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Mia escuchó unos pasos apresurados en el bosque y se sentó en la manta pensando que quizás habría alguien necesitando ayuda. Sonrió cuando Bruno apareció en su campo de visión.

— Oh, Bruno — soltó —, no pensé verte acá.

— Yo t-tampoco.

Mia lo invitó a sentarse con ella y este se acercó con su característica timidez. Entonces vio como sus manos temblaban, como sus hombros temblaban, vio en sus mejillas rastros de lágrimas y las comisuras de sus labios temblaban.

— ¿Estás bien, bonito? — preguntó con suavidad. Bruno negó lentamente. — ¿Necesitas hablar?

Pareció dudar un momento, hasta que comenzó a vomitar sus pensamientos a una atenta Mia. Claro que omitió ciertos detalles, como el hecho de que a su familia le desagradaba que la joven se vistiera "vulgar", y el hecho de que hizo un intento de defenderla, no quería que pensara nada malo de él.

—... y entonces me paré y me fui a mi habitación, p-pero ellos seguían y seguían golpeando mi puerta, así que me escapé por mi ventana y... terminé aquí.

Mia asentía, le había ofrecido un emparedado y un vaso de jugo. Bruno hablaba y de a ratos comía, agradeciendo que la muchacha no lo interrumpiera. Esta sólo lo escuchaba atentamente.

— No quería discutir de mi don de nuevo, siempre termino diciéndoles que me dejen ayudar y ellos... dicen que cuando dé buenas visiones yo podré ayudar. Y yo no p-puedo controlarlo, mamá me hace sentir como un... tonto.

Terminó su relato y masticó un pedazo del emparedado, susurrando para sí mismo que estaba delicioso, la pelinegra había sonreído ante aquello.

— Sabes lo que pienso de tu don, así que sólo te voy a decir esto ¿si? — el de rizos la observó con atención — tenes que dejar de hacer las cosas para contentar a tu mamá o al pueblo, estás muy estresado, Bruno, y sos muy joven, si la gente no acepta tu ayuda, bien, allá ellos. Ahora, no te tortures, no sos un inútil, ni un tonto. La verdad... sos una persona muy hermosa, sos bonito, educado, es divertido hablar con vos, y todo lo que haces por tu familia es increíble. Te admiro mucho por eso. Conocí gente mucha gente, y de todos vos sos el que menos se merece lo que te haces. No dejes que te sigan haciendo mal, Bruno. Te volviste una persona muy especial para mí y en muy poco tiempo, sos tan fácil de querer que me parece imposible que haya gente diciendo boludeces de vos. ¡P-Pero no lo dije para que llores! — se desesperó al ver que este no pudo retener sus lágrimas — ¡No llores, bonito! Ay dios, voy a llorar yo también.

Hace mucho nadie le decía "te admiro", nunca le habían vuelto a decir que era especial, nunca le habían dicho que era fácil de querer, se había vuelto tan inseguro y acumulaba cada cosa que oía de él que los ojos se le llenaron de lágrimas, la pelinegra había entrado en pánico por esto. Él sonrió y soltó un suspiro pesado, dejó las cosas a un lado y se acercó hasta una joven Gómez que no paraba de hablar moviendo sus manos exageradamente, Bruno no escuchaba lo que decía pero observaba con una pequeña sonrisa los intentos de la joven por que no llorara.

— Eh...

Mia soltó una risa nerviosa cuando Bruno, sin aviso, le había dado un tímido beso en su mejilla y se había escondido en su cuello, susurrando un gracias. Mia, sintiendo el calor golpear sus mejillas y sintiendo bonito en su estómago, murmuró que no era nada y le correspondió el abrazo.

Mia pensaba una y otra vez en cómo el joven se había escondido tímidamente en su cuello y este repetía las palabras de la contraria en su cabeza, olvidando la discusión con su familia, tratando de no arrepentirse de haber dado él el beso, ¡él! No lo podía creer. Se había atrevido a tanto que temía que la joven lo apartara con asco, pero en lugar de eso esta había comenzado a jugar con sus rizos y de a ratos acariciaba su hombro suavemente.

Y ambos pensaron a la vez: tiene rico olor... 

Luego de un rato, cuando comenzaba a hacer fresco y estaba por oscurecer, continuaron con el picnic como si nada, charlando de las cosas que les gustaba a ambos, para conocerse más.

Bruno había descubierto que a la pelinegra le fascinaba la lectura como a él, había descubierto su amor por la música, ella le había explicado que tenía unos cassettes en su casa y que debía recordarle que se los prestara, a Mia le gustaban mucho los animales y es por eso que le había parecido adorable sus shows con sus ratitas (Bruno había abierto tanto los ojos con emoción que la chica se rió de ello), había descubierto que su color favorito era el negro y que la cicatriz que tenía en su dedo era porque de pequeña se había cortado con un cuchillo en un intento de cocinarle una torta por el cumple a su papá. Bruno rió enternecido cuando Mia le mostró su dedo entre risas.

Mia había descubierto que a Bruno le fascinaban las arepas de su hermana, que desde pequeño adoraba el café, había confirmado su amor por sus sobrinos y  que según él no tenía favoritos pero que cuando de Mirabel se trataba podía hacer una excepción, Mia se rió a carcajadas cuando le contó que una vez en la ceremonia de uno de sus sobrinos se había  embriagado tanto que terminó repartiendo dinero a todos ellos quedándose con nada y que ahora se controlaba con el alcohol, supo que la razón de sus ojeras era porque sus visiones no lo dejaban dormir y siempre terminaba en desvelo intentando soñar cosas bonitas, cuando le contó que cuando veía el futuro sus ojos se volvían verdes y que la arena volaba a su alrededor Mia no resistió el deseo de que este viera su futuro.

— Pero ¿y si veo algo malo? — preguntó con inseguridad.

La joven sonrió y negó — No va a ser tu culpa, bueno o malo, sea lo que sea, va a ser bueno de ver. ¿Ojos verdes? No me habías contado de eso, Bruno, cada vez me impresionas más.

Y decir eso fue como activar un interruptor en Bruno, quien asintió no tan seguro, pero aceptando a hacerlo sólo por la sonrisa que le había dedicado la joven.

Tímido • Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora