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El Milagro había comenzado a agonizar conforme los años pasaban y la familia se separaba cada vez más, pero a puertas abiertas eran la familia que todo el mundo desea. No me confundan, eran buenos los unos con los otros, pero las exigencias de la matriarca sobre cada uno de los integrantes de ésta hacía que entre ellos mismos se formaran grandes grietas. Mia notó, tristemente, que a medida que crecían Mirabel e Isabela se separaban cada vez más, cuando antes eran de lo más unidas. También notó que Luisa se volvía cada vez más reservada, no se oponía a tareas difíciles y ponía el hombro por el pueblo para enorgullecer a su abuela, aún si en el intento se cansaba cada vez más. Dolores había aprendido a manejar su don, pero Mia se preguntaba si realmente estaba bien con aquellos dos taponcitos que no parecían garantizar mucho, siempre terminaba abrazando a la muchacha mientras acariciaba su espalda, en un intento por reconfortarla. De toda la familia, Camilo era el único que parecía divertirse con su don, y Mia esperaba que siguiera así por el resto de su vida, porque al observar con atención al resto de la familia que poseía dones se los veía cansados, y no quería eso para el adolescente que gozaba de alegría y diversión. 

El pasar de los años trajo, también, el crecimiento de los niños. Mia veía con tristeza cómo cada uno de ellos se iban olvidando de su tío, recibían versiones distorsionadas y crueles de lo que en verdad era Bruno, y eso le lastimaba. Por eso aprovechaba ciertas ocasiones para contarles, a escondidas, historias de su pareja, aclarando dudas como qué tan alto era, si de verdad tenía ojos verdes o si era tan malvado como decían. Esos días eran los peores para Mia, siempre terminaba llorando como desgraciada hasta que amanecía y debía prepararse para desayunar sin dormir junto al resto de la familia, quienes notaban esto pero que preferían ignorarlo para darle privacidad a la mujer, Mia lo agradecía. Porque no podría soportar nombrar a Bruno y ser silenciada con agresividad, odiaba cuando pasaba eso, siempre terminaba peor.

El pasar de los años trajo consigo un nuevo integrante de la familia, la alegría de la misma. Ese día era la ceremonia del pequeño Antonio, quien recibiría un don, todos estaban nerviosos y expectantes a lo que podría pasar. Alma estaba más exigente y perfeccionista de lo usual, Pepa caminaba a todos lados con una nube encima, y Toñito desaparecía, causando que todos lo buscaran desesperados. 

A Mia le daba pena saber que el niño era consciente de lo que un don conllevaba, lo veía en sus hermanos y primas. Los adultos se esforzaban por esconder su miedo a que no recibiera uno, pero el pequeño lo notaba, notaba la forma en que Mirabel era tratada por no tener uno, y tenía miedo de decepcionar a su familia. El pequeño adoraba a su prima, era demasiado dependiente a ella, pero le aterraba no tener un don y que su abuela dejara de quererlo. 

- Mia, ¿has visto a Antonio? - preguntó una Pepa muy estresada.

- No, Pepa, perdoná. - dijo con una mueca de pena, la mujer asintió y continuó su búsqueda.

Mia suspiró y subió las escaleras, echándole una mirada a Mirabel, quien asintió y fue corriendo a su cuarto a buscar algo. 

Se apoyó junto a la puerta de su habitación, mirando sus uñas como si fuera lo más interesante del mundo, esperando a la adolescente, quien llegó corriendo como una bala con una caja en las manos, Mia sonrió.

- ¿Le preparaste un regalo a Toñito? 

- Así es - dijo, sus ojos brillaban tras sus anteojos -, es un animalito que me costó meses hacer. - dijo haciendo énfasis en meses. 

Mia sonrió con dulzura y le acarició el cabello, recordando por un instante a Bruno, por lo que alejó la mano con rapidez. Mirabel la observó confundida, sólo negó con la cabeza y susurró un “vamos” mientras abría la puerta. 

Debajo de la cama, se podían ver unas manitos pequeñas que jugaban nerviosas, Mia sonrió con pena. Cerró la puerta y se apoyó en esta, viendo a la adolescente sentarse en su cama.

- Todo el mundo te está buscando allá afuera - murmuró, observando con duda a Mia, quien le asintió y le señaló que el niño estaba debajo de la cama, Mirabel sonrió con diversión, asomando la caja a la altura del escondite del niño. -. Este regalo se autodestruirá en tres… dos… uno…

Mia rió por lo bajo ante las muecas que hacía la de rulos, quien rió con sorpresa cuando la caja le fue arrebatada con las manos, observando a Mia como si le pidiera permiso para meterse debajo de la cama, la mujer asintió con una sonrisa. Salió del cuarto, cerrando la puerta con suavidad tras ella, y caminó por el pasillo un rato, esperando a que Mirabel convenciera al pequeño de salir. No sabía en qué momento terminó frente a la puerta de Bruno, mirando su figura tallada con nostalgia, sintiendo un nudo en la garganta.

Ya no tenía esperanzas de verlo, unos años atrás podría afirmar que él volvería, pero ahora, después de tanto tiempo, no estaba tan segura. Ni siquiera sabía si seguía vivo, donde fuera que esté. Tomó su collar y lo acarició con el pulgar, sintiendo su estómago revolverse con rapidez. El hecho de que nunca dejó de extrañarlo, de defenderlo, de tratar de que sus sobrinos no lo vieran como el malo de la historia fallando en el intento, la ponía triste con una facilidad que la volvía agresiva. Y recordó, con un gusto amargo en la boca y lágrimas asomándose por sus ojos, las veces que él decía que era la decepción familiar. 

Ahora, viviendo bajo el mismo techo que los Madrigal, entendía que pensaba eso por el trato que recibía por parte de su madre, y nunca le perdonaría a Alma eso, porque había destrozado a una persona con un alma hermosa. 

Y se arrepentía, con toda su alma, el hecho de no haber despertado al tiempo que él iba a desaparecer esa noche, porque no sólo iba a detenerlo, sino que iba a decirle lo mucho que deseaba tener hijos con él, pero, con tristeza, iba a tener que explicarle que lamentablemente no iba a poder hacerlo. Porque su cuerpo no se lo permitía, y eso incrementaba el dolor por que Alma no la quisiera. Porque no era útil para ella.

- Eh, ¿Tía Mia..? - escuchó el tono inseguro de Mirabel a su lado, se limpió las lágrimas con rapidez y volteó a verla, tenía al niño tomado de la mano, les sonrió a ambos.

- Hey, Toñito, ¿te sentis mejor? - se agachó a su altura, el niño corrió a darle un abrazo, lo que causó una risa en Mia.

- Sí, sólo… tenía miedo.

- ¿Miedo a qué, peque? No tenés por qué preocuparte. 

Mirabel se agachó a limpiarle la ropa al niño y acomodar la camisa, mientras éste tomaba la mano de su tía.

- ¿Y si no recibo uno? 

Mia observó a Mirabel con tristeza, pues había notado la manera en que sus ojos habían reflejado dolor por un momento.

- Y, si no recibís uno, no va a pasar nada malo, vas a seguir siendo un nene muy especial, como todos en esta familia. ¿No, Mira’? 

La adolescente se incorporó y le asintió con una sonrisa pequeña, Mia estiró su mano y le acarició el rostro con cariño. Adoraba a esa niña, le recordaba mucho a él.

- Pero… ¿qué va a decir la abuela? 

Mia lo alzó, suspirando, en su cabeza pensaba con decepción el daño que la mujer había causado hasta en los más pequeños. 

- Eso no lo sé… pero sí sé, que sin importar qué nadie en esta familia va a dejar de quererte, Toñito. Son más que un don, ¿okay? - dijo, abrazando por los hombros a la adolescente mientras bajaban por las escalera, esquivando a las personas que ayudaban a los Madrigal con los preparativos. 

Bruno, quien observaba todo desde una rendija, sonrió con lágrimas en los ojos. Le agradeció a Mia por las palabras, porque incluso a él le surtieron efecto. 

***

No me maltraten a brunito pls, entiendan su lado de la historia también, apoyo la violencia para hacerle entender que es más que suficiente pero no la que le tiran por desaparecer 😭😭😭👍🏻 tengo sentimientos saben

~> Lu.

Tímido • Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora