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Bruno había tomado arena de la costa del lago con ayuda de una entusiasta Mia, provocando risas en el joven cuando preguntaba cosas absurdas sólo para subirle el ánimo.

Ambos se habían sentado en el centro del círculo de arena, Bruno había cerrado los ojos, metió las manos en el poncho y, sacando sal de la bolsita dentro de los bolsillos de su pantalón, tiró un poco detrás de su espalda, repitió la acción con el azúcar. Susurró "sana sana colita de rana" y abrió los ojos, encontrándose con los cálidos ojos de la pelinegra.

— Tal vez deberías tomarme de las manos. — dijo con nerviosismo, la chica asintió y lentamente le dio sus manos.

Bruno ignoró su presión cardíaca al notar que sus manos encajaban a la perfección y procedió a cerrar los ojos, concentrándose en poner a su don en acción.

Mia abrió la boca con sorpresa cuando la arena a su alrededor comenzó a alzarse lentamente, aumentando su ritmo y volando alrededor de ambos, notó símbolos luminosos verdes en esta y volvió la vista al joven con una sonrisa, encontrándose con los ojos de Bruno vueltos completamente verdes y brillosos, observando encima de su cabeza. Sus rizos se movían al ritmo del viento y sus manos la sostenían con fuerza, Mia tragó saliva. El joven caracterizado por la timidez y los nervios, ahora se mostraba con tanto poder que sobrepasaba la línea de la seguridad. Y eso, notó Mia, era tan atractivo que apartó la vista sonrojada.

— Pues... wow

— ¿Qué pasa?

Bruno sonrió — Te ves anciana, dejaste crecer tu cabello y tienes pocas arrugas, parece que pasaron unos, no sé, ¿veinte años? Te sigues viendo igual de bonita — lo había dicho tan de repente y sin timidez que la joven rió nerviosa — Pero — este frunció el ceño — te ves... triste. Dejas algo en una cama... ¡una carta! Es una carta y... y...

— ¿Y..?

— Y alguien te abraza... es un hombre, está de espaldas, no lo distingo— dijo casi en un susurro. —... y luego... estás rodeada por escombros y personas... y... ¡hay algo más!

Mia observaba encima suyo a las figuras verdes luminosas formadas por granos de arena que se movían cambiando las escenas, a veces eran difíciles de entender porque aparecían cosas sin sentido, como una flor y una mariposa, una mesa de madera con un dibujo de un plato en ella que apenas se podía distinguir, y hasta un gato negro corriendo a una persona.

— Oh... es... ¿soy yo? ¿por qué estoy escondido? — ladeó la cabeza confuso, luego se vio en la visión saliendo del escondite con lentitud y timidez — Mira, estoy viejo.

Ambos rieron. El Bruno adulto de la visión sonreía y tenía muchas canas.

La arena se transformó en vidrio y poco a poco se transformó en lo que parecía ser un cuadro que, al igual que los ojos del autor de la visión, brillaba en verde. Bruno alzó la tablilla y los cubrió a ambos de la arena que había caído, Mia no podía ignorar que sus sentidos salieron disparados cuando tuvo tan de cerca al joven y cuando se sonrieron a la vez, luego se lo extendió con una sonrisa. Esta vez había tenido una buena visión y se sentía feliz de lograrlo.

Mia tomó la tablilla y, a medida que la movía, las figuras se movían. Era ella dejando una carta sobre una cama, ninguno sabía por qué aquello parecía ser tan importante. La joven no dejaba de exclamar pequeños wow que hacían a Bruno soltar pequeñas risas.

— ¿Ves, Bruno? Es increíble, perdoná por lo que voy a decir — dijo sin poder ocultar su excitación — ¡la puta madre, mirá esto! ¡se mueve! ¡y-y tus ojos! ¡y la arena bailaba encima nuestro! ¡mierda! 

Bruno soltó carcajadas tras escuchar las maldiciones de la joven, que luego se disculpó muchas veces con él por eso. Le causó ternura su emoción y el hecho de que se negaba a darle su tablilla.

— Está bien, es tuya. — sonrió, por primera vez sintiéndose cómodo, mostrando su dentadura.

— Igual no te la iba a dar.

Ambos rieron bajito por eso.

Bruno se ofreció a acompañarla hasta su casa y tardaron unos minutos en juntar las cosas de la pelinegra, el joven se había ofrecido a llevar la tablilla y la joven le hizo prometer que se la devolvería, entre risas afirmó que sí.

En el camino de vuelta a su casa no había notado lo fácil que se estaba volviendo hablar con Mia y lo cómodo que se estaba sintiendo. Pero la chica sí lo hacía y le enternecía, ella lo que más quería era lograr que se sintiera cómodo con ella y lo había hecho, Bruno hablaba más relajado y hacía movimientos con sus manos tratando de explicarle a la joven por qué Fernando, uno de los personajes de sus ratitas, había abandonado a su esposa por otra mujer, y la joven explotó en carcajadas cuando Bruno dijo que era porque "la otra" sabía hacer mejores tortillas. Bruno dijo que cuando se le había ocurrido eso tenía hambre, y que con su novela había hecho llorar a Dolores.

Mencionó que la niña siempre veía sus telenovelas, que cada vez iba llamando más la atención de sus demás sobrinos cuando Dolores les contaba sus historias, y que siempre que presentaba sus novelas con sus ratitas era rodeado por los niños. Y luego era regañado por las madres de estos cuando lloraban, entonces Bruno tenía que contarles las historias haciendo que las madres también se interesaran. Mia notó que disfrutaba presentar sus novelas con sus ratitas enfrente de sus hermanas y sus hijos, y eso le pareció lindo de alguna forma.

Cuando estaban saliendo del bosque una fuerte brisa fresca los golpeó, causando que la joven instintivamente se abrazara para tener calor.

— Ten. — Bruno le extendió su poncho con suavidad al notar que tenía frío.

La joven le agradeció atónita y se lo puso bajo la mirada del joven, quien había guardado sus manos en los bolsillos del pantalón. Nunca lo había visto sin su poncho y que se lo prestara le había causado una sensación agradable. Eso y que además el poncho tenía un perfume impregnado, le gustó. También le gustó cómo la camisa marrón y el pantalón negro le sentaba a Bruno.

Cuando llegaron a la casa de la pelinegra, el joven la ayudó a llevar sus cosas hasta la cocina y le dejó la tablilla sobre la mesa, bajo la atenta mirada de Mia, quien poco había logrado apartar la vista del joven.

Se ve... bien. Pensó.

Bruno estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se había dado cuenta de la atención que la pelinegra le estaba dando. Había pasado un día tan horrible pero terminó de una forma tan bonita que se le instaló un calorcito en su pecho.

— Bueno... — dijo cuando estuvieron afuera, con sus manos dentro de sus bolsillos otra vez, mientras que con su pie jugaba con una piedra.

— Bueno — repitió la joven, y cuando se dio cuenta de lo que pasaba sacudió su cabeza y se sacó el poncho, extendiéndoselo — ¡cierto! Muchas gracias, Bruno. Fue... una tarde preciosa. Espero que duermas bien.

El joven tomó su poncho en una sonrisa.

— No es nada... gracias a ti, por... por todo.

Y Mia se quedó parada en el porche viendo la silueta de Bruno alejarse, recordando cuando este le había dado un beso en la mejilla y la timidez y suavidad con la que lo había hecho. Recordando eso, lo siguió con la mirada hasta que desapareció, tocando su mejilla como si aún pudiera sentir el tacto de los labios del contrario allí.

Tímido • Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora