos habían formado una familia de ensueño, en una casa de fantasía, y en una ciudad divina.
—¡Papá! Hoy en clase de Matemáticas, la maestra me puso diez —Lucy se cruza en medio de las dos figuras, mostrando con orgullo la pequeña hoja.
—¡Esa es mi niña! —Le carga entre sus fornidos brazos forrados por el saco formal—. La más inteligente de este planeta —Le llena la mejilla de besos.
—Vamos, niños. Ayúdenme a preparar la cena mientras su padre se ducha —Su esposa llama a los menores—. Ryan, te toca adornar el pastel —Le guiña un ojo al niño.
—¡Por fin! —El menor da pequeños saltos, corriendo hacia la cocina.
—¡Pero, mamá! Dijiste que yo lo haría hoy —protesta la castaña forma un puchero.
—Tan solo será esta noche, cariño. Mañana es su cumpleaños —La blonda intenta consolarla, halando suavemente de su mano para llevarla a la cocina—. Te veo en la cena, amor.
—Enseguida iré —Le guiña el ojo el castaño.
Fueron padres jóvenes, pero en ningún momento tuvieron algún remordimiento de ello. Mucho menos cuando veían las excelentes calificaciones que Lucy traía a casa y la nobleza con la que Ryan trataba a los animales y a sus pequeños amigos. Les habían dado una educación de privilegio, y los menores respondían con creces conforme avanzaban los años.
Abre la llave de la ducha y deja caer el agua por su desnudo cuerpo. En su costillar izquierdo poseía un tatuaje que cubría desde las mismas hasta parte de sus omóplatos y una pequeña zona de su pectoral. Recuerda haberlo hecho mucho más joven, cuando pensaba que la vida era más sencilla de lo que resultó ser ahora.
Enjabona su cabello, el cual lo mantenía corto, pues Sabrina había dicho muchas veces cuánto odiaba verlo con la melena larga. Sonríe tras la imagen de su esposa, siempre agradeciendo tener la suerte de una compañera tan leal después de escuchar a sus empleados hablar diariamente de divorcios e infidelidades.
Barnes Inc. Tenía años operando bajo el liderazgo de su padre, quien se especializaba en los papeleos administrativos. A él le había dejado como Director Ejecutivo, mientras que su hermana, Linda, permanecía como Subdirectora, algo a lo cual no respondió muy bien en su momento. Ahora procuraban llevarse bien frente a sus padres, pero cuando estos se volteaban, salían las navajas apuntando a la yugular del otro.
Estaban a dos días de Navidad, por lo que tendría que bajar los regalos del ático para colocarlos debajo del pino. Sin embargo, el día de hoy estaba demasiado agotado para eso. Los bajaría junto a su esposa el día de mañana directo al garaje.
Había música navideña en la planta baja. Suponía que Sabrina quiso poner algo de ambiente mientras hacía la cena con los niños. Una sonrisa se dibuja en los labios de James mientras aún secaba su cabello con una toalla, ya vestido con su pijama de satén en color azul marino.
—¿Preparándose para la llegada de Santa? —ríe, caminando directo a la cocina aún.
"Jingle bell time is a swell time to go glidin' in a one-horse sleigh" se escucha de fondo, pero su cuestión no recibe respuesta alguna.
El grifo del agua estaba abierto, dejando correr el agua y dejando que ésta hiciera eco junto a la música que tenía un volumen bastante alto. Frunce ligeramente el entrecejo, pero la sonrisa no desaparece de su rostro mientras sus pies descalzos continúan su paso sobre el suelo de madera.
No es hasta que cruza por el umbral que su corazón cae a la boca de su estómago y sus ojos se abren con sorpresa. Sus manos tiemblan, dejando caer de manera descuidada la toalla, la cual enseguida se impregna del agua que inundaba la cocina, tiñéndose del color escarlata que había en la misma.
James se lanza sobre el primer cuerpo que ve. Es Sabrina, la cual cayó delante del mueble con el grifo del lavaplatos abierto.
—¡Sabrina! ¡Sabrina, amor! —gimotea el mayor. Le toma las mejillas con su mano libre y el temor acelerando su corazón—. ¡Cariño! ¡Por Dios! —Las lágrimas corren sus mejillas en cuanto nota el agujero sobre su frente y los ojos castaños sin luz. Se había ido.
El pecho se le encoge mientras observa a su compañera de vida inerte sobre sus brazos, dejando escapar los sollozos en los intentos vanos de traerla de nuevo a la vida. De pronto, se coloca de nuevo de pie, buscando frenético en la cocina por los otros dos pequeños miembros de su familia, el temor abrazando sus instintos tras cada paso que daba, ignorando el hecho de estar descalzo aún, dejando que los cristales se incrustaran en las plantas de sus pies.
De pronto, los ve.
Lucy y Ryan se abrazaban en el suelo. Sus pequeños cuerpos derramando sangre también. Ninguno de los dos se movía, pero James acortó la distancia, dejándose caer nuevamente, dejando salir un alarido de dolor mientras intentaba buscar en sus dulces rostros algún deje de vida, pero ninguno respiraba.
Tenían heridas en la parte posterior de sus cabezas, aunando su sangre al charco que había formado su madre anteriormente. Sus expresiones estaban vacías y sus rostros pálidos como la nieve que caía afuera.
—¡No! ¡No! ¡Mis niños no! —Los abraza con fuerza, sintiendo su cuerpo temblar, de pronto, resintiendo la soledad en que le habían inundado.
Las lágrimas le corren a través de surcos sobre sus mejillas, dejando alaridos escapar de su boca con dolor. Ese día perdió a su familia, la razón por la que su corazón latía diariamente. Aquella noche algo en él cambió, perdiendo por completo la razón, incluso la misma afectuosidad que Sabrina tanto tiempo se encargó de construir en él.
Aquella noche, James Barnes perdió su resplandor.
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Babel [Bucky Barnes] EN FÍSICO
Fanfiction𝐀𝐔 𝐌𝐚𝐫𝐯𝐞𝐥 +𝟏𝟖 La vida de fiestas, alcohol y aventuras de una noche termina para Darcy el día en que sus padres anuncian su compromiso con James, el hijo mayor de la adinerada familia Barnes. Similares a la realeza en Inglaterra, el preside...