— ¿Querés pasar? — dijo Mia, no queriendo terminar el día, no sin antes hacerle la pregunta, y prefería hacerlo sin los ojos de los vecinos puestos en ellos.
Bruno asintió con su característica timidez, ambos entraron a la casa bajo la atenta y atónita mirada de los vecinos, Mia rió por lo bajo a causa de ello.
— Mm... vos sentate en el sillón y yo voy a preparar los cafés helados que la señora Méndez me enseñó a hacer — le sonrió, siguiéndolo atentamente con la mirada cuando este se sentó, luego sacudió la cabeza —... ¡digo! Si querés, claro...
— Uno de esos estaría bien.
Mia asintió y fue a prepararlos.
Bruno, quien había estado dándole vueltas a un asunto en todo el día, subía y bajaba su pierna derecha con nerviosismo, escuchando los movimientos que hacía la pelinegra con las tazas y cucharas. ¿Debería ir a ayudarla?
Luego decidió que no estorbaría, no sabía preparar esos cafés helados, aunque no tuviera antojo de uno, por más deliciosos que fueran. Estaba lleno, no tenía espacio para nada más, pero él tampoco quería terminar el día.
Por otro lado, Mia intentaba calmar su corazón pensando en otras cosas y no en el hecho de que tenía a Bruno sentado en el sofá separando las piernas y apoyando sus brazos en el apoya brazos de este, flexionando los brazos de tal manera que el arremangado de su camisa se apretaba de tal manera que la tela se pagaba en la piel, tamborileando de lo más tranquilo sus dedos cargados con anillos como si no estuviera causando explosiones dentro de la joven, con su cuello y pecho expuestos al aire adornados con unos collares que le quedaban tan bien, llevando su cabello recogido en una coleta tan fuerte que hacía ver su rostro intimidante a pesar de que sabía muy bien que el joven no era capaz ni de matar a una mosca, y el olor de su perfume era tan atractivo que mareaba a la pobre chica que intentaba hacer dos cafés que eran una clara excusa para que siguieran juntos. Si... no estaba logrando calmar ninguna parte de su cuerpo, sus mejillas seguían encendidas como fósforos.
Estaba tan concentrada en no hacer un desastre con sus manos temblorosas que no se dio cuenta que un muy indeciso Bruno caminaba hacia ella en paso lento, como si estuviera repitiéndose una pregunta en su cabeza a cada paso que daba. La tensión que había en el aire era casi palpable.
— ¿M-Mia..?
La joven se dio vuelta tan rápido que asustó al joven, ella rió con nervios por esto y se disculpó. Había derramado azúcar, pero luego lo limpiaría.
— ¿Pasa algo, bonito?
— Eh... ¿si? Eso creo. — dijo mirando hacia todas partes menos a Mia, preocupándola.
Dejó las cosas de lado y se apoyó en la mesada dispuesta a escucharlo. — Te preocupa algo ¿no?
— No, no, no es eso — negó con la cabeza, rascando su nuca con nervios —... es sólo que... que— tragó saliva y miró finalmente a Mia —... puede ser que yo... ¿p-puedo darte otro de esos?
La chica ladeó la cabeza con confusión — ¿Otro de qué?
— De eso que me diste cuando te enojaste conmigo...
Mia sintió un vuelvo en el corazón, pero asintió con una sonrisa de lado.
Bruno se acercó con pasos lentos, Mia le tomó la mano para darle más confianza y se miraron a los ojos un momento, mientras Bruno posaba sus manos a los costados de la joven dándose apoyo de la mesada y ésta pasaba sus brazos por su cuello, suspirando ante el roce, y comenzó a acariciar su piel con cariño.
Mia sonreía y bajaba su vista hasta los labios del contrario, quien imitó su acción y poco a poco acercaba su rostro, sintiendo sus respiraciones mezclarse. Bruno cerró los ojos y Mia, sin poder contener una sonrisa de ternura ante esto ni la tentación de poseer sus labios, fue quien terminó iniciando el beso.
Fue lento, cálido, tierno, Mia sincronizaba su cabeza al ritmo del beso dándole más profundidad, Bruno había acercado su mano a la cintura de la contraria y de alguna forma terminó acariciando la piel debajo de su remera, generando suspiros en la contraria.
Bruno movía sus labios con toda la gentileza y suavidad que podía, pero Mia quería más. Cuando se separaron para tomar aire, la joven había atrapado el labio del contrario con sus dientes, sacándole un quejido que le causó cosas. No le dio tiempo a tomar aire cuando había atrapado sus labios de nuevo, pero esta vez lamía su labio inferior con cariño como pidiendo permiso para profundizar el beso, Bruno instintivamente abrió más la boca dejando pasar la lengua de la pelinegra, quien había comenzado a jugar con su lengua.
Lo que había comenzado como un beso tierno y suave, se había convertido en algo mucho más profundo que les provocaba olas frías en sus estómagos, terminando el uno al otro pegado sintiendo cada una de las extremidades del otro. Cuando se separaron Bruno no pudo resistir el impulso de robarle más besos a la pelinegra, quien sonreía ante esto y jugaba con los rizos que no habían sido atrapado en la coleta de Bruno.
Sin embargo, tuvieron que separarse un poco porque no estaban listos para pasar a más, sin embargo seguían con sus cuerpos pegados, las caricias continuaban y las miradas de ambos clavadas en los ojos del otro, con sus mejillas con un leve sonrojo e ignorando el calor que estaban sintiendo de repente.
— Decime algo — dijo Mia luego de haber estado un rato en silencio disfrutando de la cercanía del joven, ya no podía retener la pregunta que burbujeaba en su garganta —, lo de hoy... ¿fue una cita?
Bruno asintió, parecía aturdido.
— Bien... la pasé muy bien, bonito, tendríamos que organizar más de estas — le sonrió, Bruno asintió lentamente de nuevo. La joven rió y le dio un beso en la mejilla —. Bonito.
Se dio la vuelta para terminar de preparar los cafés, pero no había previsto que el joven en lugar de apartarse la abrazaría por la espalda, suspirando y apoyando su cabeza en su hombro, mirando con atención los movimientos de la joven mientras acariciaba su piel debajo de su remera, le gustaba la suavidad de esta, y a la joven le gustaba sentir la mano dura del otro acariciando con suavidad su piel como si se fuera a romper.
Nadie, por nada del mundo, les borraría la enorme sonrisa de la cara a ninguno de los dos.
***
... qué envidia.
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Tímido • Bruno Madrigal
Science FictionLa llegada de Mía Gómez daba mucho de qué hablar al pueblo de Encanto, quizás era por la seguridad que brotaba de sus poros, quizás por su cálida sonrisa de ojos chicos, o quizás sólo por el hecho de que siempre llevaba pantalones en lugar de faldas...