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— pero no entiendo — dijo Mia, tras beber de la taza de café, observaba a Rosa buscando explicaciones —, se supone que la pobre nena debería haber conseguido sus dones pero algo sucedió y ahora es ¿la única sin dones?

Rosa asintió, escondiendo un mechón tras su oreja — Sí... pobre niña, ¿has visto a la señora Alma? Estaba destrozada...

Ambas permanecieron en silencio un momento, terminando sus cafés.

— ¿Cuál es la historia tras los dones?

Rosa la había mirado con pena. — Es... bastante triste, la verdad.

Se habían pasado la mañana hablando de los Madrigal, como era de esperarse, puesto que era cosa nueva para Mia. Sin embargo, la ceremonia anterior había dado mucho de qué hablar al pueblo. No era para menos, pues era la primera vez que sucedía eso, y el suceso implicaba la paranoia del pueblo. Mia había notado que eran demasiado dependientes de los Madrigal, Rosa le había explicado que cada vez que los niños Madrigal recibían un don estos eran entrenados para servir al pueblo durante toda su vida, y Mia sintió pena por ellos. Es por eso que el pueblo temía por el don, necesitaban de ellos para sobrevivir. La joven le agradecía a Rosa por la paciencia con que le explicaba las cosas.

— Así que — bajó la taza dirigiendo una mirada extraña a Mia, quien la observaba confundida —, Bruno Madrigal ¿eh?

— Ajá... ¿qué tiene? — levantó una ceja divertida.

Rosa alzó las manos — Tranquila, sólo me pareció curioso, lo mirabas mucho, eh.

Mia sonrió reteniendo una carcajada por la mirada divertida de la joven — Sí... me cae bien, para qué mentir.

— ¿sólo bien? — soltó una carcajada.

— Ajá... me pareció atractivo ¿bien? Es... adorable, a su manera. Además, fue el único, aparte de vos, claro, que no me señaló con un dedo por no llevar falda como las demás. Me dio curiosidad.

Rosa sonrió y asintió, pero transformó su sonrisa en una mueca — Aún así... dicen cosas horribles de él, dicen que su don es en realidad una maldición, yo que tú tendría cuidado con quienes te relacionas.

Mia frunció el ceño — ¿Si? Pero ¿él no es el que lee el futuro? No entiendo como puede ser eso una maldición, es bastante impresionante.

— No digo que no, pero simplemente oí que lo único que sabe leer del futuro son cosas malas, todos dicen que es mejor mantenerse alejado de él, así que...

— No tiene sentido — bebió de su café, relajándose en su silla tras entender —, hasta donde sé sólo lee el futuro, no lo controla... no le veo lo malo a ello. Quizás sólo quiera ayudar, como los demás Madrigal ¿no?

Rosa asintió no muy convencida.

Por el otro lado del pueblo, Bruno desayunaba en silencio mientras sus hermanas lo observaban con una ceja arqueada.

— ¿Y bien? — soltó con impaciencia Pepa, ignorando la nube encima de su cabeza.

— Quizá debería dejar de mostrarles mis novelas...

Julieta rodó los ojos con diversión, mirando con cariño a su pequeño hermano quien parecía querer encogerse hasta desaparecer en su sitio bajo la mirada interrogativa de ambas hermanas.

— Ay, Bruno, sólo cuéntanos, no hay nada de malo que hables con una chica bonita. — procedió a seguir preparando comida.

— Muy bonita y divertida, ¿verdad, Bruno?

— Sí... ¡D-Digo! Sí lo es pero, por favor, no exageren. Sólo se me había acercado porque se preocupó de que casi me ahogara.

Quiso agregar, con pesar, que no habría otra forma de que una chica bonita se le acercara. Pero se contuvo, pues no quería recibir un sermón por sus hermanas.

— Sí, de que casi te ahogaras luego de que te atrapara observandola. — carcajeó Pepa.

— Pepa, no seas mala con Bruno. ¿De qué hablaron? Si se puede saber, claro.

Bruno sonrió tras recordar haber hecho reír a la pelinegra, no todos se acercaban a él para mantener una charla relajada y beber del ponche, generalmente todos lo ignoraban o huían despavoridos tras haberles contado de su futuro. No iba a negar que sintió bonito esa noche.

— Pues... se llama Mia, me contó que había terminado de ordenar su mudanza y que había salido para recorrer el pueblo, que de alguna forma Mira' la encontró y terminó en la ceremonia.

— ¿Y qué más? — Pepa se apoyó en la mesa, Bruno se rascó la nuca con una sonrisa cargada de nerviosismo.

— Le conté de mis telenovelas, pensé que iba a reírse de mí pero me dijo que le contara más de aquella novela de la tía con amnesia, también se rió de la vez que uno de los rayos de Pepa casi me achicharra y... — se sonrojó — dijo que le gusta mi sonrisa.

Y con ello causó alboroto en la cocina de los Madrigal, los maridos de las hermanas se habían unido a este y los niños se acercaban para preguntar qué sucedía, Bruno se moría de vergüenza.

Por otro lado, una situación similar pasaba en la cafetería.

— ¡¿Que le dijiste qué?!

— Sip — se ocultó en la taza de café.

Pero claro que no se arrepentía, estaba segura de que quería seguir escuchando de sus telenovelas interpretadas por sus ratitas. De cierto modo, le parecía adorable la emoción con la que hablaba de estas, y del cariño con el que mencionó sus amados animalitos.

— ¡oh por dios! ¡¿Me estás diciendo que me perdí a Bruno Madrigal sonrojado?! Creo que me voy a desmayar.

— ¡Tonta! — rió la pelinegra. — Pero sí, y me pareció muy lindo.

Rosa emitió un chillido causando risas en la joven. Mia se paró, dejó dinero en la mesa y, bajo la atónita mirada de la joven, la tomó del brazo para caminar entre risas  hasta la casa de la nueva vecina.

— Dime más. — la joven la miró con entusiasmo.

A decir verdad, Rosa nunca antes había escuchado en primera mano de alguien que se interesara de esa forma en Bruno, nadie negaba que era atractivo, aún más cuando ponía a su don en acción, pero todos terminaban alejándose de este como si tuviera una peste en cuanto el joven Madrigal le advertía de que algo malo se avecinaba. Rosa nunca lo dijo en voz alta pero le daba un poco de pena como poco a poco todos apartaban y le hacían la cruz al joven que alguna vez habían alabado por su grandioso don. No dejaba de ser grandioso por más malas noticias que diera, ninguno podía ver el futuro. Admiraba a Mia por no haberlo juzgado a primeras que lo conociera, le emocionaba saber que hubo coqueteo de por medio.

Se alegraba de que su amigo de la infancia por fin encontrara a alguien, esperaba que pasaran más cosas. En el fondo esperaba que el joven continuara siendo aquel niño que le hacía "sana sana colita de rana" cada vez que se lastimaba.

— Y... sí, se me escaparon ciertos cumplidos — rió por lo bajo —, terminó rojo hasta las orejas.

— ¡Oh, pobrecillo! — se apoyó en la joven para reírse.

— ¿Sabes? — la pelinegra sonrió — cuando me contaron de un joven que lee el futuro, y que todos terminan escapando de él, me imaginé un muchacho intimidante, quizás hasta desagradable...

— ¿Pero? Tiene que haber un pero.

— Pero — abrió la puerta de su casa, dejando entrar a una Rosa muy emocionada — me encontré con un chico dulce que hace novelas con sus ratitas. ¿Te sabes la del amor imposible? Esa que la tía tiene amnesia. Es genial.

Rosa se rió a carcajadas de ello — No lo sabía... hey... y yo creyendo que se había vuelto malo.

Mia la observó con una ceja arqueada — ¿"vuelto"?

Tímido • Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora