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Rosa se palmeó la frente — Cierto, no te  conté.

— Nop, no lo hiciste.

Ambas se encontraban en el patio de la casa de Mia, sentadas en unos sillones.

— Bruno y yo éramos muy amigos de pequeños — sonrió con tristeza —, era un niño muy bueno, vivía nervioso, pero era muy dulce ¿sabes? Le encantaba jugar conmigo, pues yo era la única que no le temía a sus ratitas. Oh, eso... siempre andaba con una ratita encima, eso le daba mucho asquito a los niños y siempre lo apartaban.

Mia le sirvió en un vaso agua de la botella de cristal escuchando con atención a la joven. Sonriendo con ternura de a ratos, estaba comenzando a interesarse de más en el joven de lo que quería.

— Pero... cuando tuvo su don, ya no tenía tiempo para jugar, todos estaban maravillados con el pobre niño y hacían filas inmensas para que les leyera el futuro. Al principio eran buenas visiones, pero cuando comenzaron a ser malas... bueno, ya sabes.

Asintió con comprensión. Le generaba tristeza oír aquello, no había podido ser un niño. A diferencia de Bruno, tuvo una infancia realmente hermosa, disfrutó mucho de sus padres y sus primos, amaba hacer travesuras con sus amigos, y siempre inventaba historias en su pequeña cabeza. Pero saber que la gente se aprovechaba así de un pequeño, destrozaba almas, la verdad.

Se pasaron la tarde juntas hasta que se  hizo de noche, charlando de cosas triviales. Hasta que Rosa se tuvo que ir, diciéndole a su nueva amiga que debían de seguir viéndose. Mia asentía entre risas, pensaba que la energía de Rosa era mucha.

Estaba por hacerse algo de comer cuando tocaron su puerta, se acercó limpiándose las manos y abrió la puerta, encontrándose con la matriarca de los Madrigal.

— Oh, señora Alma, qué sorpresa, ¿quiere entrar? — le sonrió con educación.

La mencionada negó con una sonrisa. — Oh, no hace falta, querida. Vine a preguntarte si quiere cenar con nosotros, ya que eres nueva y no pudimos hacerte una fiesta de bienvenida. Realmente lamento no haber sabido de tu llegada, estábamos tan centrados en la ceremonia de la pequeña Mirabel que se nos fue de las manos.

— Oh, no se preocupe, señora Madrigal. Respecto a la cena, no veo por qué no. — le sonrió.

Y así fue como otra vez acabó en la casa Madrigal, recibiendo un ¿saludo? de esta, movía sus ventanas con un frenesí que sorprendió una vez más a la joven, quien le devolvió el saludo aturdida.

Apenas llegaron fueron recibidas por la familia, quienes esperaban todos en la entrada. Pepa y Julieta empujaban a Bruno dejándolo en el centro, provocando que la joven aguantara una risita. Los niños la saludaron y se acercaron a darle un abrazo de bienvenida, los adultos la saludaron nuevamente y todos avanzaron hasta la mesa. Alma estaba siendo demasiado amable con ella, a pesar de que se notaba a leguas que le incomodaba los pantalones de la joven.

— Hola. — saludó a Bruno, quien abrió los ojos de par en par, no esperando que esta volviera a hablarle.

— Ho-Hola, Mia...

Esta le sonrió al joven, notando sus orejas rojas.

Ambos se fueron a sentar en sus lugares en la mesa y esperaron a la cena, entre charlas y risas ocasionadas por los comentarios de los niños, también entre regaños de sus madres y disculpas hacia Mia, quien sólo negaba con una sonrisa y les decía que eran niños. Bruno miraba atentamente cuando la joven les sonreía y hablaba con los niños, llevándose bien así con el resto de la familia. Félix y Agustín le habían alzado los pulgares, ocasionando que agachara la mirada, evitando a la joven frente a él.

Tímido • Bruno MadrigalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora