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— ¡Bruno, Mía! — llamaba Julieta del otro lado de la puerta de la habitación de Bruno, causando que el joven se moviera murmurando algo — ¡Bajen a cenar!

— A cenar... ya vamos... — dijo Bruno aún dormido, acomodándose y afirmando el abrazo a la chica.

— ¡Bruno, suelta a Mía y vengan a cenar! — gritó Agustín muy divertido, como si supiera lo que sucedía tras la puerta, sin ser consciente de que Bruno negaba con la cabeza y se aferraba a la joven. Se escuchó un quejido de parte de Agustín y un regaño de Julieta.

Mia, tras escuchar esto, despertó de golpe, se giró con tanta fuerza que sin querer empujó a Bruno de la cama, quien se sentó soltando un quejido y tocando su cabeza.

— Uy, perdón. — dijo exaltada, se bajó de la cama y lo ayudó a pararse, examinando a Bruno en busca de alguna lastimadura, el golpe fue fuerte.

— Estoy bien, Mia. — dijo con una sonrisa, tomando las manos de la chica que estaban tanteando su cabeza.

— ¿Seguro?

— Sí, no te preocupes. — le sonrió.

Mia sonrió también hasta que recordó el grito de Agustín y Julieta. — Bruno — dijo abriendo los ojos de par en par —, ¡la cena!

— La cena — dijo asintiendo, pero terminó  abriendo los ojos alarmado — ¡la cena!

Mia, rápidamente, se puso sus zapatillas (a saber cuándo se las había sacado) y Bruno se sentó a su lado a hacer lo mismo, ambos se pararon de un salto de la cama y Bruno terminó agarrando a la joven de la mano cuando esta se había inclinado a acomodar su cama, diciendo que lo dejara así nomas, la guió corriendo hasta el baño y se lavaron la cara. Una vez limpios y despejados, se miraron con pánico y corrieron escaleras abajo, encontrando a la familia Madrigal sentada, riendo de algo que hablaban por lo bajo.

Bruno guió a la joven a los únicos espacios que quedaban y se sentaron tras un saludo. Ambos tragaron saliva, se sentían en el ojo de un huracán. Excepto que Pepa estaba muy tranquila y los observaba con una sonrisa de diversión, como el resto de la familia, salvo Alma que los observaba con el ceño fruncido y de vez en cuando negaba con la cabeza en desaprobación. Ninguno de los dos era capaz de mirarla, se habían centrado automáticamente en su plato de comida y habían coordinado tan bien sus acciones que causaron risas en la mesa. 

— ¿Durmieron bien? — preguntó Félix, subiendo y bajando las cejas, mientras Pepa lo regañaba con una sonrisa por lo bajo, mientras le daba de comer a Camilo.

— Pues... sí. — rió nervioso Bruno, Mia se mantenía callada con las mejillas rojas.

Si Alma de por sí no la quería, luego de esto mucho menos. Le sentaba mal caerle mal a la matriarca de los Madrigal, pero por más que intentara esta se mantendría reacia a tratarla tan bien como al resto del pueblo. Se notaba de lejos que no quería que su hijo se relacionara con ella. Y eso la lastimaba, porque nunca había hecho nada malo ni nada en contra de la mujer. Pero no era nada nuevo que la trataran como si tuviera algo malo sólo por cómo se veía, pero tenía sus razones para no darles el gusto a los demás de tratarla como muñeca sólo para que dejaran de sofocarla con sus miradas de desaprobación, como si usar pantalones fuera algo malo. Oh, si, Mia sabia muy bien que era por ello que la gente la trataba mal.

— ¿Pudieron arreglarse? — preguntó Pepa con ojos curiosos.

Ambos se miraron y Mia le dirigió una pequeña sonrisa a Bruno, quien suavizó su mirada y le asintió a su hermana con una sonrisa, mientras debajo de la mesa entrelazaban sus dedos. Lo cual era un problema en parte, porque Bruno no era zurdo y Mia era derecha, así que verlo intentando agarrar la comida con su mano izquierda era gracioso. Mia le acarició la mano con el dedo pulgar, sintiendo bonito al ver su ceño fruncido concentrado en que no volcara la comida del plato, negándose a soltar el agarre. El resto de la familia, salvo Alma, miraba la escena con ternura.

Las hermanas se habían mirado y sonreído con lágrimas en los ojos, ver a su hermanito hecho un manojo de emociones por una muchacha que ambas aprobaban era hermoso para ellas. Les agradaba Mia por el hecho de que ambas vieron cómo poco a poco su hermanito había comenzado a ser más feliz, sonreía más seguido, se había abierto poco a poco a las personas de nuevo, estaba siendo un miembro activo en la familia de nuevo, había dejado de esconderse en su cuarto y salía al pueblo en compañía de Mia. Haberlo ayudado para su cita era algo que jamás olvidarían y recordarían con amor el resto de sus vidas. Y verlo intentando comer con su mano izquierda siendo diestro, haciendo obvio que no quería soltarle la mano a la joven, les enternecía el alma.

Agustín señalaba con dedo acusador a Félix, murmurando que le debía el dinero que había ganado en la apuesta. Félix rodó los ojos con la sonrisa y continuó vigilando a Dolores, para que comiera toda su comida.

Finalmente, Mia rió bajito y soltó su mano, provocando que Bruno le devolviera la mirada con confusión, y sus ojos se habían agrandado de tal forma que parecía un pequeño cachorro.

— Comé. — le susurró.

Bruno sonrió y comenzó a degustar la comida con comodidad.

A Mia le daba ternura que el joven siempre se preocupara por su comodidad y no por la de él.

Es muy bonito. Pensó, con los ojos brillosos.

Todos los presentes observaban las sonrisas que la joven le dirigía a Bruno y cómo este le devolvía la sonrisa con un leve sonrojo en sus mejillas, Alma se notaba increíblemente incómoda mientras que el resto de su familia adulta sonreía con felicidad. Estaban felices de que Bruno haya podido encontrar a alguien, estaban felices de verlo contento y bien. A pesar de lo que había pasado en el día, todos sabían que era un desliz, una pequeña pelea tonta. Sí... habían utilizado a la pequeña Dolores para que los mantuviera al tanto de todo.

No veían la hora de que anunciaran su unión como pareja, pero parecía que faltaba mucho para eso.

Mientras tanto, Alma revolvía la comida con una incomodidad en el estómago, pensando en cómo la puerta se desvanecía frente a la pequeña Mirabel, mirando a Bruno de vez en cuando. Pero la mujer reconocía que su hijo, por primera vez en mucho tiempo, estaba siendo feliz. Y no quería quitarle esa felicidad, no otra vez, sin importar lo mucho que deseara que se mantuviera alejado de la muchacha. No le agradaba para nada, pero, a pesar de sus prejuicios, reconocía que la joven era educada y lo que se dice "muchacha del bien". Así que simplemente comía en silencio, observando a sus nietos y asegurándose de que éstos comieran bien, mientras que su hijo hablaba por lo bajo con la joven, sonriendo de vez en cuando. Era su madre, claro que le alegraba verlo feliz, a pesar de no haber escogido ella su pareja.

Tímido • Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora